Monseñor Zen: Hong Kong, una puerta para la Iglesia en China

El prelado Constata el fuerte vínculo de los católicos chinos con el Papa

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MILÁN, 3 octubre 2003 (ZENIT.org).- A pesar de la persecución que sufre y de la dificultad para abrir camino a las vocaciones, la realidad de la Iglesia en China comienza a ser alentadora y se pueden constatar frutos de unidad en su seno, afirma monseñor Joseph Zen Ze-kiun, obispo de Hong Kong desde el 2002.

Monseñor Zen es una de las figuras más representativas de la Iglesia asiática. Por su claras posturas y su valiente oposición a decisiones del gobierno, este salesiano se ha convertido en la conciencia crítica de Hong Kong.

Afirma que no tiene madera de mártir; por ello, «la Providencia dispuso que dejara Shangai en 1948, a la edad de 16 años, uno antes de la llegada del comunismo a China».

Por sus méritos, muchos periódicos están convencidos de que él es el cardenal «in Pectore» anunciado por Juan Pablo II el pasado 28 de septiembre.

En esta entrevista concedida a Zenit, el prelado describe la situación de los católicos en el país, distribuidos entre la Iglesia «oficial» –denominada también «Asociación Patriótica de los católicos chinos»– y la «clandestina».

Sólo la primera cuenta con el reconocimiento del gobierno de Pekín a costa de un control directo por parte de los organismos políticos comunistas y de la renuncia a los vínculos con el Vaticano. La segunda rechaza los condicionamientos y subraya su comunión con el Papa; por ello sufre persecución por parte de las autoridades.

La Iglesia católica en Hong Kong cuenta con 230.000 fieles, atendidos por 310 sacerdotes. Se celebran anualmente unos 4.000 bautizos. La mayoría de los católicos de la diócesis son chinos, si bien hay grupos muy activos de otras nacionalidades, como filipina, coreana, japonesa, india, francesa y alemana.

–¿Qué papel geográfico y espiritual puede desempeñar Hong Kong?

–Monseñor Joseph Zen: El Señor tiene sus planes para Hong Kong y para China: Hong Kong es una puerta para la Iglesia, para regresar a China. El Papa siempre nos ha pedido a la Iglesia en Hong Kong que seamos un puente para China, y en éstas últimas décadas hemos buscado realizar esta tarea.

–¿Podría relatarnos su misión de Pastor en este continente ilimitado?

–Monseñor Joseph Zen: En 1984, tras una larga ausencia de China –salvo una breve visita a Shangai en 1974–, solicité enseñar en los seminarios de la Iglesia oficial en China. Por fin, tras cuatro años de espera, llegó la autorización. Fue al final de los años ochenta: después de los episodios de Tienanmen, el gobierno necesitaba mostrar una cara distinta y promovía las visitas a China.

De 1986 a 1996 hice muchos viajes a China, residiendo allí varios meses al año. Después del de Shangai, a partir de 1993 otros seminarios nos abrieron sus puertas. Hubo un gran enriquecimiento recíproco. Se nos daba la posibilidad de robustecer su formación, pero a la vez recibimos una gran lección de fe puesta a prueba por la persecución. Nosotros parecíamos los benefactores; en realidad, ¡éramos conscientes de que lo que se nos daba era mucho! El éxito del Concilio Vaticano II se debe también al sufrimiento de muchas Iglesias perseguidas.

–Es difícil hablar de la Iglesia en China. ¿Cuál es la situación real?

–Monseñor Joseph Zen: Durante mucho tiempo, la Iglesia en China ha sido una Iglesia del silencio. Sin embargo hoy tiene algo de voz. La realidad de la Iglesia que he podido contemplar es consoladora: no podíamos visitar la Iglesia «clandestina»; íbamos a los seminarios administrados por la «oficial», pero tocamos con la mano que en su corazón esta Iglesia estaba y está con Roma. Cuando el gobierno permitió mencionar al Papa en la oración, percibí una gran emoción entre los católicos. En China, la primera oración de los fieles es por el Papa, y puedo asegurar que el vínculo con él es muy fuerte: gran parte de los obispos de la Iglesia «oficial» han sido reconocidos secretamente por el Papa porque permanecen fieles a Roma. Ciertamente, ninguno lo revela públicamente, igual que el gobierno finge no saberlo. En los últimos tiempos, también por estos motivos, la situación de los católicos en China está empeorando Los tres documentos aprobados en marzo relativos al «funcionamiento» de la Iglesia «oficial» y de los organismos encargados de controlarla son motivo de preocupación.

Lo más doloroso es la situación de los seminarios. Actualmente el gobierno es más severo que en el pasado –si bien en China existe un dicho: cuando el camino es estrecho, sabes que se ensanchará, y viceversa–. Puedo citar algunos ejemplos. En Xian el obispo es un santo, pero cuando en el 2000 se opuso a la ordenación de cinco obispos no autorizados por el Papa, fue «castigado»: se le prohibió enseñar en sus seminarios. En Hebei hay un gran seminario con doscientas plazas, pero el número de seminaristas se mantiene rígidamente en veintinueve, a pesar del elevado número de vocaciones.

–¿Qué perspectivas de futuro hay?

–Monseñor Joseph Zen: Pienso que los nuevos dirigentes aún no han tenido la posibilidad de asumir y ejercer completamente el mando; muchos hombres de Jang Zemin tienen todavía una función; sólo cuando la nueva dirigencia haya completado el traspaso de poder podremos evaluar la situación. ¡Tal vez los nuevos introducirán mejoras en la política religiosa! Los primeros pasos, empezando por el lema «Ninguno por encima de la Constitución», han sido alentadores.

En cualquier caso, tampoco en Hong Kong la situación es halagüeña. Desde el punto de vista religioso, la libertad está garantizada y no existen ataduras, pero el clima social y político es difícil, especialmente tras el asunto del artículo 23, que vio al gobierno local comportarse con arrogancia.

En este momento, con una maniobra fraudulenta, las autoridades de Hong Kong están intentando quitar a la Iglesia el control de las escuelas católicas –unas 300 en la ciudad de Hong Kong, frecuentadas por el 25% de la población escolar–, que por ley están subvencionadas por el Estado, que paga los sueldos de los profesores y el mantenimiento de los edificios. La próxima batalla será sobre este tema. Acabo de escribir un artículo en el semanario diocesano; veremos sus consecuencias.

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ZENIT Staff

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