Memoria de un gran obispo del sur de España

Fray Juan de Portocarrero fomentó la devoción al iniciador del cristianismo en Almería, san Indalecio

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ALMERÍA, jueves 29 noviembre 2012 (ZENIT.org).- Este viernes, el obispo diocesano Adolfo González Montes presidirá la Misa de Requiem en la catedral de La Encarnación de Almería, España, con motivo de la traslación de los restos de fray Juan de Portocarrero al lugar definitivo en el que descansará el que fuera obispo de Almería. Concretamente en una tumba mural en la capilla del obispo Villalán, conocida popularmente como capilla del Cristo de la Escucha, donde estuvieron los últimos treinta años y donde ahora se colocará una lápida conmemorativa.

Fray Juan de Portocarrero era natural de Salamanca, de origen noble. Su verdadero nombre fue don Juan del Castillo y Portocarrero. Ingresó en el convento de San Francisco de Salamanca de la Orden de Menores Observantes. En 1589, fue nombrado guardián del mismo convento; en 1901, era guardián del Convento de San Francisco de Zamora, y ese mismo año visitador de la provincia de Andalucía, presidiendo el capítulo en Jerez de la Frontera.

Estudió en la Universidad de Alcalá, en el Colegio de San Pedro y San Pablo de la provincia de Santiago, el segundo de los siete menores, fundado por el cardenal Jiménez de Cisneros en aquella universidad.

Fue confesor de la emperatriz María, hermana de Felipe II y mujer del emperador Maximiliano II, y de Ana de Austria, cuarta esposa de Felipe II. Según el cronista de la corte de Valladolid Luis Cabrera de Córdoba, el rey Felipe II lo presentó para el obispado de Almería. Fue preconizado obispo de Almería el 29 de julio de 1602, por bula del papa Clemente VIII. Tomó posesión el 7 de marzo de 1603.

Destacó por su devoción a san Indalecio, fundador del cristianismo en el sur de España, con otros varones apostólicos, y que fomentó especialmente en la ciudad de Almería. El Cabildo de la Catedral, reunido el 12 de julio de 1608, solicitó del rey que ordenara el traslado del cuerpo de san Indalecio, desde el Monasterio de San Juan de la Peña en Jaca, a Almería. Fueron infructuosas las gestiones. Tampoco prosperó la petición al Monasterio de San Juan de la Peña de una reliquia.

En 1616, acuerda el Cabildo celebrar la fiesta de san Indalecio con solemnidad, como patrón de la ciudad y diócesis. No desiste Portocarrero. Consigue una cédula real y un breve de Paulo V para que los monjes de San Juan de la Peña le entreguen la tan deseada reliquia. Lleva a cabo la gestión con éxito don Pedro de Molina, prior de la Catedral de Granada y vicario general de Zaragoza. La reliquia llega a Almería el 21 de enero de 1620. El obispo con el Cabildo y las autoridades de la ciudad, la reciben en el espigón del puerto.

Procesionalmente llegan a la Puerta del Mar (final de la calle Real y actual Parque) y allí el obispo coloca la reliquia en una arqueta de plata y la entrega oficialmente al Cabildo. La procesión, pasando por la calle del Mar (Real), carrera Real (Mariana) y plaza del Obispo, llega a la Catedral. En la Catedral se expuso a los fieles durante el octavario siguiente para que pudieran venerarla.

Portocarrero mandó hacer un estudio serio de la antigua diócesis urcitana y de la proximidad de Urci a la actual Almería. Convencido de ello, proclamó patrono de la diócesis a san Indalecio el día 8 de mayo de 1621. El rey aprobó las fiestas patronales del 15 de mayo de cada año. Desde 1623, se comenzó a celebrar la fiesta hasta nuestros días.

Unos días después de su muerte, el sábado 15 de marzo, acuerda el Cabildo que se celebren funerales por el obispo en todas las iglesias. Lo enterraron en la capilla del Sagrario, por él edificada. En 1936, durante la guerra, hicieron desaparecer su efigie de la fachada del palacio episcopal que ocupaba uno de los tres medallones que había sobre el balcón principal. Al ampliarse con una nueva construcción la capilla del Sagrario de la Catedral, retiraron el escudo que señalaba el lugar de la sepultura de fray Juan de Portocarrero, dejándola sin inscripción. Pasó el tiempo y nadie sabía donde se encontraba su tumba. Las excavaciones que se llevaron a cabo en 1974, en el subsuelo de dicha capilla, para instalación del Museo Catedralicio, deparó el día 4 de febrero de dicho año una grata sorpresa: una cripta sepulcral sumamente pobre, aunque toda ella de fábrica de cantería. Al día siguiente, informado el Cabildo, se toman diversos acuerdos respecto a la conservación «in situ» de los restos encontrados.

Un estudio detenido confirma que se trata, indudablemente, de la tumba de uno de los obispos antiguos. A pesar del estado de destrucción, se distinguían perfectamente los ornamentos pontificales: la casulla, dos tunicelas y los guantes bordados en oro, todo de seda morada. Los guantes tenían en el bordado el anagrama JHS. Sobre los pies un trozo de cordón franciscano afianzó la convicción de que eran los restos mortales del gran hijo de san Francisco y obispo de Almería, fray Juan de Portocarrero.

Por los libros de actas capitulares se supo que la actual capilla había sido obra de Jerónimo del Valle y Ledesma. Rápidamente se ejecutaron las obras.

Hace algunos años que las cenizas de Portocarrero fueron colocadas en una urna de mármol, con su escudo heráldico, que costeó la Orden Tercera Seglar de San Francisco de esta ciudad. Desde entonces hasta esta fecha, está depositada en la capilla del Santo Cristo de la Escucha de la Catedral, en la que reposan también los restos mortales, en precioso mausoleo renacentista, del también obispo franciscano y fundador de esta Catedral, fray Diego Fernández de Villalán.

Tomado de la pagina de la diócesis de Almería: http://www.diocesisalmeria.es/.

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ZENIT Staff

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