Maria y Rosella, dos nuevas jóvenes italianas hacia los altares

La unidad de los cristianos y la educación de los niños, sus carismas

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MILAN, 20 septiembre 2002 (ZENIT.orgAvvenire).- Dos jóvenes muchachas que vivieron en el siglo XX podrían ser presentadas al mundo como modelos de santidad.

Una de ellas, la sierva de Dios Maria Marchetta, nacida en Grassano (Italia meridional), murió a los 27 años. La diócesis de Tricarico ha entregado a la Congregación para las Causas de los Santos los resultados del proceso diocesano.

La segunda, Rosella Staltari, estaba dotada de virtudes y goza de una fama de santidad que han inducido al obispo de Locri-Gerace a iniciar el proceso de beatificación. Tenía apenas 23 años cuando la muerte la sorprendió inesperadamente completamente dedicada a su labor educadora.

Maria nació en 1939 y murió en su pueblo natal en 1966. Pasó catorce años de su corta vida dando gracias a Dios por haberle confiado el gran sufrimiento de una paraplejia, entonces sin curación.

Ofreció su vida por la unidad de los cristianos y mantuvo correspondencia con Pablo VI. Hizo también al primado anglicano conocedor de esta decisión, madurada en la oración y tras pedir consejo a su director espiritual. Eran los años en que se iniciaba un camino de entendimiento y diálogo entre cristianos, con gestos concretos, tras años de malentendidos y hostilidades.

«A través de Radio Vaticana –escribía Maria a Pablo VI–, sigo desde hace muchos años la gran semana «por la unión». Le diré que todos los cismas y rupturas que se han dado en el curso de los siglos me interesan y los sigo con atención. La noche del 4 ó 5 de enero de 1964, cuando se encontró con el patriarca Atenágoras, yo le estaba cercana con mi ofrenda al Señor. Lo mismo ocurrió, cuando Su Santidad se encontró con el Primado anglicano. ¡Si supiera mi alegría y emoción por aquél acontecimiento!».

La joven escribió en términos parecidos, en 1966, al primado anglicano Ramsey, con motivo de su visita al Vaticano.

Rosella, por su parte, goza de fama de santidad entre todos los que la conocieron.

Ayer por la mañana, su diócesis inició el proceso. Allí se presentó su vida como «un canto de incesante búsqueda y de apasionada fidelidad a Dios, en el servicio gratuito a los hermanos».

Nació el 3 de mayo de 1951 en Cacciagrande, un lugar desaparecido tras un aluvión, unos meses después de su nacimiento. Perdió la madre a los dos años. El padre, viudo y con tres hijos, quiso asegurar a la niña un futuro sereno confiándola a un centro infantil dirigido por las Hijas de Nuestra Señora del Monte Calvario de Locri (Italia meridional).

Con la preparación recibida en el colegio, comenzó a trabajar con las Hijas de María Corredentora en la ciudad de Reggio-Calabria, siempre al sur de Italia. Hizo su profesión religiosa en esta congregación en 1973, y se trasladó a Palermo, capital de Sicilia, para llevar adelante, con otras dos religiosas, una escuela infantil.

Murió poco después, antes de cumplir 23 años. El proceso se ha iniciado con 42 testimonios sobre sus virtudes, unos de ellos llegado desde las Antillas.

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ZENIT Staff

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