Mensaje del episcopado colombiano tras la liberación del presidente del CELAM

BOGOTÁ, 17 de noviembre de 2002 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje del Comité Permanente de la Conferencia Episcopal Colombiana distribuido este 15 de noviembre tras la liberación del monseñor Jorge Enrique Jiménez Carvajal, presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) y del padre Desiderio Orjuela.

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Conferencia Episcopal de Colombia
MENSAJE DEL COMITÉ PERMANENTE
Bogotá, D.C., 15 de noviembre de 2002

1. El secuestro de monseñor Jorge Enrique Jiménez Carvajal, obispo de Zipaquirá, presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) y del padre Desiderio Orjuela ha producido una enorme reacción de rechazo a la práctica del secuestro y un plebiscito de solidaridad y reconocimiento a la Iglesia como Institución que ha hecho generosos aportes a la causa de la Reconciliación y de la Paz.

Fue posible la liberación del querido señor obispo y del padre Desiderio gracias a la interrumpida oración por su liberación. Expresamos nuestro reconocimiento al Señor Presidente de la República y a su Gobierno, a las Fuerzas de Seguridad del Estado, en especial al Ejército y a la Policía Nacional.

La comprensión y la solidaridad expresadas a través de mensajes y comunicados dentro y fuera del país, han puesto de relieve la unidad del pueblo colombiano y la fe de las comunidades cristianas, así como su confianza y amor a la Iglesia. A la vez que expresamos nuestra complacencia por la superación de este hecho tan doloroso, hacemos votos para que el país pueda tener muy pronto la noticia de un acuerdo que ponga fin al secuestro de tantos colombianos.

La Iglesia, por fidelidad a su misión, reafirma la voluntad de seguir trabajando a favor de la paz, facilitando el diálogo y el acercamiento de todas las partes implicadas en el conflicto. Igualmente, y atendiendo las palabras del Santo Padre quiere “proseguir con generosidad su servicio al evangelio y al pueblo de Dios” (Mensaje de Juan Pablo II con ocasión del secuestro de monseñor Jorge Enrique Jiménez Carvajal).

Y al igual que lo ha hecho en repetidas ocasiones, toma ocasión de este hecho para iluminar la conciencia del los fieles cristianos sobre el delito y pecado del secuestro.

2. EL SECUESTRO: DELITO ATROZ

El secuestro es un hecho detestable, un crimen atroz, un delito que viola los derechos fundamentales como la libertad, la VIDA, la dignidad y la seguridad de la persona humana. Un delito que no puede ser justificado por ninguna ideología y que debe ser repudiado y condenado de manera clara y enérgica.
El plagio de los individuos desarmados e indefensos afecta no solamente a la víctima, sino que lastima también a su familia y a la comunidad humana.

3. EL SECUESTRO EN COLOMBIA

Colombia registra un promedio de ocho secuestros por día, lo que significa que cada tres horas se secuestra a una persona.

En 1990 se rebasó la línea de 1.000 plagios por año; en 1998 pasó a los 2.000 casos y hoy se registra oficialmente la cifra de 2492 colombianos privados de la libertad.

Desde 1993 en que se promulgó la Ley antisecuestro, el Estado ha implementado diversas estrategias como la prohibición de pagar rescates, la prohibición de la venta de pólizas de seguro contra el secuestro, el nombramiento de un zar antisecuestro y la conformación de grupos antisecuestro como el Gaula.

Sin embargo, el delito ha ido en progresivo aumento, y ahora es el pueblo el que ha roto el silencio y alzado su voz para decir: ¡NO MÁS!

4. JUICIO Y DISCERNIMIENTO

La Iglesia exhorta a los fieles a rechazar decididamente este delito.

Todo lo que se opone a la VIDA, todo lo que viola la integridad de la persona humana, todo lo que ofenda la dignidad del hombre, es un oprobio que, al corromper la civilización, deshonra más a quienes lo practican que a quienes padecen la injusticia, y es totalmente contrario al Honor debido al Creador (Cf. «Evangelium vitae», 3).

La vida que es el mayor bien natural concedido al ser humano, depende únicamente de Dios, ya que Él es su Autor y su Fin último. Del valor sagrado de la vida deriva el deber de respetarla y conservarla.

El secuestro, como atentado contra la vida, participa de la grave malicia del homicidio y la aumenta por la angustia que causa a la víctima la amenaza de muerte que pesa sobre él y la angustia que causa a sus seres queridos.

La pregunta del Señor “¿qué has hecho?, que Caín no pudo esquivar, se dirige también a quienes desoyendo los dictámenes de su conciencia, cometen el crimen de asesinar la libertad de sus hermanos (Cf. «Evangelium vitae», 10).

5. Es deber del Estado y responsabilidad de todos los ciudadanos prevenir las formas extremas del delito. Por eso, mientras condenamos todas las manifestaciones de violencia, exhortamos a enfrentar con decisión los fenómenos que puedan estar a la base de conductas delictivas, entre ellos la pobreza, el desempleo, la injusticia y la corrupción.

Nuestro mensaje quiere llevar a todos los secuestrados una voz de solidaridad. Les damos a ellos la seguridad de que seguiremos empeñados en luchar por la eliminación de este flagelo que los ha privado de la alegría de vivir en libertad. Los invitamos también a vivir el valor de la esperanza. La comunidad cristiana ora por su pronta liberación, a ejemplo de la primera comunidad que “mientras Pedro era vigilado en la cárcel, no cesaba de orar insistentemente por él” (Hechos de los Apóstoles 12, 5)..

Con la fuerza que nos da el Evangelio de Jesucristo, hacemos también un llamamiento apremiante a todos los que de alguna manera están involucrados en este tipo de crímenes para que vuelvan sus ojos a Dios, cambien su corazón y tomen la firme decisión de trabajar en la construcción de la Paz.

Igualmente queremos hacer un llamado urgente a los dirigentes, empresarios, clase política, para que con sentido solidario asuman el compromiso de cambiar las actuales estructuras injustas que día a día agravan la situación del país.

Concluimos este mensaje reiterando nuestro llamado a orar insistentemente por la paz de Colombia y la liberación de todos los secuestrados.

Expresamos nuestra gratitud al Santo Padre, a las Conferencias Episcopales de las diferentes partes del mundo, a los distintos organismos de Iglesia, a los Jefes de Estado y a sus representaciones diplomáticas en Colombia, a las instituciones y a las personas que públicamente nos expresaron su cercanía y su afecto.

+ Pedro Cardenal Rubiano Sáenz
Arzobispo de Bogotá
Presidente de la Conferencia Episcopal

+ Fabián Marulanda López
Secretario General del Episcopado

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ZENIT Staff

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