Mi alegría es más grande que mi cansancio

Ecos de la JMJ

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El título de esta crónica recoge las palabras del Papa Francisco al llegar a la ciudad de Roma, después de asistir a la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro. Todos los peregrinos que estuvimos allí podemos expresar lo mismo y así nos unimos al Santo Padre.

Esa misma sensación la tuvimos al volver a nuestros países, por eso podemos decir también que nuestra alegría fue muy superior al cansancio de los desplazamientos, las inclemencias del clima y los desórdenes de un río humano que se salió de madre y se desbordó, sin que pudieran hacer nada los organizadores, simplemente tiraron la toalla. El Campus Fidei, previsto para la Vigilia y la Misa de envío, se convirtió en un pantano y no se pudo utilizar.

El cambio de lugar desconcertó a muchos, pero todo salió en medio de la algarabía juvenil, con el esfuerzo y la colaboración de cada uno. No pasó nada y aunque hubieron largas esperas y apretones, quedamos muy contentos y agradecidos. Ha sido una experiencia inolvidable

La presencia del Papa y entusiasmo de más de tres millones de jóvenes dejaron un saldo altamente positivo en esta nueva versión de la jornada. La lluvia y el frío de los días centrales no amilanaron el ímpetu y la alegría, fue realmente impresionante. Para Sudamérica ha sido una inyección de optimismo y ahora se ha convertido en el continente de la esperanza.

Río de Janeiro fue un hogar para todos. La acogida de los cariocas fue mucho más que una hospitalidad, se percibía la paternidad de un Papa sudamericano y la fraternidad de los brasileños que con sus costumbres y modos propios nos hicieron sentir su cariño. Tuvieron múltiples manifestaciones de generosidad con los extranjeros. A los que se perdían, que era inevitable, los acogían y los orientaban. Se podría decir que todos ellos hicieron de buen samaritano, aunque en estos casos no se trataba de gente herida, sino de despistados y cansados. Les agradecemos mucho todo lo que hicieron por nosotros.

Todo Brasil fue una fiesta grande llena de alegría de la que participaban todos sin ninguna exclusión. En el libro del peregrino aparecían los santos de la zona donde también se apreciaba la gran unidad en la variedad.  Santos distintos pero unidos en el amor a Dios y a los demás. Y esta vez, en la JMJ, la foto de las muchedumbres estaba compuesta por múltiples modos de ser, era un verdadero mosaico de razas y colores que gritaba desde el fondo del alma: «esta es la juventud del papa» y este año, por decisión del Santo Padre se unieron los ancianos que llevan la sabiduría y también podrían gritar con el ímpetu juvenil:«esta es la senectud del Papa». Yo no sabía dónde incluirme, porque justo en Brasil cumplí 65 años, pero con los jóvenes me sentía juvenil. El día de mi cumpleaños recibí dos grandes regalos: estar al lado del Prelado del Opus Dei, mi obispo, en una tertulia dirigida a los sacerdotes y recibir la invitación para poder asistir a una Misa que el Papa celebró al día siguiente en la Catedral. Me sentía en el Cielo.

Acompañé a un grupo de 140 peruanos que procedían de Piura, Chiclayo y Lima, todos universitarios y escolares. Estuvimos alojados en el colegio Santa Mónica de Cachambí, a una hora del centro de Río. Para no perdernos nos dividimos en grupos pequeños. Tuvimos una charla con el Arzobispo de Lima, Cardenal Juan Luis Cipriani en la escuela Naval de Río de Janeiro. El director de la escuela felicitó a Monseñor Cipriani por sus bodas de plata episcopales. También un grupo de peruanos, unidos a otros universitarios tuvimos una tertulia con Monseñor Javier Echevarría, Obispo prelado del Opus Dei, donde asistieron unos mil quinientos jóvenes. 

Todos hemos quedado impresionados de la llegada del Santo Padre a la gente, de sus gestos y sus palabras directas y sinceras. El Papa nos ha dicho lo que necesitábamos todos, ha dado en el blanco con cada uno y él dijo cuando llegó a Brasil: “No traigo oro ni plata, traigo a Jesucristo” y a los jóvenes les invitó que formaran parte del equipo de Cristo, que Jesucristo trae mucho más que el mundial de fútbol.

A todos nos pidió que empezáramos por nosotros mismos y al los sacerdotes nos dijo que teníamos que promover la cultura del encuentro. Que nuestras relaciones humanas no debe tener en cuenta, como ocurre en el mundo, la eficiencia y el pragmatismo, sino que debemos poner la solidaridad, la fraternidad y ser servidores de la cultura del encuentro. Salir para encontrar a los que están en la periferia, ser callejeros de la fe y no tener miedo de salir.

A los jóvenes les dijo que el verdadero campo de la fe eran ellos y les pidió para que dejen a Dios trabajar ese campo, que pueda entrar la semilla de Jesús, que recen, que acudan a los sacramentos y que ayuden a los demás. Les dijo también que nunca estamos solos, que somos parte de una gran familia que es la Iglesia y que ellos también, igual que San Francisco, podían construir una iglesia, no una pequeña capilla sino una Iglesia grande. San Pedro dice que somos piedras vivas y los jóvenes deberían ser los protagonistas de la historia. “Tú corazón joven quiere construir un mundo mejor”. “Veo que muchos jóvenes salen a la calle porque quieren una civilización más justa”  “No dejen que sean otros, ustedes son los protagonistas de la historia”

Los días de la JMJ serán inolvidables. Ahora nos toca repasar lo que hemos vivido y llenos de agradecimiento empezar, sin demoras, la construcción de la nueva civilización del amor. Es una meta ambiciosa para el año de la fe con el convencimiento y la esperanza de que para Dios nada hay imposible. Contamos además con la ayuda, constante y eficaz, de nuestra madre la Virgen María.

*El padre Tamayo es el capellán de la Universidad de Piura, Perú

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Manuel Tamayo

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