Mensaje del Papa a las Academias Pontificias

Con ocasión de la XV Sesión Pública, sobre la Asunción de la Virgen

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CIUDAD DEL VATICANO, jueves 16 de diciembre de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el mensaje que el Papa Benedicto XVI hizo llegar hoy a los miembros de las Academias Pontificias, durante su XV Sesión Pública, en la que se trató sobre el tema: “La Asunción de María, signo de consuelo y de segura esperanza”.

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Al Venerado Hermano

el cardenal Gianfranco Ravasi

Presidente del Consejo Pontificio de la Cultura

Con ocasión de la XV Sesión Pública de las Academias Pontificias estoy contento de hacerle llegar mi cordial saludo, que de buen grado extiendo a los presidentes y a los académicos, en particular a usted, Venerado Hermano, que preside el Consejo de Coordinación. Dirijo también mi saludo a los señores cardenales, a los obispos, a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, a los señores embajadores y a todos los participantes en esta cita anual.

Hace quince años, el Venerable Juan Pablo II instituyó el Consejo de Coordinación y el Premio de las Academias Pontificias ofreciendo un aliento significativo y un consistente impulso al desarrollo de sus actividades. Ahora, valorando atentamente cuanto se ha hecho, es oportuno fomentar a partir de ahora la renovación de todas y cada una de las Academias Pontificias, para que puedan ofrecer su contribución, de forma cada vez más eficaz, a la Sede Apostólica y a toda la Iglesia. Le pido por tanto a usted, Venerado Hermano, seguir con particular cuidado el recorrido de cada Institución, promoviendo, al mismo tiempo, un proceso de apoyo recíproco y de colaboración creciente.

La XV Sesión Pública ha sido preparada por la Pontificia Academia Mariana Internacional y por la Pontificia Academia de la Inmaculada, las cuales muy oportunamente han querido que en esta solemne reunión se recordara el 60º aniversario de la Proclamación del Dogma de la Asunción de María, proponiendo el tema: “La Asunción de María, signo de consuelo y de segura esperanza”. El 1 de noviembre de 1950, de hecho, durante un memorable Jubileo, el venerable Pío XII, promulgando la Constitución Apostólica Munificentissimus Deus, proclamaba solemnemente, en la Plaza de San Pedro, este Dogma. Unos años antes, en 1946, el padre Carlo Balić, O.F.M., había fundado la Academia Mariana Internacional precisamente para apoyar y coordinar el movimiento asuncionista.

En el difícil y delicado momento histórico que siguió a la conclusión de la segunda guerra mundial, Pío XII, con ese gesto solemne, quiso indicar no sólo a los católicos, sino a todos los hombres y mujeres de buena voluntad la singular figura de María como modelo y paradigma de la nueva humanidad redimida por Cristo: «Es de esperar – afirmaba – que todos aquellos que meditarán los gloriosos ejemplos de María se persuadan cada vez más del valor de la vida humana […] y que se ponga ante los ojos de todos de forma luminosísima a qué excelso fin las almas y los cuerpos están destinados; finalmente, que la fe en la Asunción corporal de María al Cielo haga más firme y activa la fe en nuestra resurrección» (Munificentissimus DeusAAS 42, 1950, 753-771). Considero de lo más actuales estos augurios, y yo también os invito a todos vosotros a dejaros guiar por María para ser anunciadores y testigos de la esperanza que brota de la contemplación de los Misterios de Cristo, muerto y resucitado para nuestra salvación.

María, de hecho, como enseña el Concilio Vaticano II en la Constitución dogmática Lumen gentium, es signo de esperanza cierta y de consuelo para el Pueblo de Dios peregrino en la historia: «La madre de Jesús, como en el cielo, glorificada ya en el cuerpo y en el alma, es la imagen y la primicia de la Iglesia que deberá tener su cumplimiento en la edad futura, y así brilla sobre la tierra como un signo de segura esperanza y de consuelo para el Pueblo de Dios, en camino hasta que vea el día del Señor (cfr 2 Pe 3,10)» (n. 68). En la Carta Encíclica Spe salvi, dedicada a la esperanza cristiana, no podía dejar de recordar el particular papel de María en sostener y guiar el camino de los creyentes hacia la patria del Cielo. Me dirigí a ella, invocándola como Estrella de la esperanza para la Iglesia y para toda la humanidad (cfr n. 49). María es la estrella resplandeciente de luz y de belleza, que anuncia y anticipa nuestro futuro, la condición definitiva a la que Dios, Padre rico en misericordia, nos llama.

Los Padres y Doctores de la Iglesia, haciéndose eco también del sentimiento común de los fieles y reflexionando sobre lo que la liturgia celebraba, proclamaron el singular privilegio de María, ilustraron su luminosa belleza, que sostiene y nutre nuestra esperanza.

San Juan Damasceno, que dedicó a la Asunción de María tres magníficos Sermones, proclamados en Jerusalén en torno al año 740 en la que la tradición indica como la Tumba de María, afirma así: “Tu alma, de hecho, no descendió a los infiernos; tu carne no vio la corrupción. Tu cuerpo inmaculado y totalmente bello no se quedó en la tierra, al contrario, tu te sientas en el trono en el reino celestial como reina, señora, dominadora, la Madre de Dios, la verdadera engendradora de Dios asunta (al cielo)” (Homilía I sobre la Dormición: PG 96, 719).

A esta voz de la Iglesia de Oriente hace eco, entre las muchas del Occidente latino, la del cantor de María, san Bernardo de Claraval, el cual evoca así la Asunción: “Nuestra Reina nos ha precedido; nos ha precedido y ha sido recibida tan festivamente, que con confianza los siervos pueden seguir a su Señora diciendo: Llévanos contigo, correremos tras el olor de tus perfumes (1,3). Nuestra humanidad peregrina mandó delante a su Abogada que, siendo Madre del Juez y Madre de misericordia, podrá tratar con devoción y eficacia la causa de nuestra salvación. Nuestra tierra ha enviado hoy al cielo un precioso regalo para que, dando y recibiendo, se unan en un feliz intercambio de amistad lo humano a lo divino, lo terreno a lo celeste, lo ínfimo a lo sumo […]. Es la Reina de los cielos, es misericordiosa, es la Madre del Hijo unigénito de Dios» (In assumptione B.M.V, Sermo I: PL 183, 415).

Recorriendo, entonces, esa via pulchritudinis que el Siervo de Dios Pablo VI indicó como fecundo itinerario de investigación teológica y mariológica, quisiera notar la profunda sintonía entre el pensamiento teológico y místico, la liturgia, la devoción mariana y las obras de arte, que, con el esplendor de los colores y de las formas, cantan el misterio de la Asunción de María y su gloria celestial junto al Hijo. Entre estas últimas, os invito a admirar dos de ellas particularmente significativas en Roma: los mosaicos absidiales de las basílicas marianas de Santa María la Mayor y de Santa María in Trastevere.

Reflexión teológica y espiritual, liturgia, devoción mariana, representación artística forman verdaderamente un todo, un mensaje completo y eficaz, capaz de suscitar la maravilla de los ojos, de tocar el corazón y de provocar la inteligencia a una comprensión aún más profunda del misterio de María en el que vemos claramente reflejado y anunciado nuestro destino, nuestra esperanza.

Aprovecho, por tanto, esta ocasión para invitar a los expertos en Teología y Mariología a recorrer la via pulchritudinis y auguro que, también en nuestros días, gracias a una mayor colaboración entre teólogos, liturgistas y artistas, se puedan ofrecer a la admiración y a la contemplación de todos, mensajes incisivos y eficaces.

Para animar a cuantos quieren ofrecer la propia contribución a la promoción y a la realización de un nuevo humanismo cristiano, acogiendo la propuesta formulada por el Consejo de Coordinación, estoy contento de asignar ex aequo el Premio de las Pontificias Academias Eclesiásticas a la Marian Aca
demy of India,
joven y activa sociedad mariológico-mariana con sede en Bangalore (India) – representada por su presidente el Rev. Kulandaisamy Rayar –, y al Prof. Luìs Alberto Esteves dos Santos Casimiro por su poderosa Disertación doctoral con el título A Anunciação do Senhor na pintura quinhentista portuguesa (1500-1550). Análise geométrica, iconográfica e significado iconológico.

Deseo, además, que, como signo de aprecio y de aliento, se ofrezca la Medalla del Pontificado al Grupo «Gen Verde», expresión del Movimiento de los Focolares, por su compromiso artístico fuertemente impregnado de los valores evangélicos y abierto al diálogo entre pueblos y culturas.

Augurándoos, finalmente, un compromiso cada vez más apasionado en vuestros respectivos campos de actividad, os confío a cada uno de vosotros y a vuestro trabajo a la protección maternal de la Virgen María, la Tota Pulchra, la Estrella de la Esperanza, y de corazón le imparto a usted, señor cardenal, y a todos los presentes una especial Bendición Apostólica.

En el Vaticano, a 15 de diciembre de 2010

BENEDICTUS PP XVI

[Traducción del original italiano por Inma Álvarez

©Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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