Messori, ser católicos hoy

El periodista habla de sí mismo al público romano

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ROMA, martes 9 de marzo de 2010 (ZENIT.org).- Creyente y al mismo tiempo inconformista, el escritor y periodista católico Vittorio Messori se casó con el evangelio porque, sencillamente, era inevitable. Lo explicó él mismo con ocasión, el pasado 26 de febrero, de uno de los llamados “Viernes de Propaganda”, serie de encuentros temáticos con conocidos autores, organizada en Roma por la Libreria Editrice Vaticana.

Presentando la nueva edición de la obra Cosas de la vita, el último de los cuatro volúmenes propuestos por la casa editorial – junto a Pensar la historia; El desafío de la fe y Emporio Católico –, Messori ha relatado las razones de su fe, a pesar de todo el peso que la razón tuvo en su formación.

Nacido en Sassuolo, y licenciado en Turín con Alessandro Galante Garrone (“que no me perdonó haberme hecho catolico”), pupilo de Norberto Bobbio (“el papa del laicismo puro”), tras el descubrimiento de la fe en los años universitarios, Messori dedicó su actividad literaria a la búsqueda de la verdad del Evangelio. Con más de un millón de ejemplares vendidos en Italia, el primero de sus libros, Hipótesis sobre Jesús, ha sido traducido a decenas de idiomas y aún ahora reeditado.

Muchos otros best seller internacionales se suceden con el tiempo. Baste recordar el libro entrevista con los últimos dos Pontífices: Informe sobre la fe, con el entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Joseph Ratzinger, y Cruzando el umbral de la esperanza, con Juan Pablo II.

Obras a las que se añaden los volúmenes reeditados por la Sugarco, que recogen todo lo que Vittorio Messori publicó entre 1987 y 1992 en Vivaio, columna publicada por Avvenire y para cuyo título el periodista se inspiró en Giovanni Papini, el cual, antes de morir, quería reunir en un libro los apuntes que no había podido desarrollar por la disminución de sus energías y de su tiempo. En la columna, Messori examinaba la actualidad para encuadrarla en una perspectiva de fe que pudiera explicarla: “Juzgo las ideas de todos – solía decir –. No juzgo la vida de nadie”.

Un periodo, el de Vivaio, “que mi mujer – narra el periodista – recuerda como una pesadilla, porque las cartas eran de papel y llegaban tantas que una vez el cartero amenazó con dimitir o iniciar una huelga, porque no quería tener que llevar dos sacos en lugar de uno. El compromiso, también gracias a ella, fue con todo el de responder a todos, y cuando la columna se suspendió, recibí miles de cartas de lectores desesperados”.

Un éxito editorial debido a la capacidad de Messori de captar las dudas y las preguntas de muchos católicos y también de muchos ateos. Por otro lado, “el ateo es un creyente – explica –, se quema y hace lo posible por demostrar que Dios no existe”. Aún más, “el ateo siempre corre el riesgo de la conversión”, mientras que él, agnóstico, no tenía nada “contra” la religión: “Era una subcultura de la que, sencillamente, no me ocupaba”.

De formación anticlerical, “a la manera emiliana” (de la Emilia Romagna, región italiana, n.d.t.), la primera persona con la que Messori en 1976 tuvo que dar cuenta de su “iluminación” es su madre: “L’è roba da pret”, explicaba la mujer a sus amigas, no sin “vergüenza”. Muchos se sorprenden del Messori religioso, y sin embargo ¿dónde estaba la utilidad para el escritor? “No me convenía ser católico. Se trataba de empezar desde cero. Se trataba de una verdadera violencia a la que intenté resistir, pero, ya se sabe, el hombre propone y Dios dispone. Así me rendí a la evidencia”.

Messori estaba tan completamente ayuno de cosas sagradas que “para buscar la parroquia – explica – a la que pertenecía mi casa, recurrí a las páginas amarillas”. Desde entonces se abrió camino hasta convertirse en incómodo, en políticamente incorrecto. Un episodio para todos: “A mitad de los años 70, salir con un libro como el mío significaba como mucho terminar en la estantería secundaria de las Paulinas. En el mostrados estaban en cambio el manual del buen sindicalista y el Jesús revolucionario”, lo que los sacerdotes proponían a las personas “que pedían, en cambio, el pan”.

Nadie se preguntaba sobre los orígenes de la fe. Al contrario, el debate volvía sobre sus cosecuencias y, por tanto, se preguntaba cómo afrontar los problemas económicos a la luz del evangelio. Como apologeta, Messori pretendió en cambio explicar los motivos de creer. “La apologética es un don de Dios, como la razón, de la que no hay que renegar. En el fondo, el último paso de la razón está precisamente en comprender que muchas cosas la superan”.

Por Mariaelena Finessi, traducción de Inma Álvarez

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ZENIT Staff

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