Monseñor Mamberti: La ONU debe recuperar sus valores fundacionales

Intervención del jefe de la delegación de la Santa Sede en la Asamblea General de Naciones Unidas

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Por N.S.M.

NUEVA YORK, martes 2 octubre 2012 (ZENIT.org).- En su intervención en la 67 sesión de la Asamblea General de la ONU que se desarrolla en Nueva York, monseñor Dominique Mamberti, secretario para las Relaciones con los Estados y jefe de la delegación de la Santa Sede, hizo un discurso sobre el tema de esta sesión, dedicado a buscar medios pacíficos para la resolución de conflictos de carácter internacional.

Tras destacar el importante papel histórico desempeñado por las Naciones Unidas en el marco internacional, monseñor Dominique Mamberti señaló que “hoy en un contexto de interdependencia generalizada, el contraste entre riqueza y pobreza es todavía más grave, incluso inaceptable”.

El progreso técnico y económico “ha contribuido a ahondar la brecha entre quienes disponen de educación y de los medios necesarios para progresar y quienes, en cambio, se ven privados de ella”.

Por otra parte, los vínculos jurídicos y económicos que conectan a los países “no son siempre justos y equitativos” y han acabado por ser correa de transmisión “de una grave crisis económica y financiera que se ha propagado con la rapidez de un incendio forestal, tocando sobre todo a los que están en desventaja”.

En su discurso señaló que el recurso a la criminalidad y al terrorismo aparecen como el modo más facil a ciertos sectores de la población mundial para salir de la pobreza. Una violencia favorecida por las telecomunicaciones y por el acceso demasiado fácil a las tecnologías de la guerra, recordó el representante vaticano. El peligro de una guerra nuclear que parecía haberse alejado en los años 90 del siglo pasado, reaparece.

Recordó el papel de Naciones Unidas en periodos de la historia como la guerra fría, el proceso de descolonización o la independencia de numerosos estados, por ejemplo. Progresos que fueron la base fundamental para el reforzamiento del Estado de derecho, la garantía de los derechos humanos y la pacífica cooperación internacional.

Sin embargo, monseñor Mamberti afirmó que, “la realidad actual nos presenta un sistema ONU como privado de la fuerza de la unidad y de persuasión que se habría podido legítimamente esperar” así como “lugar de ejercicio de relaciones de fuerza, a menudo, lamentablemente, en provecho de intereses estratégicos particulares”.

“¿Cómo es posible –se preguntó el prelado- que a pesar de la adhesión universal a la Carta de Naciones Unidas y a los Tratados fundamentales, no se logre establecer una justa y verdadera gobernabilidad global?

A tal pregunta, la Santa Sede hace una propuesta de orden moral, atrayendo la atención sobre los valores que sostienen necesariamente a toda sociedad humana.

Señaló que hoy se observa una “pérdida de confianza en el valor del diálogo” y “la tentación de favorecer a priori a una de las partes en causa en los conflictos regionales u nacionales”

Especialmente urgente es, señaló el representante de la Santa Sede, la situación en Medio Oriente y en Siria.

“No es posible una solución fuera del respeto de las reglas del derecho internacional y del derecho humanitario, como tampoco fuera de la puesta en marcha de los mecanismos establecidos por la Carta de Naciones Unidas”. Por ello, se debería facilitar la misión del enviado especial de la ONU y de la Liga Árabe pero también “asegurar la asistencia humanitaria a las poblaciones angustiadas”.

Recordó las palabras de Benedicto XVI en su reciente viaje al Líbano sobre el respeto efectivo de la libertad religiosa, de los derechos humanos, la construcción de la paz y su llamamiento a los países árabes para que propongan soluciones factibles que respeten la dignidad de toda persona humana.

“Es ilusorio querer crear una verdadera armonía entre los pueblos, querer garantizar una convivencia pacífica y una cooperación efectiva entre los estados a partir de una visión antropológica en la que, sin negar en teoría la dignidad y los derechos fundamentales de la persona, se relega la dimensión profunda de esta última y su unicidad al rango de factores secundarios, y hace prevalecer conceptos colectivos vagos, reduciendo a la persona a la mera categoría de ‘consumidor’ o ‘agente de producción del mercado’”.

Monseñor Mamberti afirmó que no se pueden usar los Objetivos del Milenio y la agenda para el desarrollo después de 2015 “según una visión relativista del hombre que, usando de modo hábil expresiones ambiguas, amenaza el derecho a la vida y tiende a la deconstrucción del modelo de familia fundada en la unión de un hombre y una mujer, orientada a la procreación y a la educación de los niños. Tales intentos corren el riesgo, al final, de debilitar irremediablemente la credibilidad y la legitimidad de la Organización de Naciones Unidas como instrumento universal para una cooperación un paz duraderas”.

Pidió una solución efectiva al debate sobre la reforma y la mejora del funcionamiento de esta organización internacional que no será posible sin “un esfuerzo constantemente renovado por volver a la visión fundadora” de la misma.

“Una paz duradera no será posible sino a través del empeño de todos y de cada uno, en un diálogo constructivo, orientado hacia la realización de condiciones de vida dignas y decentes para todos los seres humanos”.

Y aludiendo al papel de la religión en la vida de las sociedades y los pueblos dijo que esta “no puede ser entendida de otra manera sino como un factor de paz y de progreso, una fuerza vital para el bien de todos”.

La religión, dijo, “lleva a los hombres a superar todo interés egoísta y a poner todas sus energías al servicio de los demás, y de la paz entre los pueblos”.

Por ello, “todas las formas de fanatismo, exclusivismo, todo acto de violencia respecto al prójimo son una explotación y una desviación de la religión”.

Además –concluyó–, la historia ha demostrado que una concepción distorsionada de la laicidad o una idea de tolerancia que llevara a querer reducir el hecho religioso al ámbito privado no haría otra cosa que minar las bases de toda convivencia pacífica, tanto en el nivel nacional como internacional”.

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ZENIT Staff

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