Mensaje de las Comisiones de Pastoral Indígena y Social del episcopado mexicano

En vísperas de la visita del Papa

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CIUDAD DE MÉXICO, 11 julio 2002 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje de los obispos de la Comisión Episcopal de Pastoral Indígena y la Comisión Episcopal de Pastoral Social, con ocasión de la 5ª. visita del Papa Juan Pablo II para la canonización del Beato Juan Diego Cuauhtlatoatzin, el 31 de julio y la Beatificación, el 1 de agosto, de Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles, mártires oaxaqueños.

COMISIÓN EPISCOPAL DE PASTORAL INDÍGENA
COMISIÓN EPISCOPAL DE PASTORAL SOCIAL
“Y tú, tú eres mi embajador, en ti pongo toda mi confianza” [1]

Al Pueblo de Dios, a todas las mujeres y hombres de buena voluntad
1. Nos dirigimos a ustedes, para decir nuestra palabra de esperanza y ánimo en este momento tocado por la Gracia de Dios, porque el proceso de evangelización en nuestra patria, se ve favorecido con la canonización y beatificación de nuestros hermanos indígenas.

2. La 5ª. visita de Su Santidad Juan Pablo II nos anima como Iglesia, Pueblo de Dios, al confirmarnos en la fe y en el seguimiento de Nuestro Señor Jesucristo en este suelo de México, que ha sido privilegiado con la especial protección de Nuestra Señora de Guadalupe, quien ha querido manifestarnos su amor tomando nuestros rasgos morenos, ofreciéndonos con ello “un gran ejemplo de evangelización perfectamente inculturada”. [2]

3. Es grato celebrar la canonización y beatificación de los hermanos indígenas, porque sabemos que el reconocimiento de sus personas, conlleva el reconocimiento de los indígenas como pueblos. La inculturación del Evangelio pone de relieve la riqueza de cada cultura, de cada pueblo, en donde vemos clara la acción del Espíritu de Dios que actúa siempre y en todo lugar.

4. Como parte de la Iglesia que somos, mucho deseamos que este reconocimiento lo sea también al proceso en que los indígenas han emergido como sujetos de su historia, pues aunque los pueblos indios son antiguos en su existencia, son nuevos por su emergencia. Con Juan Pablo II afirmamos que los indígenas, “al defender su dignidad, no sólo ejercen un derecho, sino que cumplen también el deber de transmitir su cultura a las generaciones venideras” [3].

5. El acontecimiento eclesial de la canonización y beatificación de los hermanos indígenas nos llena de alegría, toda vez que su reconocimiento por la Iglesia universal significa que ellos son un ejemplo que nos puede ayudar a retomar los orígenes y las raíces indias de nuestro pueblo. Con su experiencia todos nos podemos identificar y si vivimos como ellos, embajadores de Dios y de la Virgen, solidarios con los débiles, podemos llegar a Cristo y a Dios.

6. En ese sentido, además de tener como protectores, modelos y guías a estos hermanos indígenas, ellos se convierten en un símbolo para la religiosidad del pueblo. De hecho, una de las riquezas culturales de los pueblos indios es la religiosidad popular, de la que nutren su fe y su esperanza. Los símbolos tienen una importancia particular en la religiosidad indígena, expresada por medio de procesiones, fiestas patronales, devoción a imágenes, especialmente de la Virgen María y Cristos dolientes, culto a los difuntos, etc.

7. Como nos indica el Papa Paulo VI, de grata memoria, “la religiosidad popular refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer… los hace capaces de generosidad y sacrificio hasta el heroísmo… comporta un hondo sentido de los atributos profundos de Dios… engendra actitudes interiores que raramente pueden observarse en quienes no poseen esta religiosidad. Más que religiosidad, ésta es la religión del pueblo…” [4] Para los pueblos indígenas, la presencia y mensaje de Santa María de Guadalupe es el elemento fundamental que los ha afianzado en la fe, dando sentido a su religiosidad en la aceptación y vivencia del Evangelio. [5]

8. El hecho Guadalupano es, para todos los mexicanos, un horizonte para nuestra cultura y nuestra identidad como pueblo. Pero debemos reconocer que para los pueblos indios reviste una importancia especial, pues en el Mensaje de Nuestra Señora Santa María de Guadalupe el indio es el protagonista, ella le pide que “hable en su nombre”, le dice que es su “embajador muy digno de confianza” y que quiere hacer su casita donde están los lamentos del pueblo, para desde ahí poder “oír sus miserias, sus penas y dolores”, pues quiere “remediar todo esto”, su amor es para todos los moradores de estas tierras.

9. El Mensaje Guadalupano reivindica el lugar del pobre y del excluido en la construcción de una nación más justa y fraternal. Dios se manifiesta en el pobre para llamar a todos a construir una nueva sociedad, donde todos sean escuchados e incluidos. Este ha sido el énfasis actual de la Iglesia, construir toda comunidad desde la comunión eclesial, la solidaridad y la fraternidad; en esta tarea muchos agentes de evangelización, especialmente indígenas, han tenido un papel protagónico, a ellos les expresamos nuestro agradecimiento pues mantienen viva la esperanza de sus pueblos.

10. Sin embargo, en el escenario nacional actual vemos con preocupación la creciente exclusión de muchos hermanos y hermanas empobrecidos, entre ellos los indígenas; se va imponiendo la idea de que “fuera del libre mercado no hay salvación”. Las fuerzas que están modificando la relación de derechos-deberes a nivel internacional son los tratados comerciales y de inversión, que otorgan amplios derechos a los inversionistas extranjeros sin tener, en cambio, iguales deberes con los países destinatarios de las inversiones. La planeación a largo plazo del desarrollo y de los proyectos de inversión en las regiones con fuerte presencia indígena, como el sureste del país, es a veces realizada por organismos financieros internacionales, con poca participación de los empresarios locales y sin tomar en cuenta la voz de las comunidades indígenas. La nación mexicana tiene una deuda con los pueblos indios: crear una nueva relación entre gobierno, sociedad y pueblos indios, basada en el respeto y la inclusión.

11. Por lo anterior, como Iglesia queremos reafirmar nuestro compromiso con los indígenas “¿Cómo podría olvidar [la Iglesia] los enormes sufrimientos infligidos a los pobladores de este continente durante la época de la conquista y la colonización?” [6], ¿Cómo olvidarlos ahora? Tenemos la firme convicción de que el indio, “embajador muy digno de confianza” -como lo anuncia el mensaje de Nuestra Señora de Guadalupe- nos ofrece la oportunidad de vernos como hermanos en esta patria; no es posible seguir viviendo en un México dividido por el racismo y la discriminación; los pueblos indios merecen con justicia un reconocimiento a sus culturas, a su modo de ser y a su autonomía. El proceso de transición que vive nuestra patria no puede quedar empañado por la falta de sensibilidad política de nuestros representantes populares, quienes, si de verdad quieren responder al mandato que recibieron en las urnas, deben elaborar leyes justas y velar su cumplimiento.

12. Por ello, hacemos un llamado a la sociedad entera para que no quede postergado por más tiempo el reconocimiento a los derechos y cultura de los pueblos indios. Tenemos que cambiar nuestros criterios y actitudes ante los pueblos indios, para pasar de una valoración que los considera sólo como objeto de nuestra generosidad y benevolencia, para llegar a verlos como las personas y los pueblos que exigen hoy lo que les corresponde en justicia: ser sujetos de derechos.

13. En diferentes mensajes, el magisterio de la Iglesia se ha pronunciado a favor del reconocimiento de la cultura de cada pueblo. De hecho, los obispos mexicanos hemos afirmado en nuestra Carta Pastoral que “en la subjetividad de una sociedad y de una Nación radica de manera originaria y plena la soberanía de un pueblo. La soberanía política o económica suponen la
soberanía fundamental basada en la cultura y en el pueblo que constituyen la Nación”. [7]

14. Por otra parte, hacemos nuestras las palabras de Su Santidad Juan Pablo II, cuando dirigiéndose a los indígenas, les dice: “a ustedes, cuyos antepasados fueron los primeros habitantes de esta tierra, al tener sobre ella un derecho adquirido a lo largo de generaciones, les sea reconocido ese derecho de habitar en ella en paz y serenidad, sin el temor –verdadera pesadilla- de ser desalojados en beneficio de otros, antes bien estén seguros de un espacio vital, que será base no solamente para su supervivencia, sino para la preservación de su identidad como grupo humano, como verdadero pueblo y nación. Deseo grandemente que a esta cuestión compleja y espinosa se dé una respuesta ponderada, oportuna, inteligente, para beneficio de todos. Así se respetará y se favorecerá la dignidad y la libertad de cada uno de ustedes como persona humana y de todos ustedes como un pueblo y una nación”. [8]

15. Por tanto, creemos pertinente hacer un llamado a “Reconocer y promover las diversas culturas que integran nuestra Nación, para que nunca el poder del Estado o del mercado las vulnere, sino que las respete en su legítima soberanía. De esta manera, las culturas que integran nuestra Nación podrán fungir como el subsuelo cualitativo sobre el que cada comunidad construye su futuro y se integra a la dinámica social, económica y política a escala nacional y mundial”. [9]

16. Llamamos, también, a “mejorar la manera como promovemos a las comunidades y a las culturas indígenas en el contexto de nuestra Nación, para que sin mermar la legítima autonomía que poseen se logre una adecuada y respetuosa integración de sus aportes y riquezas particulares, a través de los cambios jurídicos necesarios para tal efecto. Toda cultura y etnia son realidades dinámicas que han de desarrollarse en fidelidad a su identidad y con apertura al contexto en el que viven. Por ello, tan peligroso es para las comunidades indígenas abrirse indiscriminadamente a procesos que destruyen su aporte específico, como cerrarse a la posibilidad de una eventual evolución que responda entre otras cosas, al mundo que las rodea”. [10]

17. El reconocimiento constitucional y legal de los derechos y cultura indígena debe salvaguardar la subjetividad cultural de la Nación, pues ello protege su voz, su historia y su cultura, expresadas de las más diversas formas en sus tradiciones y creencias. Todo esto se asume, incluso, en el convenio 169 de la OIT, firmado y ratificado por nuestro país. Los pueblos indios no quieren quedar excluidos, como lo han estado durante siglos.

18. A pesar de los consensos alcanzados por los poderes ejecutivo y legislativo al establecer reformas a nuestra Carta Magna, para reconocer los derechos y cultura indígena, los resultados no han sido satisfactorios para muchos de estos pueblos. Es por ello que estamos en actitud de diálogo y a la espera de las resoluciones de la Suprema Corte de Justicia de la Nación sobre las controversias constitucionales presentadas por los pueblos indios.

19. Para garantizar el reestablecimiento del proceso de Paz en nuestro país, es preciso responder a las demandas básicas de los pueblos indios. No queremos, ni deseamos, mayor derramamiento de sangre. Esperamos que el proceso de Paz y de diálogo se reactive. Convocamos a todos los mexicanos a trabajar en: 1) el reconocimiento de los derechos y las culturas indígenas; 2) la más amplia difusión, a través de los medios, de la ética indígena, en lo que tiene de valor universal y congruente con el mensaje cristiano; 3) el apoyo a la educación de la niñez indígena en sus propias comunidades y lenguas, y de manera que no se desarraiguen de su cultura e historia; 4) la promoción de mecanismos para apoyar sus organizaciones productivas y la salida al mercado de sus productos; 5) el apoyo a sus gestiones ante las autoridades de todos los niveles, así como la garantía para que la procuración e impartición de justicia se haga en sus propias lenguas; 6) la formación de conciencia, en el resto del país, de sus historias particulares y aportaciones; 7) la protección de sus conocimientos de la naturaleza, que están siendo apropiados por laboratorios transnacionales para desarrollar investigaciones que luego convierten en patentes; 8) la promoción de la organización productiva de los indígenas, y la realización de estudios que apoyen el conocimiento de sus recursos, así como las opciones que tienen para su desarrollo económico; 9) la creación de programas con jóvenes indígenas, a quienes se apoye para que regresen a sus comunidades a promover el desarrollo económico, cultural y social; 10) la protección de su hábitat y la preservación de sus valores culturales, ante los proyectos que contemplan corredores industriales y agronegocios que amenazan con la destrucción de bosques y selvas, y la contaminación del medio ambiente donde ellos viven.

20. Por último, queremos recordar que la Virgen envió una señal para que creyeran en su “embajador”, el indio. Hoy las rosas que María nos manda cortar son los esfuerzos de los pueblos que se organizan para conseguir el pan a base de tenacidad, cuando los programas de asistencia social no llegan a ser satisfactorios. Las rosas que ofrecemos a María de Guadalupe, para que las toque con sus manos amorosas, son aquellas que representan la hermandad que eliminan los privilegios de unos cuantos y nos hacen un sólo pueblo mexicano, respetando al mismo tiempo la diferencia de cada pueblo, porque ésa es nuestra riqueza: la diversidad.

21. Encomendamos nuestros esfuerzos al Dios de la Vida, que quiere la Vida en abundancia para todos. Confiados en el regazo de Nuestra Santísima Madre María de Guadalupe, queremos caminar acompañando a nuestro pueblo en la búsqueda de mejores condiciones de Vida.

México, D. F., 3 de julio de 2002.

:::
[1] Nican mopohua, No. 87.
[2] Juan Pablo II, Mensaje inaugural de la IV Asamblea de la Conferencia del Episcopado Latinoamericano, Sto. Domingo 1992, No. 24.
[3] Juan Pablo II, “Mensaje a los amerindios” Santo Domingo, 12 de octubre de 1992, L’Osservatore Romano No. 43, (10/23/92) p. 14.
[4] Paulo VI, Evangelio Nuntiandi, Roma 1975, No. 48.
[5] Cfr. González, D. Héctor, “Realidades Socio-Políticas y Culturales de los Pueblos Indígenas de México”, Exposición presentada en el Encuentro Latinoamericano de Obispos: “Emergencia indígena, desafío para la pastoral de la Iglesia”, del 22-26 de abril de 2002, Oaxaca, México.
[6] Juan Pablo II, “Mensaje a los amerindios”, Op. Cit.
[7] CEM, Carta Pastoral del Encuentro con Jesucristo a la Solidaridad con todos, México 2000, No. 227.
[8] Juan Pablo II, “Discurso a los indígenas del Amazonas”, Manaos, Brasil 10 de julio de 1980, L’Osservatore Romano, No. 31 (08/03/80), p. 7.
[9] Carta Pastoral, No. 297.
[10] Carta Pastoral, No. 298.

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ZENIT Staff

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