Monseñor Aguer llamó a los seminaristas al ''entusiasmo y pasión misioneros''

Seminario Mayor San José de La Plata, Argentina

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LA PLATA, martes 6 noviembre 2012 (ZENIT.org).- En el semanal encuentro que mantiene con los seminaristas de la Archidiócesis argentina, el arzobispo de La Plata Héctor Aguer, les expuso todo lo que vivió en el reciente sínodo sobre la Nueva Evangelización, y les llamó “a renovar el entusiasmo y la pasión misioneros”.

El arzobispo remarcó, en este sentido –informa a ZENIT el diácono Christian Viña–, que “los obispos de todas partes del mundo hemos vivido días muy intensos; en los que quedó en evidencia, más allá de todos los desafíos, el ardor por anunciar a Jesucristo”.

El prelado comenzó su exposición con una breve historia de los sínodos, desde el Concilio Vaticano II. Y su característica de organismo consultivo cum Petro y sub Petro (con Pedro y bajo Pedro). “Cada uno de los Padres Sinodales –remarcó- teníamos solo cinco minutos para hablar. Lo que, obviamente, obligó a la concisión y claridad”.

Sostuvo, asimismo, que “es conmovedor comprobar la universalidad de la Iglesia. Y cómo, desde obispos al frente de iglesias francamente perseguidas, o de países de misión; hasta de comunidades nacientes, pujantes y llenas de vida, pasando por pueblos de antigua cristiandad, con una fe que se va apagando, se nota la pasión por el Reino”.

Añadió, también, que “se rescataron tres desafíos básicos: el primer anuncio (la misión ad gentes, donde aun no se conoce a Jesucristo); la renovación de la pastoral ordinaria en las comunidades cristianas, entendiendo a la parroquia como centro misional, lleno de vida. Y la audacia y la creatividad pastoral para buscar a los que se alejaron de la Iglesia”.

Un joven de 23 años, el más aplaudido del Sínodo

El prelado dedicó la segunda parte de su exposición a comentar la exposición de Tomasso Spinelli, joven catequista, de 23 años, de la Diócesis de Roma, que conmovió al aula sinodal. “Yo cuando lo escuché –enfatizó- me dije: leeré este mensaje a los seminaristas.

“Sus palabras –agregó- fueron rubricadas con el aplauso más importante del Sínodo. ‘Ustedes los sacerdotes (dirigiéndose a los obispos) –dijo- han hablado sobre el papel de los laicos. Yo, que soy laico, quiero hablar del papel de los sacerdotes.

“Nosotros los jóvenes –añadió Tomasso- tenemos necesidad de guías fuertes, sólidos en su vocación y en su identidad. Es de ustedes, sacerdotes, de quienes nosotros aprendemos a ser cristianos, y ahora que las familias están más desunidas, su papel es todavía más importante para nosotros. Ustedes nos testimonian la fidelidad a una vocación, nos enseñan la solidez en la vida, y la posibilidad de elegir un modo alternativo de vivir, siendo éste más bello que el que nos propone la sociedad actual.

“Mi experiencia –remarcó el joven- testimonia que allí donde hay un sacerdote apasionado, la comunidad, en poco tiempo, florece. La fe no ha perdido atractivo, pero es necesario que existan personas que la muestren como una elección seria, sensata y creíble. Lo que me preocupa es que estos modelos se han convertido en una minoría. El Sacerdote ha perdido confianza en la importancia de su propio ministerio, ha perdido carisma y cultura. Veo sacerdotes que identifican ‘dedicarse a los jóvenes’ con ‘disfrazarse de joven’; o, peor aún, vivir el estilo de vida de los jóvenes. Y lo mismo en la liturgia, ya que en el intento de hacerse originales se convierten en insignificantes. Les pido el coraje de ser ustedes mismos. No teman, porque allí donde sean auténticamente sacerdotes, allí donde propongan sin miedo la verdad de la fe, allí donde no tengan miedo de enseñarnos a rezar, nosotros los jóvenes los seguiremos. Hacemos nuestras las palabras de Pedro, ‘Señor, ¿a quién iremos? Solo Tú tienes palabras de vida eterna’. Nosotros tenemos hambre de lo eterno y de lo verdadero”.

Monseñor Aguer comentó, luego, las propuestas del joven: aumentar la formación, no solo espiritual, sino también cultural, de los sacerdotes; redescubrir el Catecismo de la Iglesia Católica, en su carácter conciliar; y poner, nuevamente, la Liturgia, con dignidad, en el centro de la comunidad parroquial. Visiblemente emocionado, dijo que “Tomasso nos dejó una hermosa lección de amor a Cristo y la Iglesia”.

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ZENIT Staff

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