Más vale prevenir que lamentar

Comentario al evangelio del Domingo 26° del T.O./B

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P. Jesús Álvarez, ssp 

ROMA, 27 septiembre 2012 (ZENIT.org).-Ofrecemos el comentario al evangelio del próximo domingo de nuestro colaborador padre Jesús Álvarez, paulino.

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«Juan le dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y no viene con nosotros y tratamos de impedírselo porque no venía con nosotros.» Pero Jesús dijo: «No se lo impidáis, pues no hay nadie que obre un milagro invocando mi nombre y que luego sea capaz de hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros, está por nosotros.» «Todo aquel que os dé de beber un vaso de agua por el hecho de que sois de Cristo, os aseguro que no perderá su recompensa.» «Y al que escandalice a uno de estos pequeños que creen, mejor le es que le pongan al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y que le echen al mar. Y si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela. Más vale que entres manco en la Vida que, con las dos manos, ir a la gehenna, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo. Más vale que entres cojo en la Vida que, con los dos pies, ser arrojado a la gehenna. Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo. Más vale que entres con un solo ojo en el Reino de Dios que, con los dos ojos, ser arrojado a la gehenna, donde su gusano no muere y el fuego no se apaga.»(Mc. 9, 38-43.45.47-48)

Los discípulos de Jesús pretendían tener el monopolio de los milagros, de la verdad, del bien, de la fe, de la salvación y hasta del mismo Dios. El móvil solapado era el dominio y los privilegios, no el servicio humano y salvífico a favor de la humanidad. Lamentablemente eso sigue dándose hoy en tantos grupos de la Iglesia católica, de las iglesias hermanas, de otras confesiones religiosas y de las sectas.

Gracias a Dios, el Espíritu Santo sopla donde quiere y como quiere, mucho más allá de los cálculos y límites de los acaparadores y sectarios, “gente bien”, que creen ser los únicos dueños de la verdad y de toda la verdad.

¿Vamos a sentirnos recelosos porque la salvación de Dios, de Jesús, no pase en exclusiva por nuestros grupos, por nuestros reducidos criterios y esquemas? Más bien sintámonos felices porque Dios rompe esas barreras, y alabémoslo con gratitud porque así lo hace, y sobre todo porque nos ofrece la posibilidad de compartir su obra de salvación universal en unión con nuestro Redentor, mediante todos los recursos a nuestro alcance: oración, palabra, obras, ejemplo y padecimientos asociados a los que Cristo ofreció “por ustedes y por todos los hombres”.

La obra de salvación más eficaz y universal es la Eucaristía, pues en ella se nos ofrece la posibilidad de compartir con Cristo mismo la salvación de la humanidad, sumándonos al sacrifico eucarístico como ofrendas vivas, santas y agradables al Padre. A partir de la Eucaristía, Cristo hace llegar su salvación más allá de todas las fronteras geográficas, religiosas, de raza, de clases. Y desde la Eucaristía nos admite a compartir con Él la insondable obra de la salvación universal.

Por ahí van los caminos del ecumenismo, de un sano pluralismo, que llevará a realizar el anhelo de Jesús: “Padre, que todos sean uno”; “Que haya un solo rebaño bajo un solo Pastor”. Firmes en la fe, hay que admirar, acoger y apoyar todo lo bueno, esté donde esté y venga a través de quien venga, pues el bien solo puede proceder del Espíritu Santo.

Jesús nos habla hoy también del escándalo, que es inducir a otros al mal, con malas acciones, palabras, gestos, actitudes u omisiones, destruyendo la fe en el corazón de los sencillos. Jesús considera el escándalo de tan extrema gravedad, que afirma que más valdría ser arrojados al fondo del mar, antes que fracasar la vida en el tormento eterno a causa del escándalo.

¡Cuánto debemos orar, trabajar y ofrecer las cruces –y sobre todo la Eucaristía–, por la salvación de los que hemos escandalizado, tal vez de mil maneras, durante nuestra vida!     

El Señor se refiere igualmente al escándalo personal al que nos puede llevar el instinto mediante los ojos, los oídos, el tacto, gusto, con riesgo de perderse a sí mismo y perder la herencia eterna que Cristo nos ganó con su vida, pasión, muerte y resurrección.

Por eso pedimos una y otra vez en el Padre nuestro: “No nos dejes caer en tentación y líbranos de mal”. Líbranos sobre todo del máximo mal: perderte a ti, suma Felicidad sin fin, y perderse a sí mismo en el tormento de la infelicidad eterna. Más vale ir al cielo mancos, cojos o ciegos (pues se curarán con la resurrección, como Cristo), que al infierno con todos los miembros.

Vale más ser prevenidos en tiempo que lamentarse eternamente.

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ZENIT Staff

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