Medicinas para el Tercer Mundo: el acuerdo de Doha

El impacto no podrá conocerse hasta dentro de varios años

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DOHA, Qatar, 1 diciembre 2001 (ZENIT.org).- Uno de los resultados positivos del reciente encuentro de la Organización Mundial de Comercio ha sido la decisión de hacer más flexibles las leyes sobre patentes de medicinas. Como explicaba el Financial Times el 15 de noviembre, esto dará derecho a los países pobres a ignorar las patentes, bajo las normas de la Organización Mundial de Comercio, en interés de la salud pública.

La declaración, aprobada por los ministros reunidos en Doha, Qatar, ha sido vista como una victoria para los países en vías de desarrollo que se han unidos en esta cuestión.

Con el acuerdo, los países serán capaces de expedir “licencias obligatorias”, que necesitan de una compañía de patentes para compartir su invención con un rival, explicaba el New York Times del 16 de noviembre. El acuerdo da a los países “la libertad de determinar las bases bajo las que se darán tales licencias”, particularmente para crisis de salud publica como el Sida, la tuberculosis y la malaria.

Brasil, India y la naciones de África han pedido cambios en las reglas sobre derechos de propiedad intelectual, con frecuencia referidos al TRIPS (aspectos relacionados con el comercio dela propiedad intelectual), que tienen que ver con las patentes de medicamentos.

Oxfam, la organización de desarrollo con base en Inglaterra que lleva a cabo campañas contra los medicamentos de precios altos, ha dicho que el acuerdo ha sido “un gran paso adelante en la batalla por los medicamentos asequibles”. Médicos sin Fronteras considera que la decisión reducirá considerablemente la amenaza de acciones punitivas contra países usando las autorizaciones obligatorias para satisfacer las necesidades de salud.

Las compañías farmacéuticas y las naciones del Primer Mundo han acordado relajar los derechos de propiedad de los fármacos porque temían que si no los demás países no estarían preparados para aceptar barreras comerciales más bajas para sus exportaciones, según un informe del 16 de noviembre aparecido en el Washington Post.

Además, resultaba importante que el encuentro de Doha tuviera una conclusión acertada para dar una señal de cooperación internacional en una época de inquietud en la política mundial y económica.

Como quiera que sea, según el Wall Street Journal del 15 de noviembre, mientras las compañías farmacéuticas han luchado duro para evitar cualquier concesión, una vez que se ha logrado el acuerdo, las empresas insisten en que nada ha cambiado substancialmente.

“La industria ha querido asegurarse de que el lenguaje final de esta declaración no aumente o disminuya los derechos y obligaciones” de los acuerdos de comercio mundial, ha afirmado Alan Holmer, presidente de la Pharmaceutical Research and Manufacturers of America, el grupo comercial de esta industria. “Ahora estamos satisfechos de que no fuera otro el lenguaje”.

Henry McKinnell, director ejecutivo y presidente de Pfizer Inc., afirmaba que la batalla en Doha es una campaña de relaciones públicas de los fabricantes indios de medicamentos genéricos que buscan mantener sus derechos a copiar los descubrimientos de los creadores de medicinas. “(Las compañías indias) hacen que el Napster parezca bueno” dijo McKinnell. La corte federal norteamericana declaró que Napster, un servicio on line para bajar música de internet, había contribuido a infringir los derechos de las marcas discográficas.

Loa analistas citados en el Wall Street Journal afirman que los verdaderos efectos de los cambios en las reglas de comercio no serán conocidos hasta que no pasen años y los países empiecen a decidir donde está la línea entre los medicamentos, que se necesitan desesperadamente para salir al paso a las amenazas serias contra la salud, y aquellos que sólo son buenos para la gente.

El debate sobre las patentes
Antes de que comenzara el encuentro, tuvo lugar un vivo debate entre los grupos que están a favor y en contra de flexibilizar las leyes de las patentes. El Financial Times del 7 de noviembre publicó dos puntos de vista sobre el tema.

Por un lado estaba el Dr. Harvey Bale, Jr, director general de la Federación Internacional de Asociaciones de Empresas Farmacéuticas y presidente del Pharmaceutical Security Institute.

Bale defendía que las leyes sobre las patentes promueven la protección esencial que hace posible las costosas investigaciones que se deben llevar a cabo en el desarrollo de nuevas terapias y vacunas para los miles de personas que sufren de enfermedades mortales o debilitantes, infecciosas y no infecciosas.

Si a las compañías farmacéuticas se les asegura que sus descubrimientos están seguros contra los robos, podrán dedicar más personal y fondos para descubrir y desarrollar nuevos inventos biomédicos para atajar y prevenir las enfermedades, mantenía Bale.

Él también apuntaba a que resolver los problemas médicos de los países pobres es más complicado que simplemente reformar las leyes sobre patentes. Los obstáculos reales que hay que superar, afirmaba, incluyen la pobreza, la falta de acceso a una suficiente asistencia financiera internacional, la ausencia de personal médico preparado, la falta de equipos para diagnósticos y una falta de liderazgo político efectivo para tratar la sanidad como una prioridad.

La opinión contraria la expresaba Sophia Tickell de Oxfam. Aceptaba la importancia de las patentes, en los países ricos, y la necesidad de respaldar la investigación. Pero Tickell observaba que en los países en vías de desarrollo, 37.000 personas mueren cada día de enfermedades que podían haber sido prevenidas y tratadas. Al flexibilizar las leyes sobre patentes, los precios bajan y se ayudará a los gobiernos pobres a que comiencen a solucionar las necesidades de sanidad pública.

Además, la representante de Oxfam explicaba que al permitir a los gobiernos comprar medicamentos genéricos a los fabricantes locales, los países pueden salvaguardar sus divisas.

Los países pobres simplemente no tienen la misma capacidad que los ricos de absorber los altos precios asociados con las patentes, concluía Tickell.

Los apuros del Tercer Mundo
Como observaba el Financial Times del 16 de noviembre, las nuevas normas de la Organización Mundial de Comercio no quitan todos los obstáculos a los países más pobres. El documento ha dejado por decidir la cuestión de si los países en vías de desarrollo pueden importar copias baratas desde países terceros con medicamentos patentados.

Todd Dickinson, antiguo director de la oficina de patentes y marcas norteamericana y ahora socio del bufete de abogados Howrey Simons Arnold & White, ha dicho que “parece que solamente beneficia a los países que ahora tienen sus propias industrias de medicamentos genéricos”.

El consejo de supervisión de los derechos de la propiedad intelectual tiene hasta fines del próximo año para encontrar una solución a la cuestión de cómo podrán beneficiarse de la relajación de las leyes de patentes los países que carecen de industrias locales de medicamentos.

Aparte de la cuestión de las patentes, los países del Tercer Mundo no han recibido mucha ayuda. Durante el encuentro que reunió a mediados de noviembre al Grupo de 20 naciones, los países más ricos del mundo y las economías clave emergentes, ha habido muchas palabras pero pocas acciones sobre cómo ayudar a los apuros de las personas más pobres del mundo, según informaba Reuters el 18 de noviembre.

El Secretario del Tesoro de Estados Unidos, Paul O’Neill expuso su idea de que los países ricos deberían dar los países pobres subvenciones más que préstamos. Pero Clare Short, el ministro para el desarrollo británico, consideró la propuesta como “una loca idea”.

Por su parte, el presidente del Fondo Monetario Internacional, Horst Koehler, acusó direct
amente a las naciones ricas de ser egoístas. “Hay un problema mayor en la lucha contra la pobreza y éste es el egoísmo de los países avanzados”, afirmó.

Las ayudas al desarrollo registraron sus niveles más bajos el pasado año. Algunos temen que los países pobres conseguirán poca ayuda mientras las naciones ricas tengan que plantar cara a la amenaza de recesión en sus propios países.

Jeffrey D. Sachs, director del Centro para el Desarrollo Internacional de la Universidad de Harvard y jefe de la comisión sobre macroeconomía y sanidad de la Organización Mundial de la Salud, entró en el debate el 21 de noviembre en las páginas del Washington Post.

En los años recientes, los programas de ayuda norteamericanos se han “colapsado esencialmente” a excepción de en Oriente Medio, apuntaba Sachs. Si las ayudas se consideran como un nivel de la renta nacional, los Estados Unidos ocupan ahora el penúltimo lugar entre los donantes.

El Plan Marshall le costó a Estados Unidos más del 2% del producto interior bruto durante algunos años, explicó el economista de Harvard. Pero ahora la cantidad de ayuda norteamericana es menos de una décima parte del 1% del PIB. Aumentando solamente a dos décimos del 1% supondría un extra de 10 billones de dólares para dedicarlos a controlar enfermedades, educación primaria, agua potable y otras necesidades vitales. Los pobres del mundo solamente pueden esperar que alguien esté escuchando.

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ZENIT Staff

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