Médico de cuerpos y almas, elegido obispo de Jerez de la Frontera

El sacerdote José Mazuelos Pérez

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CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 19 de marzo de 2009 (ZENIT.org).- Benedicto XVI ha nombrado obispo de Jerez de la Frontera, en España, al sacerdote José Mazuelos Pérez, en la actualidad delegado diocesano para la Pastoral Universitaria de la archidiócesis de Sevilla, según informa este jueves la Oficina de Información de la Santa Sede.

La diócesis de Jerez de la Frontera está vacante por traslado de monseñor Juan del Río Martín al arzobispado castrense de España. El nombramiento se hizo público el 30 de junio de 2008 y tomó posesión el 27 de septiembre del mismo año. Monseñor del Río ha seguido al frente de la diócesis jerezana como administrador apostólico.

Médico y especialista en Bioética

José Mazuelos Pérez nació en Osuna (Sevilla) el 9 de octubre de 1960. Antes de iniciar los estudios eclesiásticos se licenció en Medicina (1983) y ejerció como médico en su pueblo natal y, durante el servicio militar, en el Hospital Militar de San Carlos de San Fernando (Cádiz).

Desde 1985 a 1990 cursó los estudios eclesiásticos en el Seminario de Sevilla y fue ordenado sacerdote el 17 de marzo. Es licenciado (1995) y doctor (1998) en Teología Moral por la Academia Alfonsiana –Pontificia Universidad Lateranense–, en Roma. También en Roma realizó el curso de perfeccionamiento en Bioética en la Facultad de Medicina Gemelli.

Su primer destino sacerdotal fue como párroco en la Parroquia rural de San Isidro, Labrador, de El Priorato de Lora del Río, de 1990 a 1993. Después se trasladó a Roma para ampliar estudios y a su regreso, en 1998, fue nombrado Párroco de Santa María de las Nieves de Benacazón y Subdirector del Servicio de Asistencia religiosa de la Universidad de Sevilla, del que actualmente, y desde el año 2000, es director.

También desde el año 2000 es delegado diocesano para la Pastoral Universitaria y director espiritual de la Hermandad de los Estudiantes de la Universidad Hispalense.

Además, y desde el año 2002, es canónigo penitenciario de la Catedral de Sevilla. Es consultor de la Subcomisión de Familia y Vida de la Conferencia Episcopal Española.

En el campo de la docencia fue, durante el curso 2003-2004, profesor del Master de Bioética de la Universidad de Canarias y Profesor de Moral del plan de formación sistemática del profesorado de religión de Sevilla. Desde 2003 al 2005 impartió clases de Teología Moral en el Centro de Estudios Teológicos de Sevilla y actualmente imparte esta materia en el Instituto Teológico San Juan de Ávila y en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas de la diócesis de Jerez de la Frontera; es también profesor invitado de la Licenciatura en Teología Moral en la Facultad de San Dámaso de Madrid. Ha participado en diversos Simposios y Conferencias y es autor de numerosas publicaciones y artículos en revistas especializadas.

Publicamos la carta que el obispo electo ha escrito a los fieles de su futura diócesis.

* * *

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy, 19 de marzo de 2009, día en el que celebramos con gozo la solemnidad de san José, patrono de la Iglesia, al haberse hecho público que el Santo Padre Benedicto XVI me ha nombrado nuevo Obispo de la Diócesis de Asidonia-Jerez, os envío mi más afectuoso saludo.

En estos momentos resuenan en mí las palabras que Isabel exclamó ante la Santísima Virgen ¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? (Lc. 1,43), expresando con ellas mi fragilidad humana y mi debilidad ante la misión. Pero, al mismo tiempo, confío en el Señor y levantando los ojos a los montes (sal 120,1), me pongo en sus manos con la certeza de que ninguna cosa es imposible para Dios  (Lc. 1,37) y con la seguridad de que Él nunca deja de acompañar a sus discípulos en la misión encomendada.

Agradezco la confianza que el Santo Padre ha depositado en mí, al encomendarme esta inmensa responsabilidad de trabajar con vosotros en la Viña del Señor. Expreso mi comunión con su persona y con sus enseñanzas y acojo con gratitud el extraordinario testimonio de fidelidad y caridad eclesial que constantemente nos transmite. Recuerdo con afecto y admiración a mis predecesores, el recordado y querido Don Rafael Bellido Caro y a Don Juan del Río Martín, quien ha sido vuestro pastor desde el año 2000, con fidelidad y dedicación pastoral.

Saludo, en primer lugar, a todos los sacerdotes de la diócesis, tanto del clero secular como del regular. Confío en que el Señor me ayude a ser con vosotros pastor y para vosotros obispo. Como pastores, estamos llamados a ocuparnos de las necesidades humanas y espirituales de las personas a nosotros encomendadas, anunciando el Reino de Dios y haciéndonos canal de la Gracia, para que Cristo, el médico divino, pueda curar las heridas más profundas provocadas por el pecado. Como obispo, pido al Padre que me ayude a serviros y a estimularos en el anuncio del Evangelio en unidad y fidelidad a la Santa Iglesia y sus enseñanzas.

Mi saludo se dirige ahora a los seminaristas. Vosotros sois un signo del amor de Dios, que sigue bendiciendo a nuestra Diócesis con las vocaciones sacerdotales. Siguiendo el lema de la Campaña del Seminario de este año «Apóstol por gracia de Dios» os aliento a no echar en saco roto la gracia que el Señor os otorga (2Cor 6,1a). Os animo a que este tiempo de formación sea un auténtico crecimiento en la íntima comunión con Cristo a través de la oración, el estudio, los sacramentos y especialmente la Eucaristía, actualización del misterio de Cristo y, como afirma el Santo Padre Benedicto XVI, es la auténtica escuela de vida donde aprendemos de Jesús, Buen Pastor, que se deja humillar hasta la muerte en cruz y, así, nos muestra que el verdadero reino está en el servicio y en el amor.

Quiero expresar mi afecto a todos los miembros de vida consagrada. Os agradezco de corazón vuestra impagable entrega y los necesarios trabajos por el bien de las personas y de la Iglesia. Os animo a manteneos fuertes en la Gracia de Cristo Jesús  (2ª Tim 2,1) y seguir testificando al mundo que Dios es una realidad que se puede acoger y la roca sobre la que se funda la propia existencia. Permitidme que dirija mi pensamiento hacia las religiosas contemplativas. Vosotras, desde la vida oculta, al igual que San José, no sólo sois una fuerza imprescindible, sino una raíz necesaria para que el árbol de la Iglesia pueda dar frutos de vida eterna. Me encomiendo a vuestras oraciones para que el Espíritu Santo me ayude a imitar al justo San José en su humildad, entrega y fortaleza en el servicio al Hijo de Dios.

Me dirijo también a todos los fieles laicos, principalmente a las familias, miembros de las parroquias, movimientos laicales, comunidades eclesiales, hermandades y cofradías. El Señor os ha llamado para ser testigos de su amor, cooperar en la edificación de la cultura de la vida y construir la civilización del amor. El reto en la actualidad no es fácil, pero al igual que los primeros cristianos, nuestra fuerza no es más que el mandato del Señor. Nuestra valentía viene de la certeza de que Él está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt28,20b). Y nuestro descanso el saber que nada podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro (Rm. 8,39). Un recuerdo especial a los pobres, los enfermos, los que viven en la marginación y en la soledad, los niños y ancianos abandonados, los encarcelados, los inmigrantes y cuantos sufren como consecuencia de la crisis económica, en esos momentos difíciles sólo Dios puede abrir puertas de esperanza.

También envío mi afectuoso recuerdo y cercanía a los jóvenes, a los que he dedicado gran parte de mi vida sacerdotal, compartiendo con ellos sus dificultades y sus esperanzas. Os invito a poneros en camino hacia el próximo encuentro internacional de la juventud programado para 2011 en Madrid. Vosotros, como Pablo, est
áis llamados a ser los grandes evangelizadores de la cultura actual. Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere (1 Pe 3,15). Gritad con fuerza que Cristo es el camino para lograr la auténtica libertad. Proclamad con valentía que el Señor es el consuelo, la esperanza y la solución a tantas experiencias negativas y traumáticas, generadas por una sociedad regida por la ley del egoísmo y del bienestar.

Por último, extiendo mi afectuoso saludo a los hermanos de otras comunidades religiosas, a las autoridades civiles y militares, y a todos los hombres de buena voluntad, con los que espero y deseo colaborar para crear un mundo más justo y más humano.

Pido a  todos vuestra oración para que mi preocupación diaria no sea otra que la de subirme con Cristo en la cruz para ser, con Él y por Él, para vosotros, un verdadero pastor.

Que  la protección de María Inmaculada, Madre y Patrona, la custodia de San José y la intercesión de san Juan Grande nos ayuden a que la iglesia de Jerez sea un espejo nítido del amor de Dios a los hombres.

En el amor de Jesucristo, y de su Santísima Madre, os imparto mi bendición.

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ZENIT Staff

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