Misa en Roma a 30 años de la mediación papal Chile-Argentina

Celebrada por los obispos chilenos

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ROMA, miércoles, 3 diciembre 2008 (ZENIT.org-Aica).- Los obispos chilenos que se encuentran en Roma en visita «ad límina» conmemoraron los 30 años del inicio de la histórica mediación de Juan Pablo II, en la persona del cardenal Antonio Samoré, para resolver el conflicto limítrofe entre Chile y Argentina.

El acto consistió en una misa celebrada en la iglesia Santa María de la Paz, situada a escasos metros de Plaza Navona en el corazón de la ciudad eterna.

     La Eucaristía fue presidida por el presidente de la Conferencia Episcopal de Chile, monseñor Alejandro Goic, y concelebrada por el arzobispo de Santiago, cardenal Francisco Javier Errázuriz, y por el arzobispo argentino Marcelo Sánchez Sorondo, canciller de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales, entre otros prelados.

      En la ceremonia religiosa que coincidió con el inicio del Adviento, se encontraban presentes -informó la oficina de prensa de la Conferencia Episcopal Chilena- los 31 obispos chilenos que actualmente están en Roma, más de 20 sacerdotes chilenos y argentinos y una numerosa y participativa comunidad de chilenos residentes en la capital italiana.

     Entre las personalidades presentes se destacaron embajador de Chile ante la Santa Sede, Pablo Cabrera Gaete; el embajador de Chile en Italia, Cristián Barros Melet, y el embajador de la República Argentina ante la Santa Sede, Juan Pablo Cafiero. Todos ellos acompañados de sus respectivas esposas.

     En su homilía, monseñor Goic recordó cómo «Argentina y Chile, pueblos creyentes y llamados a ser hermanos vivían hace 30 años una controversia seria y difícil. Yo fui testigo de ello en mi ciudad natal, Punta Arenas, en el año 1978. Párroco de una populosa población de la ciudad, percibía la ‘psicosis de guerra’ que vivía el pueblo en todos los sectores y niveles. Sufría con el dolor de las madres y esposas que tenían a sus hijos y maridos en las trincheras de los límites fronterizos. Podía percibir sus dramas y sus angustias».

     «Y ahí, en ese contexto, surge la voz y la palabra profética del sucesor de Pedro. El 12 de diciembre de 1978 dirige una carta a los presidentes de la Argentina y de Chile, ante el encuentro de los cancilleres de ambos países, y les señala que el diálogo no prejuzga los derechos y amplía el campo de las posibilidades razonables, haciendo honor a cuantos tienen la valentía y la cordura de continuarlo incansablemente contra todos los obstáculos. Será -continuaba- una solicitud bendecida por Dios y sostenida por el consenso de vuestros pueblos y el aplauso de la Comunidad Internacional», memoró.

     El prelado chileno sostuvo que «la historia de paz, desde ese día, gracias a Dios, la conocemos». «Hace 30 años comenzó ese proceso con el enviado de Juan Pablo II, el inolvidable, inteligente y venerado cardenal Antonio Samoré, quien con sus colaboradores y ambas cancillerías y la oración de dos pueblos creyentes y hermanos, lograron el don de la paz para Chile y la Argentina. Fue un signo elocuente de Cristo, que vino a través de su Iglesia a hacer obra de paz. Hoy damos gracias a Dios por este regalo de la paz a nuestros pueblos de Argentina y Chile.»

     En el momento de las ofrendas fueron llevadas al altar las banderas de ambas naciones, la bandera de Italia y los símbolos de la Eucaristía por una pareja vestida con sus trajes típicos.

Embajadores de Chile y la Argentina ante la Santa Sede

     Antes de concluir la ceremonia el embajador de Chile ante la Santa Sede, Pablo Cabrera, destacó «la importancia de la intervención diplomática de la Santa Sede 30 años atrás para alcanzar la tan anhelada paz entre dos pueblos hermanos».

     Por su parte, el embajador de la Argentina ante la Santa Sede, Juan Pablo Cafiero, finalizada la ceremonia señaló: «Gracias a Dios nuestros pueblos salieron airosos en esos años de una difícil situación y gracias a Dios que tuvimos un Papa como Juan Pablo II que nos dio una oportunidad de paz muy grande» La paz, concluyó, «no es solamente la ausencia de armas, sino que es también un espíritu de construcción colectiva del sentido de nación y del sentido de un continente pacífico por el bien de todos».

     «Siempre uno llega a temblar pensando en lo que pudo haber sido una guerra entre la Argentina y Chile, la cantidad enorme de pérdidas de vidas humanas y, al mismo tiempo, la enemistad que crece entre los pueblos con ocasión de una guerra. Gracias a Dios después de ese tratado de amistad, de colaboración, es otra la situación que surgió entre nuestros países y también nació una fraternidad que ni siquiera antes conocíamos gracias a la mediación del Papa», reflexionó el cardenal Errázuriz.

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ZENIT Staff

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