Mensaje de los obispos de México: «Servidores del Evangelio y testigos de la esperanza»

LAGO DE GUADALUPE, sábado, 21 abril 2007 (ZENIT.orgEl Observador).- Al concluir los trabajos de la 83 Asamblea de la Conferencia del Episcopado Mexicano, los obispos de este país han emitido un comunicado en el que enfatizan la necesidad de diálogo, reconciliación, paz y justicia para México. A continuación, el texto completo del comunicado final de esta Asamblea Plenaria llevada a cabo en Lago de Guadalupe, sede de los encuentros de la Conferencia.

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1. Los Obispos de México saludamos con gozo pascual al pueblo de Dios y queremos compartirles nuestras esperanzas al estar reunidos en la LXXXIII Asamblea Plenaria. Nuestra tarea pastoral es la evangelización, porque hemos sentido la urgencia del Reino y la llamada a ser testigos y apóstoles con nuestra propia vida. Esta esperanza crece con la celebración de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, a celebrarse el próximo mes de Mayo, en Aparecida, Brasil, y nos ayudará a fortalecer nuestra misión de ser discípulos y misioneros de Jesucristo, Camino, Verdad y Vida.

En esta Asamblea, una de las metas que nos hemos propuesto es iluminar la nueva estructura pastoral de la CEM con la Carta Pastoral del 2000, «Del Encuentro con Jesucristo a la solidaridad con todos», la cual insiste de manera reiterada, en la conversión y en la comunión eclesial.

2. Es claro que vivimos un cambio de época donde los valores que sustentan el modelo cultural vigente son cuestionados con diferentes argumentos y aparecen antivalores como opciones que se presentan al ciudadano sin alternativas y muchas veces violentando su libertad. Este cambio de época trae consecuencias negativas como la ambigüedad y confusión al presentar los valores del modelo cultural vigente, el abuso de la libertad personal que conduce al libertinaje, y el debilitamiento de las instituciones por el embate de la opinión pública. La responsabilidad actual de los cristianos es lograr que los valores del reino de Dios sean levadura en el proceso de gestación del cambio de época o nuevo modelo cultural.

3. Sin duda que muchos de los cambios que se han dado en numerosos órdenes de la sociedad civil y política han sido positivos y algunos dignos de elogio, como son los signos mas expresivos en favor de la democracia. En la Carta pastoral señalábamos nuestro aprecio por el sistema democrático, aprecio que mantenemos firme, si bien no pocos manifiestan sus dudas y hasta su desencanto. Sabemos que la democracia no se agota en el proceso electoral, que exige la participación activa de todos los ciudadanos y una recta concepción de la persona humana, de su dignidad y de sus valores. La Iglesia ofrece su colaboración en la conformación de un verdadero estado democrático mediante la promoción y defensa de la dignidad de la persona humana y sus derechos inviolables; en la defensa de la libertad fundamentada en la verdad y en el respeto mutuo, en la tolerancia y en la solidaridad con justicia social.

4. Como actores relevantes en la construcción de la democracia señalábamos a los jóvenes, a las mujeres y a los pobres, quienes siguen esperando ocupar su lugar propio y activo en la sociedad. A los jóvenes se les debe ofrecer una educación rica en conocimientos y principios que ordenan los valores hacia el desarrollo integral de su persona. Las mujeres son merecedoras «del mayor reconocimiento de la comunidad y de sus pastores… ellas han preservado y consolidado la institución familiar apoyadas en su fe en Jesucristo y el amor a la Iglesia, que han sabido transmitir a sus hijos» (Carta, No. 411). Los hermanos pobres «no son una minoría que deba tratarse bajo condiciones de excepción, sino la gran porción de nuestro pueblo que anhela y requiere condiciones dignas para su pleno desarrollo» (o.c. No. 415). Entre los rostros del pobre hay que señalar con particular énfasis a los hermanos migrantes de ambas fronteras y a los indígenas, que están exigiendo un trato justo y humano, respetuoso de sus derechos y de su dignidad.

5. En el campo intraeclesial, queremos señalar la necesidad de «hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión» (NMI, No. 43) donde fieles laicos, consagrados, presbíteros y Obispos se unan en estrechos vínculos de caridad y de acción, mediante una nueva evangelización. Es además nuestro deber impulsar la toma de conciencia de los fieles laicos acerca de su vocación específica como «hombres y mujeres de Iglesia en el corazón del mundo y hombres y mujeres del mundo en el corazón de la Iglesia». Cuanto mayor empeño requiere la participación social de un fiel laico católico, mayor es su responsabilidad cristiana y las exigencias de su santificación. Este es el «rostro laical» que necesita nuestra Iglesia.

6. El anuncio del Evangelio es una invitación constante a la conversión, una exigencia de toda la Iglesia -pastores y fieles-, que tiene su centro en la santa Eucaristía, especialmente en la misa dominical. La «iniciación cristiana» es un proceso de encuentro personal con Cristo, mediante un itinerario de la formación en la fe e integración a la vida de la comunidad. La fe recibida por tradición que sostenía a los católicos de antaño, no es ya suficiente. Los miembros de la Iglesia deben saber dar razón de lo que esperan, de lo que aman y de lo que creen, actuando en la promoción de la verdad, la justicia y la paz en la sociedad.

7. Los Obispos, como pastores del Pueblo de Dios, compartimos nuestra preocupación sobre el tema de la vida y recordamos que «una obligación primaria del Estado consiste en velar y defender el derecho natural de todo ser humano a la vida y a la integridad física desde la concepción hasta la muerte. Si una ley positiva ‘priva a una categoría de seres humanos de la protección que el ordenamiento civil les debe, el Estado niega la igualdad de todos ante la ley. Cuando el Estado no pone su poder al servicio de los derechos de todo ciudadano, y particularmente de quien es más débil, se quebrantan los fundamentos mismos del estado de derecho’» (o.c. No. 283). Ningún hombre o mujer, profese la religión católica o no, debe apoyar las propuestas sociales o políticas que favorezcan acciones contra la vida como el aborto o la eutanasia. Debe constar con toda claridad que «el aborto directo, es decir, querido como fin o como medio, es un desorden moral grave, en cuanto eliminación deliberada de un ser humano inocente. Ninguna circunstancia, ninguna finalidad, ninguna ley del mundo podrá jamás hacer lícito un acto que es intrínsecamente ilícito» (Juan Pablo II, Evangelio de la Vida, 62).

8. En este mensaje quisimos sólo señalar algunos de los graves problemas que tenemos pendientes, tanto ustedes fieles hijos de la Iglesia como nosotros sus Pastores. La tarea, para nadie es fácil, pero nos consuela siempre la Palabra del Señor que, al despedirse de los suyos, les dijo: «En el mundo tendrán tribulaciones. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). Nosotros, los creyentes en Cristo, nunca estamos solos. Tenemos la fuerza del Señor resucitado que acompaña siempre a su Iglesia. Con esta confianza y gozo pascual en nuestro corazón de pastores los saludamos con afecto y les ofrecemos, en comunión con nuestra Madre, Santa María de Guadalupe, nuestra plegaria y bendición.
Por los Obispos de México,

+ Carlos Aguiar Retes
Obispo de Texcoco
Presidente de la CEM

+ José Leopoldo González González
Obispo Auxiliar de Guadalajara
Secretario General de la CEM

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ZENIT Staff

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