Martin Sheen, la vuelta a la fe tras «Apocalypse Now»

El actor hispano-irlandés cuenta cómo ha vuelto a descubrir a Dios

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

ROMA, 19 nov (ZENIT.org).- Martin Sheen, el actor hispano-irlandés, protagonista de «Apocalypse Now», está convencido: una de las mejores maneras de valorar la fe es redescubrirla después de haberla perdido.

En realidad, Sheen no es más que su nombre artístico. Su nombre de pila es Ramón Estévez. Es padre tanto de Charlie Sheen, como de Emilio Estévez, los dos actores que han escogido los diferentes apellidos de su padre.

En una entrevista concedida al programa «Raíces y traiciones» de la cadena televisiva italiana «Raiuno», Martin Sheen, de origen católico, ha confesado en una larga entrevista cómo redescubrió la fe.

Ha sido, para este gran actor, un regreso a sus orígenes. De hecho, tomó su nombre artístico de un amigo que se llamaba Martin y el apellido del obispo y gran comunicador Fulton J. Sheen: «Lo veía en la televisión cuando era pequeño y creía que era un gran actor. Era un gran teólogo católico norteamericano y orador muy brillante. Me gustaba su fuego, su pasión, su sentido del humor, su presencia carismática».

–Usted es conocido como un bravo actor, un buen católico pero también como un rebelde, un crítico de la vida política y civil. ¿Esta vocación por la protesta nace del ciudadano o del católico?

–Martin Sheen: No logro separar las dos cosas: espero ser la misma persona en misa, en una manifestación de protesta, ante una cámara o ante mi mujer, mis hijos, mi comunidad, en mi trabajo de voluntariado.

–¿Recuerda los motivos de sus arrestos, o al menos de alguno?

–Martin Sheen: No siempre he practicado el catolicismo, de joven casi lo abandoné y viví muchos años sin fe. Volví a la fe en 1981 cuando vivía en París. He tenido una nueva aproximación, casi una epifanía, pero en realidad todo había iniciado cuatro años antes en Filipinas, mientras estaba rodando «Apocalypse Now». Me puse enfermo gravemente, estuve a punto de morir. Tuve una crisis de conciencia y al mismo tiempo de identidad. No sabía ya quien era, a dónde me dirigía, no sabía ya nada. Bebía, fumaba, me comportaba mal… una vida de verdad inútil. A pesar de que estuviera casado y tuviera hijos. Estaba confuso en mi interior. Quería ser una gran estrella del cine, quería ser amado por todos, estaba dividido por dentro, no tenía ninguna espiritualidad, no sabía cómo unir la voluntad del espíritu al trabajo de la carne ¿entiende? Estaba dividido. Tenía miedo de morir. Llamé a un sacerdote y recibí la extremaunción. Era el 5 de marzo de 1977. Estaba muriendo. Pero yo considero aquél día como el día de mi renacimiento. Me acerqué de nuevo a los sacramentos, volví a ir a Misa, pero iba con miedo: Dios me había golpeado y podía golpearme de nuevo si no me portaba bien. Y esto siguió durante varios meses hasta que un día me dije: «¿No hay amor, no hay alegría, no hay libertad en todo esto?».

–Como la historia del hijo pródigo…

–Martin Sheen: ¡Exacto! Entonces volví a beber y a llevar una vida loca. Pero algo había nacido. Había sido plantada una semilla y comenzó a crecer. Gradualmente empecé a preguntarme quién era, porqué estaba allí, dónde quería ir. Al final llegué a París, donde encontré a un viejo y muy querido amigo mío que se convirtió en un consejero espiritual muy importante, un guía. Era Terrence Malick, el director con el que había trabajado en «Badlans».

Empezó a darme libros. Filosofía, espiritualidad, teología… Un día me dio «Los hermanos Karamazov». Me costó una semana acabarlo, no podía dejar de leer. Aquél libro fue derecho a mi corazón, a mi alma. Así volví al catolicismo en París, el 1 de mayo de 1981.

–Ha hablado de «Apocalypse Now» como de una crisis. ¿La figura del capitán Willard representa una metáfora de su crisis personal?

–Martin Sheen: Creo que sí. No lo habría podido comprender entonces, han pasado 20 años. Pero ahora está muy claro. Un día pregunté a Francis Ford Coppola, el director: «¿Quién es de verdad este personaje?». Y Francis me dijo: «Eres tú, Martin, eres tú». En aquel tiempo era un joven muy confuso, bebía, siempre estaba agresivo. Y eso se ve en el filme. Ahora espero ser un poco distinto.

–Usted ha afirmado que se ha quedado con la espina clavada por no haber transmitido la fe a sus hijos como sus padres hicieron con usted. ¿Por qué le ha pasado esto a muchos padres de su generación?

–Martin Sheen: Es muy difícil. Creo que la fe católica que ha sido un don para mí, para todos nosotros, cuando éramos niños. ¿Qué otra cosa podían darme mis padres? Nos han dado su fe, su vida era un reflejo de esta fe. Y está bien. Pero nosotros no nos la hemos ganado, no la hemos pagado. No comprendimos el don extraordinario que recibimos. Y cuando hemos llegado a adultos hemos pensado: «No es tan importante, cuando esté a punto de morir, llamaré al sacerdote». Muchos piensan así, se dejan llevar por la corriente. Cuando he vuelto a acercarme a la Iglesia, había estado lejos durante 15 años, quizá más. Era un hombre sin necesidades, no tenía amor, no tenía respeto. Así, para mí, el momento en el que nací a la fe… lo sabía, lo sabía… pensé: «Estoy en casa, estoy en casa. Soy libre». Pero tuve que alejarme de la fe para comprender lo que era. Hasta que no has hecho ese viaje, y no lo has pagado, no creo que puedas apreciar la meta. Yo viajo por todo el mundo y voy a misa en países muy lejanos. Pero apenas empieza la misa y el Crucifijo se acerca por la nave central, pienso: «Conozco a este hombre, es también mi redentor, también me pertenece».

–Hace años asumió la responsabilidad respecto a Carrie y Paula, las compañeras de sus hijos que estaban embarazadas. Usted no quería que abortaran. ¿Puede hablarnos de ello?

–Martin Sheen: Vea, creo que Dios nos manda regalos. El más grande es otra persona, un niño; el más indefenso, el más inofensivo don que Dios nos pueda mandar. Dios no tiene la apariencia de un gigante, es un niño, lo tienes que acunar, alimentar.

La Madre Teresa nos ha enseñado siempre esto, ella veía a Dios en los seres más desesperados, especialmente en los niños indefensos. Dios está indefenso. Dios tiene necesidad de nosotros, Dios es capaz de trascender el misterio de la vida, haciéndose carne y sangre. Este es el misterio más grande.

Así que cuando la chicas de nuestros hijos quedaron embarazadas, ellos empezaron a hablar de aborto… Las chicas vinieron a vernos. Les preguntamos: «¿Queréis tener los niños?». «Sí». «Os ayudaremos a tenerlos, porque tenemos hijos y sabemos el valor de los hijos». Y eso hicimos. Mi mujer no es católica pero es madre y ama a los niños y dijo: «No habrá ningún aborto aquí».

Así tenemos estos tres maravillosos seres humanos, Taylor, Paloma y Cassandra. Tienen 16, 15 y 14 años ahora. Dios no dice: «Saldré a tu encuentro con un matrimonio perfecto», sino «Saldré a tu encuentro en tu desesperación, te costará algo pero todo te será devuelto. Créeme». Esto dice Dios. No… no ha sido fácil, ha sido duro, muy empeñativo, emotivamente hablando.

Los chicos no estaban contentos al principio pero luego han crecido y han comprendido lo que estábamos haciendo y el resultado es que ahora tienen una familia.

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

ZENIT Staff

Apoye a ZENIT

Si este artículo le ha gustado puede apoyar a ZENIT con una donación