Misión de la Iglesia: reflejar la luz de Cristo a toda la humanidad, recuerda el Papa

En la Solemnidad de la Epifanía

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CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 6 enero 2008 (ZENIT.org).- La Iglesia cumple su misión cuando refleja, para toda la humanidad, la luz de Cristo, subraya el Papa.

En su homilía, durante la Santa Misa que presidió en la Basílica Vaticana, Benedicto XVI definió la Epifanía como la celebración de «Cristo, Luz del mundo, y su manifestación a las gentes».

Y trazó un recorrido por la historia del Pueblo de Dios para poder apreciar la dimensión del misterio de la fidelidad de Dios con la humanidad.

En los relatos bíblicos iniciales, «aparece una primera «alianza» establecida por Dios con Noé, tras el diluvio», una «alianza universal, que alcanza a toda la humanidad» –recordó el Papa–; en el origen, «toda la tierra tenía una sola lengua y las mismas palabras», dice el Libro del Génesis.

Pero también se desprende de la Escritura que, por la «culpa de orgullo -apuntó Benedicto XVI–, análoga a la de Adán y Eva, se produjo la confusión de las lenguas y dispersión de la humanidad por toda la tierra», situación que sintetiza la palabra «Babel» y que «fue una especie de maldición».

En «este punto comienza la historia de la bendición, con la vocación de Abrahán: empieza el gran proyecto de Dios para hacer de la humanidad una familia, mediante una alianza con un pueblo nuevo, elegido por Él para que sea una bendición en medio de todas las gentes», prosiguió en su homilía.

Y este proyecto divino –«aún en marcha»– «tuvo su momento culminante en el misterio de Cristo», «pero pide ser acogido por la historia humana, que sigue siendo siempre historia de fidelidad por parte de Dios y lamentablemente también de infidelidad por parte de nosotros, los hombres», reconoció el Santo Padre.

También la Iglesia –dijo–, siendo «santa» y «depositaria» de esta bendición, «está formada por pecadores».

En Belén nace Jesucristo «para llevar a cumplimiento la alianza: Él mismo, verdadero Dios y verdadero hombre, es el Sacramento de la fidelidad de Dios a su proyecto de salvación para toda la humanidad, para todos nosotros», expresó.

Y es a Belén donde llegan los Magos de Oriente, para adorar al Mesías; el acontecimiento -aclaró el Papa– «es la señal de la manifestación del Rey universal a los pueblos y a todos los hombres que buscan la verdad».

«Es el inicio de un movimiento opuesto al de Babel: de la confusión a la comprensión, de la dispersión a la reconciliación», reflexionó.

Por eso recalcó el vínculo que existe entre Epifanía y Pentecostés: «Si la Natividad del Señor, que es la Cabeza, es también la Natividad de la Iglesia, su cuerpo, vemos en los Magos los pueblos que se agregan al resto de Israel, preanunciando el gran signo de la «Iglesia políglota», realizado por el Espíritu Santo cincuenta días después de la Pascua».

Y es que «el amor fiel y tenaz de Dios» «jamás se aleja de su alianza», confirmó Benedicto XVI; la «esperanza de la historia» radica, precisamente, en este «»misterio» de la fidelidad de Dios», y al servicio de este «»misterio» de bendición para toda la humanidad» está la Iglesia.

De hecho, «en este misterio de la fidelidad de Dios, la Iglesia lleva a cabo plenamente su misión sólo cuando refleja en sí misma la luz de Cristo Señor -insistió el Santo Padre–, y así es de ayuda a los pueblos del mundo en el camino de la paz y del auténtico progreso».

Y esa luz de Cristo «está siempre presente en la palabra del Evangelio que también hoy tiene la capacidad de guiar a todo hombre a Jesús», explicó minutos después el Papa, en el Ángelus, ante decenas de miles de peregrinos que acudieron a la plaza de San Pedro a pesar de la insistente lluvia.

«Esta misma palabra» –añadió–, que es «el reflejo de Cristo verdadero hombre y verdadero Dios, la hace resonar con autoridad la Iglesia para toda alma bien dispuesta», «para toda la humanidad», igual que la estrella guió a los Magos a Belén.

Y Benedicto XVI se dirigió a cada uno, porque «todo cristiano» está «llamado a iluminar con la palabra y el testimonio la vida y los pasos de los hermanos».

De ahí la importancia de que el cristiano sea fiel a su vocación, porque el «auténtico creyente», mientras «está siempre en camino en el propio itinerario personal de fe», a la vez, «con la pequeña luz que lleva dentro de sí, puede y debe ser de ayuda a quien se encuentra a su lado y tal vez le cuesta encontrar el camino que conduce a Cristo», concluyó.

Por Marta Lago

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ZENIT Staff

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