Mensaje del Encuentro Americano de Pastoral Social-Cáritas

«Nuestra esperanza: Una América solidaria, sin exclusión»

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CIUDAD DE MÉXICO, 24 marzo 2003 (ZENIT.org).- Publicamos el Mensaje final del XV Congreso Latinoamericano y Caribeño de Cáritas y II Encuentro Continental de Pastoral Social-Cáritas que del 21 al 23 de marzo reunió en la Ciudad de México a 180 líderes de Cáritas y Pastoral Social de 33 países en torno al tema «Globalizando la Solidaridad» [http://www.globalizandolasolidaridad.org].

* * *

Los delegados y delegadas del Canadá, de Estados Unidos de América, del Caribe y de todos los países de América Latina, junto con hermanos y hermanas venidos de Europa, así como los responsables de Cáritas Internationalis, les saludamos con las palabras de Jesús: «La paz esté con ustedes».

Nos hemos reunido en la sede del episcopado mexicano para celebrar el XV Congreso Latinoamericano y Caribeño de Cáritas y el II Encuentro Americano de Pastoral Social-Cáritas, bajo el tema «Globalizando la solidaridad». Trayendo con nosotros el dolor y la esperanza de los empobrecidos y de los excluidos, hemos renovado nuestro compromiso para hacer posible la esperanza de «una América solidaria, sin exclusión». Nos ha reconfortado el Mensaje que nos envió Su Santidad Juan Pablo II, al exhortarnos «a promover acciones encaminadas a superar el estado de pobreza y marginación que afecta a tantos millones de seres humanos».

Conscientes de que la Pastoral Social y Cáritas están llamadas a animar a la luz del Evangelio y la Doctrina Social de la Iglesia, el proceso de transformación de la realidad de los pueblos de América en una sociedad que sea un verdadero signo del Reino de Dios, hemos renovado el compromiso de ofrecer nuestras mejores energías en la construcción de un continente nuevo: solidario, justo, democrático y pluralista.

1. Un encuentro fraterno para globalizar la solidaridad
De esta manera van concretándose las orientaciones de la exhortación postsinodal «Ecclesia in America», que el Santo Padre entregó a todo el continente, en la basílica de Guadalupe, en enero de l999. Allí leemos que el proyecto del Padre, anunciado y hecho presente en Jesucristo, es «invitar a todos a la comunión trinitaria y a la comunión con los hermanos en una sociedad justa y solidaria» (n. 68).

Al clausurar nuestro Congreso y nuestro Encuentro ante la venerada imagen de la Virgen de Guadalupe, patrona de América, proclamamos con ella la grandeza del Señor porque «derriba del trono a los poderosos y levanta a los humildes». En este lugar donde el pueblo que sufre se encuentra con Jesucristo, nuestra esperanza, venimos a depositar el fruto de intensas jornadas de trabajo en las que el Espíritu nos ha regalado la vivencia de una profunda comunión.

2. «La guerra… amenaza el futuro de la humanidad»
Mientras realizábamos los trabajos del Congreso, hemos conocido, con indignación e impotencia, el ataque del Gobierno de los Estados Unidos y sus aliados, contra Irak; una guerra que, como acaba de afirmar con profundo dolor Juan Pablo II, «amenaza el futuro de la humanidad». Hemos orado por las víctimas de esta acción injusta e insensata , con la firme convicción de que -como afirma el Papa- «es necesario y urgente proclamar con voz fuerte y enérgica que la paz es la única vía para construir una sociedad justa y solidaria». Por eso unimos nuestras voces a las de millones de hombres y mujeres de toda la tierra para gritar «no a la guerra y sí a la paz».

Este grito por la vida brota de lo más profundo de nuestro ser de creyentes en Jesucristo, muerto y resucitado, «nuestra paz». El nos ha revelado, con obras y palabras, el rostro paterno y materno del Dios que escucha el clamor de los pobres y camina con su pueblo. Como cristianos, rechazamos todo tipo de violencia, no sólo la que se produce con las armas de muerte sino también la violencia de la injusticia. Pero no nos conformamos con decir «no a la violencia». Queremos asumir plenamente nuestra responsabilidad de ser constructores y centinelas de la paz.

3. Hacia una sola América, solidaria y sin exclusión
Nuestro continente experimenta con dolor, en su vida cotidiana y en sus estructuras, el impacto de un tipo de capitalismo, salvaje y excluyente, causante de la concentración, en pocas manos, de los recursos destinados, según la voluntad de Dios, al bien común.
Somos conscientes de que la violencia también se manifiesta a través de políticas económicas que niegan la esperanza y el derecho a una vida digna, a una multitud innumerable de hermanas y hermanos, que aumenta de día en día. Por eso, expresamos nuestro compromiso común de construir economías que afirmen la vida, exijan sistemas económicos y políticos equitativos y estén verdaderamente al servicio del pueblo, especialmente de los más necesitados.

Actuamos con la certeza de que el Espíritu del Señor que renueva el universo, nos provee del aliento de vida para que, según el ejemplo de Jesús, tomemos una posición clara y sin ambigüedades al lado de los pobres, marginados y excluidos. Este es el camino que nos llevará, en medio de mucho dolor, paciencia y sufrimiento, a la realización de esa utopía que describimos como «una sola América, solidaria y sin exclusión». El presente Congreso y el Encuentro Americano que acabamos de celebrar marcan un hito importante en nuestro peregrinar.

Entre los signos sencillos y humildes a través de los cuales vemos que es posible construir un mundo nuevo, deseamos señalar los siguientes:
–las organizaciones locales que están haciendo económicamente viables, ecológicamente equilibradas y socialmente justas, nuevas relaciones desde las experiencias de economía solidaria.
–Los movimientos sociales que resisten con valentía una visión de la economía basada en la aplicación de las leyes del mercado que no tiene en cuenta las normas morales, sin importarles que éste aplaste a la persona humana.
–Las espacios eclesiales que hacen la opción de comprometerse con los esfuerzos de hacer posible otro mundo, un mundo que distribuye y comparte, desde la lógica de la justicia social y la solidaridad.

4. «Esperar contra toda esperanza»
Como Iglesia queremos asumir y hacer presente a Jesucristo, nuestra Esperanza. Para nosotros, hijos e hijas de la Iglesia, él es la esperanza que no falla. Jesús es
el Señor de la historia, vencedor de la muerte, que nos ha prometido acompañarnos cada día, hasta el final de los tiempos. Por la fe sabemos que sus promesas se cumplen.
Frente a tantos motivos para la desesperanza, descubrimos las razones para la esperanza que están en el corazón de nuestros pueblos. Con nuestro padre en la fe, Abraham, queremos «esperar contra toda esperanza».

Los pueblos de toda América, inspirados en esta fe, han dado muestras sin fin de su capacidad de dar sin medida. En las situaciones más difíciles y al borde de la desesperación, hemos sido, como pueblo, capaces de poner en marcha el dinamismo del amor. No nos rendimos ante la inhumana pobreza; y la solidaridad es fuente de vida permanente en cada comunidad pobre del continente.

No nos rendimos ante la violencia. Trabajamos intensamente para hacer posible la globalización de la solidaridad con las armas de la paz, justicia, verdad, reparación, fraternidad.

Nuestra esperanza se anima por el diálogo fecundo que nuestros pueblos del Sur y del Norte han emprendido, buscando caminos de justicia y paz; nos alienta también el papel protagónico de las mujeres en el continente, que dan testimonio de la ternura y la fuerza del amor del Dios de la vida presente entre nosotros.

5. Nuestro compromiso: globalizar la solidaridad
En esta fraterna vivencia nos hemos fortalecido en el compromiso que
corresponde de manera particular a quienes trabajamos en el campo de la pastoral social, de globalizar la solidaridad. Sabemos bien -según enseña Jua
n Pablo II- que la solidaridad no es un sentimiento pasajero, como el que surge en nosotros espontáneamente cuando surge una tragedia, sino una actitud permanente, según la cual «todos nos sentimos responsables de todos». O como leemos en el mensaje del Sínodo de América, la solidaridad es «compartir lo que somos, lo que creemos y lo que tenemos».
Nuestro compromiso, es también vivir una auténtica espiritualidad, que es «vida en Cristo y en el Espíritu» y que abarca toda la vida. Espiritualidad basada en el Evangelio de Jesús, que nos impulsa al compromiso con la justicia, la solidaridad y a mantener firme la esperanza de un mundo nuevo.

Reafirmamos la Visión y Misión para la Pastoral Social Caritas del Continente, elaborada en Bogotá en marzo del año 2002; son el faro que orienta nuestro caminar de Iglesia, pobre, profética, misionera y pascual en camino a una América solidaria y sin exclusiones.
Como seguidores de Jesús, el Cristo, acogemos con pasión los objetivos que hemos elaborado colectivamente y nos comprometemos a encarnarlos y desarrollarlos en los distintos ámbitos de nuestro trabajo a favor de los pobres, marginados y excluidos de toda América.

Nos comprometemos también a impulsar procesos comunitarios, parroquiales, diocesanos, nacionales y zonales de Pastoral Social – Caritas.
Reafirmamos la opción de realizar un trabajo en equipo con el mayor espíritu de participación y comunión, dando testimonio de Iglesia al servicio de todos y en especial, de los hermanos mas humildes.

Que la Madre de Dios, la humilde, sencilla y solidaria, nos acompañe en nuestro caminar.

México, 23 de marzo de 2003

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ZENIT Staff

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