Monseñor De Gasperín: Culpar a la Iglesia del atraso social, un recurso político

Entrevista con el obispo de Querétaro (México)

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QUERÉTARO, martes, 24 agosto 2004 (ZENIT.orgEl Observador).- En México, como en muchos países de América Latina, se constata la tendencia de algunos líderes políticos de culpar a la Iglesia católica del atraso y subdesarrollo que padece el 40% de la población.

El objetivo principal de estos ataques tiene que ver con la doctrina de la Iglesia respecto a los métodos naturales de regulación de la natalidad, cosa que en opinión de los críticos de esta postura ha causado un crecimiento poblacional explosivo y ha aumentado la pobreza en el subcontinente.

Para comprender la naturaleza de esos constantes ataques ZENIT.orgEl Observador ha entrevistado al obispo de Querétaro (México), monseñor Mario De Gasperín Gasperín.

–¿Cuál es, a su juicio, el origen de la insistencia de algunos líderes políticos en México y América Latina en culpar por el atraso y la pobreza de amplias capas de la población?

–Monseñor De Gasperín: Yo creo que es la ignorancia. La mayoría de las veces esos ataques no tienen un fundamento real en lo que señalan. Porque eluden el núcleo de la Doctrina Social de la Iglesia, que no es otro sino la defensa de la dignidad de la persona humana, de toda persona humana. La Iglesia no se opone al desarrollo, lo que hace es defender la vida humana en todas sus manifestaciones, desde la concepción hasta la muerte natural.

–Sin embargo, la etiqueta de «culpable» se le sigue asignando por parte de políticos que incluso deploran que siga «en la Edad Media» en temas como el control de la natalidad…

–Monseñor De Gasperín: Sí, es verdad que se trata, cuando menos en México, de una costumbre. Hay mucha pobreza porque hay una tasa de natalidad enorme. Como la Iglesia se opone a los anticonceptivos, al preservativo y a los métodos de «planificación», luego entonces la Iglesia es culpable. Pero es una cortina de humo, un desviar la atención a los errores propios de los políticos, que son los directamente responsables del atraso, la ignorancia, la falta de servicios de salud, en una palabra, de la pobreza.

–Lo curioso es que muchos de ellos se declaran católicos…

–Monseñor De Gasperín: Si son católicos deberían conocer su fe. Hasta tal punto no la conocen que pueden opinar de manera tan disparatada de una de las verdades de fe de la Iglesia: que la vida humana no es negociable, bajo ninguna circunstancia… Es que no se dan cuenta –o no quieren darse cuenta por desidia— de que en esta materia la Iglesia se la está jugando por la persona humana; por la verdad. La verdad de Cristo, que es la verdad de la trascendencia de la vida, no es una teoría: es un compromiso muy concreto con cada ser humano, independientemente de que éste forme parte de la Iglesia.

–¿Qué le pediría a quienes hoy vinculan la postura de la Iglesia sobre contracepción artificial con la pobreza?

–Monseñor De Gasperín: Que primero nos conozcan, sepan lo que hacemos, la verdad revelada que forma parte de nuestra fe y los valores que defendemos. Por desidia no lo hacen. Yo pediría que primero nos conozcan y después nos ataquen. Que se tomen el trabajo de conocer el porqué de la defensa a la vida que sostiene la Iglesia católica.

–¿Cuál es el origen de esta actitud de desdén y desconocimiento?

–Monseñor De Gasperín: En México, por lo menos, se trata de un pensamiento viciado desde la raíz, desde la imposición del liberalismo como ideología política. Hay un desconocimiento total de los valores que defiende la Iglesia, valores que, por otra parte, están ligados al anhelo de la gente, al corazón del pueblo. Se ha querido borrar la dimensión social y comunitaria que ofrece la Iglesia. Porque la Iglesia, en el plano social, lo que quiere es formar comunidad. Y nada beneficia más al desarrollo económico y social que el trabajo y la vida en comunidad.

–Nos queda la familia…

–Monseñor De Gasperín: Sí, es cierto; el problema es que hoy la familia está como secuestrada por el Estado y sus empresas. Secuestrada en la educación, en la diversión, en la cultura. Secuestrada en la vida de la fe, en la dimensión comunitaria, social, de la expresión de su fe. Ésta es una catástrofe que se está construyendo en nombre del progreso. Pero, ¿qué progreso es éste que elimina el valor fundamental de la vida; que todo lo mide en participación de mercado o dádivas del Estado?

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ZENIT Staff

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