Meditación de un capuchino al Papa sobre la auténtica novedad de Cristo

El pontífice se prepara espiritualmente para la Semana Santa

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CIUDAD DEL VATICANO, 1 marzo 2002 (ZENIT.org).- Como cualquier fiel cristiano, Juan Pablo II dejó durante unos momentos sus ocupaciones de este viernes para escuchar la meditación de un fraile capuchino de preparación para la Semana Santa.

El padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, comenzó así una serie de meditaciones semanales que tienen por tema fundamental «Recomenzar desde Cristo» y que dirigirá los viernes al Papa y a sus colaboradores de la Curia romana en la Capilla Redemptoris Mater del palacio apostólico vaticano.

En esta ocasión, el fraile se detuvo a meditar en la propuesta que el obispo de Roma ha lanzado a todos los católicos a inicios del siglo XXI en su carta apostólica «Novo millennio ineunte»: contemplar el rostro de Cristo.

Con la venida de Jesús, constató el predicador, el rostro de Dios asumió una novedad sorprendente: no se trata de un rostro metafórico, sino de un rostro real, visible, un rostro de hombre.

En una cultura que desafía a la fe con su pretensión de buscar lo tangible hasta hacer de Jesús de Nazaret un hombre como cualquier otro, el padre Cantalamessa consideró que el desafío del cristianismo está en redescubrir la «verdadera humanidad de Cristo».

Las páginas del Evangelio, afirmó, no insisten tanto en afirmar que Jesús es un hombre verdadero, sino más bien en que es «el hombre nuevo», la imagen perfecta del Padre.

«No hay que pensar que por el hecho de querer compartir nuestras debilidades, participó también de nuestras culpas», advirtió el predicador. «Asumió la condición de esclavo, pero sin la contaminación del pecado. De este modo, enriqueció al hombre, pero no rebajó a Dios».

La ausencia de pecado, siguió explicando, «constituye la característica de su auténtica humanidad, pues el pecado es la única auténtica «superestructura», el único añadido al proyecto original de Dios sobre el hombre».

Cristo «no es el hombre que se asemeja a todos los demás, sino el hombre al que todos los demás deben asemejarse». Y concluyó: este es el objetivo de la Cuaresma.

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ZENIT Staff

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