Marcha por la paz en Gaza de obispos y niños en Belén

«Empecemos hoy una vez más tomando la cruz del amor y la justicia», dice el patriarca latino

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BELÉN, martes, 13 enero 2009 (ZENIT.org).- El patriarca latino de Jerusalén y obispos del mundo han dirigido una marcha por la paz  en Belén, con la que participaron unos ochocientos niños, ofreciendo oraciones por las víctimas inocentes del conflicto en Gaza. 

Su Beatitud Fouad Twal presidió el acto,  el domingo 11 de enero,  junto a los obispos de América y Europa, así como de importantes instituciones católicas del mundo que, como todos los años en estas fechas, visitan Tierra Santa para promover la solidaridad con las comunidades cristianas locales y compartir la vida pastoral de la Iglesia local, que vive bajo intensa presión política y socioeconómica.

Al final de la procesión, el patriarca dio la bienvenida a los participantes en  la ciudad natal de Jesús, «en estos días en que somos testigos del horror de Gaza y con vosotros digo: la violencia, venga de donde venga, y tome la forma que tome, debe ser condenada». 

«Mientras estamos aquí reunidos en nombre y en el espíritu del Príncipe de la Paz, el niño que nació para ser luz del mundo y esperanza de cada ser humano, quiero en esta oportunidad condenar la violencia en Oriente Medio, y de modo especial los ataques en la Franja de Gaza».

«El nacimiento del niño Jesús en el humilde establo de Belén –añadió–, tan débil e indefenso, nos lleva naturalmente a pensar en la situación de Gaza, donde en las últimas dos semanas hemos sido testigos de un nuevo estallido de violencia. Esta violencia ha causado una enorme pérdida de vida y la destrucción de casas, escuelas e instituciones, produciendo inmensos daños y trayendo un terrible sufrimiento para la población civil, especialmente para muchos niños inocentes».

El patriarca latino advirtió contra la tentación de la violencia, «porque parecería que pudiera resolver nuestros problemas». «Es una falsa esperanza –aseguró–. Este estallido de violencia sólo trae complicaciones en la búsqueda de una solución justa al conflicto,  fervientemente deseada por el pueblo de esta tierra e incluso del mundo».

Recordó que «el periodo navideño simpre trae alegría y esperanza» y exhortó a iniciar el Año Nuevo «con la esperanza de que la paz está en el horizonte del mundo y en Palestina e Israel».

Dijo sentirse, junto a su pueblo, reforzado en sus oraciones y esperanza de paz «por las enérgicas palabras de nuestro Santo Padre Benedicto XVI» del que citó estas palabras: «Una vez más, querría repetir que la alternativa militar no es la solución y que la violencia, de donde quiera que provenga y cualquiera que sea su forma, debe ser firmemente condenada. Expreso mi esperanza en que, con el decisivo empeño de la comunidad internacional, se restablecerá el alto al fuego en la Franja de Gaza, condición indispensable para restaurar condiciones de vida aceptables para la población, y de que se reanuden las negociaciones de paz, con el rechazo de los odiosos actos de provocación y el uso de las armas».

«Aunque Jesús nació aquí, tuvo una misión significativa para el mundo entero -subrayó el patriarca Twal–. Así  también los problemas de nuestra Tierra Santa requieren una aproximación que va más allá de nuestras fronteras», subrayó el patriarca Twal. Y afirmó que «exigirán la adopción de un enfoque global a los problemas de estos países que respete las aspiraciones y los intereses legítimos de todas las partes».

«Somos un pueblo que ha sufrido y sigue sufriendo por la violencia desde hace 60 años», recalcó. Aunque, dijo, «también hemos renacido como hijos de Dios, cuyo Hijo vino y sufrió de tal manera que todos podamos esperar en su Victoria. Nuestro pensamiento y oración se dirige no sólo al pueblo de Tierra Santa sino también a aquéllos de otras tierras que están también sufriendo discriminación por razón de su raza, etnia o religión».

Se refirió a «las terribles imágenes del pueblo que sufre en nuestra tierra, especialmente las imágenes de las más pequeñas víctimas en Gaza», que «han abierto fuentes de compasión entre nosotros».

«En el nombre de Dios, que mostró su compasión sacrificando a su Hijo por nosotros, vemos el sufrimiento por doquier», afirmó el patriarca, elevando su voz «en defensa de los niños que, veinte años después de la adopción de la Convención de los Derechos de los Niños, siguen siendo vulnerables, necesitan asistencia humanitaria y que, sobre todo, han sido privados de sus derechos y dignidad más elementales».

«No somos líderes políticos –aclaró–, pero mientras pedimos que Cristo venga a nuestros corazones para reforzar en nosotros la esperanza y la fe, asumimos la misión de Cristo que no sabe de fronteras o confines».

«Que nuestro amor, sacrificios y oraciones -exhortó- lleven a los líderes políticos a construir una civilización de amor, reconciliación y seguridad para todos». 

Ciertamente, afirmó, «la lista de horrores y sufrimientos es interminable. Sin embargo, la respuesta a todo este sufrimiento nació aquí y empieza de nuevo hoy con nosotros, aquí Tierra Santa».

Y pidió «que la misión de Cristo niño, nacido para testificar por medio de la cruz la compasión de Dios, se renueve hoy en nosotros». 

«Que la presencia de estos niños, aquí entre nosotros hoy –exhortó–, nos recuerde que nuestra debilidad y nuestra pobreza no es un límite, porque el Salvador del mundo no vino en medio del poder y pompa mundanos sino en la debilidad. Hoy nosotros hemos alcanzado la victoria en la presencia de Cristo resucitado, que nos ha dado y compartido su victoria mediante el perdón de nuestros pecados y la comunión con su Padre,  mediante nuestra comunión con toda la humanidad, especialmente los pobres, los que sufren y los perseguidos».

«Necesitamos abrazar y anunciar esta victoria –dijo–; y después llevarla al mundo». E invitó a empezar «hoy en nuestras familias y pueblos, tomando una vez más la cruz del amor y la justicia, y tomarla por todos aquellos que buscan la victoria del amor de Dios, donde quiera que estén. Que todos aquellos que sufren, donde quiera que estén, pero especialmente en estos días y en estas tierras, vean nuestro amor, compromiso y solidaridad hacia ellos, en el nombre de nuestro salvador Jesucristo». 

«Señor, Príncipe de la Paz –concluyó–, danos tu paz que el mundo, la violencia y la ocupación no nos pueden dar. Señor, seguimos creyendo en que tu misericordia reforzará nuestra fe».

Por Nieves San Martín

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ZENIT Staff

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