Mensaje de Benedicto XVI sobre el diálogo intercultural e interreligioso

Con ocasión de la Jornada de Estudio “Culturas y religiones en diálogo”

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CIUDAD DEL VATICANO, martes 9 de diciembre de 2008 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el texto íntegro del mensaje de Benedicto XVI a los presidentes de los Consejos Pontificios para el Diálogo Interreligioso y para la Cultura, con motivo de la Jornada de Estudio sobre «Culturas y religiones en diálogo», celebrada el pasado 4 de diciembre, hecho público este martes por la Santa Sede.

* * *

Al señor cardenal Jean-Louis Tauran

Presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso

y

al arzobispo Gianfranco Ravasi

Presidente del Consejo Pontificio para la Cultura

Deseo ante todo expresar viva satisfacción por la iniciativa conjunta del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso y del Consejo Pontificio para la Cultura, que han querido organizar una Jornada de Estudio dedicada al tema: Culturas y Religiones en diálogo, como participación de la Santa Sede en la iniciativa de la Unión Europea, aprobada en diciembre de 2006, de declarar el 2008 como «Año europeo del diálogo intercultural». Saludo cordialmente, junto con los presidentes de los Consejos Pontificios antes mencionados, a los señores cardenales, a los venerados hermanos en el episcopado, a los excelentísimos miembros del cuerpo diplomático acreditados ante la Santa Sede, así como a los Representantes de las distintas religiones participantes en este significativo encuentro.

Ya desde hace muchos años Europa ha tomado conciencia de su sustancial unidad cultural, a pesar de la constelación de culturas nacionales que han modelado su rostro. Es bueno subrayarlo: la Europa contemporánea, que se asoma al tercer milenio, es fruto de dos milenios de civilización. Ésta hunde sus raíces tanto en el ingente y antiguo patrimonio de Atenas y de Roma, como sobre todo en el fecundo terreno del cristianismo, que se ha revelado capaz de crear nuevos patrimonios culturales recibiendo la contribución original de cada civilización. El nuevo humanismo, surgido de la difusión del mensaje evangélico, exalta todos los elementos dignos de la persona humana y de su vocación trascendente, purificándolos de las escorias que ofuscan el auténtico rostro del hombre creado a imagen y semejanza de Dios. Así, Europa nos aparece hoy como un precioso tejido, cuya trama está formada por los principios y valores emanados del Evangelio, mientras que las culturas nacionales han sabido bordar una inmensa variedad de perspectivas que manifiestan las capacidades religiosas, intelectuales, técnicas, científicas y artísticas del Homo europeus. En este sentido, podemos afirmar que Europa ha tenido y tiene todavía una influencia cultural sobre la totalidad del género humano, y que no puede dejar de sentirse particularmente responsable no sólo de su propio futuro, sino también del de la humanidad entera.

En el contexto actual, en el que cada vez más frecuentemente nuestros contemporáneos se plantean las preguntas esenciales sobre el sentido de la vida y su valor, parece más importante que nunca reflexionar sobre las antiguas raíces de las que ha fluido una linfa abundante a lo largo de los siglos. El tema del diálogo intercultural e interreligioso, por ello, emerge como una prioridad para la Unión Europea e interesa de modo transversal a los sectores de la cultura y la comunicación, de la educación y de la ciencia, de las migraciones y de las minorías, hasta llegar a los sectores de la juventud y del trabajo.

Una vez acogida la diversidad como dato positivo, es necesario hacer que las personas acepten no sólo la existencia de la cultura del otro, sino que también deseen enriquecerse con ella. Mi predecesor, el siervo de Dios Pablo VI, dirigiéndose a los católicos, enunciaba en estos términos su profunda convicción: «La Iglesia debe entrar en diálogo con el mundo en el que vive. La Iglesia se hace palabra, al Iglesia se hace mensaje, la Iglesia se hace conversación» (encíclica Ecclesiam suam, n. 67). Vivimos en lo que se suele llamar un «mundo plural», caracterizado por la rapidez de las comunicaciones, por la movilidad de los pueblos y por su interdependencia económica, política y cultural. Precisamente en esta hora, quizás dramática, aunque por desgracia muchos europeos parecen olvidar las raíces cristianas de Europa, éstas están vivas, y deberían trazar el camino y alimentar la esperanza de millones de ciudadanos que comparten los mismos valores.

Los creyentes, por tanto, deben estar siempre dispuestos a promover iniciativas de diálogo intercultural e interreligioso, para estimular la colaboración en temas de interés recíproco, como la dignidad de la persona humana, la búsqueda del bien común, la construcción de la paz, el desarrollo. Con este propósito, la Santa Sede ha querido dar una relevancia particular a su propia participación en el diálogo de alto nivel sobre la comprensión entre las religiones y las culturas y sobre la cooperación para la paz, en el marco de la 62a Asamblea General de las Naciones Unidas (4-5 octubre de 2007). Para ser auténtico, un diálogo así debe evitar ceder al relativismo y al sincretismo y debe estar animado por el respeto sincero a los demás y por un generoso espíritu de reconciliación y fraternidad.

Animo a cuantos se dedican a la edificación de una Europa acogedora, solidaria y cada vez más fiel a sus raíces, y en particular, exhorto a los creyentes a que contribuyan no sólo a custodiar celosamente la herencia cultural y espiritual que los distingue y que forma parte integrante de su historia, sino que se comprometan cada vez más en buscar nuevas vías para afrontar de forma adecuada los grandes desafíos que marcan la época postmoderna. Entre estas, me limito a citar la defensa de la vida del hombre en todas sus fases, la tutela de todos los derechos de la persona y de la familia, la construcción de un mundo justo y solidario, el respeto de la creación, el diálogo intercultural e interreligioso. En este perspectiva, hago votos por el éxito de la Jornada de Estudio en programa e invoco sobre todos los participantes la abundancia de las bendiciones de Dios.

En el Vaticano, 3 de diciembre de 2008

BENEDICTUS PP. XVI

[Traducción del original italiano por Inma Álvarez

© Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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