Mensaje de Pascua del patriarca latino de Jerusalén

JERUSALÉN, domingo, 8 abril 2007 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje de Pascua que ha dirigido el patriarca latino de Jerusalén, Su Beatitud Michel Sabbah.

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Queridos Hermanos y Hermanas
¡Cristo ha resucitado! ¡Sí, verdaderamente ha resucitado!
1. Contemplamos en esta fiesta la Gloria del Cielo que ha descendido sobre la Tierra y ha renovado la vida. Jesús dijo: “Yo soy la Resurrección. Quien vive y cree en mi no morirá para siempre” (Jn 11, 25). Las fiestas son un tiempo en el cual el creyente renueva la acogida de la vida y la alegría de vivir. El creyente entra en la presencia divina y recuerda los beneficios de Dios. En la fiesta de Pascua, revivimos la memoria de Cristo resucitado, vencedor de la muerte y del pecado y traemos recordamos que El murió por nuestros pecados, como dice el profeta Isaías: “El fue traspasado a causa de nuestros crímenes, triturado a causa de nuestras faltas. Por nuestra paz El ha sido castigado” (Is 53,5). A causa de nuestros pecados y por nuestra paz, El murió. El murió y resucitó, y nos dio también a nosotros y a toda persona humana, el poder de vencer a la muerte que se encuentra en el fondo de nuestro ser, es decir, al pecado.

2. Por su Resurrección, el Señor nos da una vida nueva y un nuevo entusiasmo a fin de poder vencer el pecado en nosotros y en nuestra sociedad: “por lo tanto si alguno está en Cristo, es una creatura nueva”, dice san Pablo. En todas nuestras relaciones con nuestra sociedad, la Resurrección de Cristo nos da una nueva fuerza, por la vida y por el amor, que enseña y a la vez nos ayuda a perdonar y a establecer la justicia. Amar es ver en cada persona humana la Faz del Altísimo, es entonces amar a Dios mismo en su creatura, y es perdonar como El perdona a cada uno de nosotros, y es aprender de Dios mismo a practicar la justicia en nuestras relaciones de unos con otros. Amar como Dios ama, es penetrar en las profundidades del misterio de su Providencia, y con El, el Señor de la historia, llegar a ser capaces de contribuir a la creación de nuestra historia y de transformar nuestra tierra de muerte y de pecado en tierra de vida nueva.

3. Jesús dice: “Yo soy la Resurrección. Quien vive y cree en mi no morirá para siempre” (Jn 11,25). Esto, nuestra fe nos lo vuelve a decir, cuando nosotros hacemos frente en el corazón de la Tierra Santa a una realidad permanente de muerte, en sus diversos aspectos, de odio, miedo, desequilibrio en las relaciones entre las personas y a nivel de los gobiernos. Nuestra tierra es al mismo tiempo una tierra de resurreción y de muerte, pero su vocación y su misión fundamental es la de ser tierra de amor y de vida, de vida abundante para todos sus habitantes, de todas las religiones. Esto supone que todo creyente, de toda religión, acepte las consecuencias de su fe en Dios: que todos nosotros somos creatura de Dios y la obra de sus manos, y que, creer en Dios quiere decir también acoger todos los hijos de Dios. De este modo, todos aceptan a todos, todos respetan a todos; ninguno ejercita la violencia sobre otro; no hay más fuerte ni más débil; no hay ni ocupación, ni muros, ni barreras militares, ni miedo ni violencia.

4. Este año conmemoramos cuarenta años pasados sobre el gran desequilibrio en nuestra Tierra Santa, que se refleja sobre la región y sobre el mundo. Nuestros gobernantes y la Comunidad Internacional, ¿podrán finalmente poner fin a este desequilibrio? La cuestión en sí es simple, dos pueblos hacen la guerra y uno ocupa la casa del otro. La solución sería simplemente que cada uno ocupe su propia casa, los israelíes la de ellos y los palestinos la suya. Es cierto que el miedo ha complicado las cosas, y quiere hacer ver en los palestinos a terroristas o a personas impotentes a asegurar la seguridad. Además, muchos fenómenos mundiales aparecieron en el mundo, como consecuencia directa o indirecta de este desequilibrio de Tierra Santa, e hicieron nacer un gran temor que ha complicado más aún las cosas que en sí son sencillas. Con todo esto, nosotros siempre vemos que mientras la ocupación de la casa del otro continúe el desequilibrio continuará. Y mientras este desequilibrio de la Tierra Santa continuará la región y el mundo padecerán. Hay que tomar el riesgo de la paz, poner fin a la ocupación -cada cual en su casa-, a fin de comenzar el proceso de sanación en nuestra tierra, en la región y en el mundo.

5. Nuestra tierra es al mismo tiempo una tierra de resurrección y de muerte, pero su vocación y su misión fundamental es la de ser tierra de amor y de vida, de vida abundante para todos sus habitantes, de toda religión y nacionalidad. Nosotros pedimos a Dios de concedernos esto y de darnos a todos, por la gracia de la Resurrección, la vida abundante, la tranquilidad y la bendición.

¡Cristo ha resucitado! ¡Sí, verdaderamente ha resucitado!

¡Felices Pascuas!
[Taducción distribuida por el Patriarcado Latino]

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ZENIT Staff

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