Morir para vivir

V Domingo de Cuaresma

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Jeremías 31, 31-34: “Pondré mi ley en su mente y la grabaré en lo profundo de su corazón”
Salmo 50: “Crea en mí, Señor, un corazón puro”
Hebreos 5, 7-9: “Aprendió a obedecer y se convirtió en autor de salvación eterna”
San Juan 12, 20-33: “Si el grano de trigo sembrado en tierra muere, producirá mucho fruto”

¡Uffff! ¿Cómo explicar a Doña Tomasita los diferentes horarios del mundo? Hace unos días nada le hubiera preocupado, pero con la llegada de la luz empezó a ver televisión y a todas horas está siguiendo los programas católicos. Se queda asombrada al escuchar que en Roma ya son las doce del día y que el Papa Francisco se dispone a rezar el Ángelus, cuando acá apenas son ¡las cinco de la mañana! Después de mis inconsistentes explicaciones me responde: “No entiendo cómo sea eso, pero yo creo que Dios a todos nos mira sin diferencias de horarios y ni de tiempos. Todos estamos presentes para el amor de Dios”. Gran sabiduría de Doña Tomasita, ojalá todos aprendiéramos a vivir la hora del amor de Dios.

Jesús vive la hora de Dios: hora de entrega, hora de glorificación, hora de amor. Sabe lo que significa aceptar la voluntad del Padre a pesar del dolor. Y no es que Dios Padre sea un dios vengador que busque el sufrimiento de sus hijos, como alguien nos lo ha querido hacer creer, como si necesitara sangre, dolor y muerte para perdonar nuestros pecados. Pero Cristo no es un mesías de poder, de guerra y venganza, sino el Mesías de la entrega, del amor y del perdón. Es humano sentir miedo ante el dolor y ante la muerte y Jesús pasa por esta experiencia, de ahí su expresión, “Ahora que tengo miedo”, nos manifiesta su angustia que lo hace exclamar su petición al Padre: “Padre, líbrame de esta hora”, que le pidió “a gritos y con lágrimas”. Pero supera su temor por la fuerza que le da el Padre y por su decisión de amar hasta el extremo. Sabe que sólo así podrá ser juzgado y arrojado el príncipe de este mundo. Su “hora” es hora de Dios, para esta hora ha venido. Es el momento del Padre que Jesús hace suyo y hacia esta hora dirige toda su actividad. El significado de su hora, no es sólo de la muerte, sino también de su gloria y su triunfo. Ahí, en ese hecho que parece sólo un fracaso, se manifiesta la gloria de este Hombre, y, a través de Él, la gloria del Padre. Jesús hace coincidir su hora con la hora del Padre.

¡Qué dificultad para organizar y priorizar nuestro tiempo! Dividimos nuestra vida absurdamente y nos escudamos pensando que hay momentos oportunos para vivir en el horizonte de Dios y de su plan, y otros para darnos “gusto” viviendo al estilo del mundo. Hoy nos enseña Jesús que cada momento es un momento especial de gracia y que hay que vivirlo a plenitud, llenarlo todo con nuestro trabajo, nuestra entrega y nuestro corazón. No se pueden dejar “tiempos perdidos”, vacíos y huecos. Con un dinamismo de entrega total vivamos nuestra hora, aceptando el camino de la pasión para defender y dar la vida como lo hizo Jesús. Nadie puede desperdiciar absurdamente su vida, dejando las cosas en manos de los demás; nadie tiene derecho a dejar que su historia se escurra en la indiferencia. Su tiempo es también tiempo de Dios y así lo debe llenar de sentido. No podemos olvidar que nuestra vida tiene sentido cuando manifiesta la gloria de Dios, y que la gloria de Dios es que el hombre (todo hombre, mujer, niño, pobre) tenga vida.

¿Quién no quisiera dar vida a los demás? Seguramente todos, pero no todos estamos de acuerdo en que se necesita morir como el grano de trigo para poder ser fértil. Todos queremos iluminar, pero la vela para dar luz tiene que desgastarse e irse consumiedo poco a poco, y muchos le tenemos miedo al desgaste y sufrimiento. Todos queremos darle sentido y sabor a la vida de los demás, pero la sal para dar sabor tiene que deshacerse y volverse nada para penetrar en todo. Si se queda “encerrada” en si misma acaba por “salar” y descomponer el alimento. Todos queremos parecernos a Jesús, pero no siempre estamos dispuestos a seguirlo y a servir como Él nos enseña. Sólo hay un forma de dar fruto, de ser luz y de dar sabor: la entrega plena y sin condiciones. Pero nosotros le tenemos miedo al sacrificio y al esfuerzo. Nuestro mundo nos engaña haciéndonos esperar frutos fáciles, luces artificiales y sabores engañosos. Nos hemos creído lo que el mercado ofrece: la felicidad barata e individualista. Pero no es el camino de Jesús ni el verdadero camino del hombre. Esta actitud busca la felicidad de unos cuantos y para un breve tiempo. La verdadera felicidad va mucho más allá de la comodinería, se encuentra en la donación plena de nuestro tiempo y de nuestro corazón. Es hacer coincidir nuestra hora, nuestra intención y nuestros deseos con los deseos del Padre al mismo estilo de Jesús.

Morir para vivir es la lección fundamental de Jesús. El amor oblativo del que se da a sí mismo, hasta perderse, es la forma de alcanzar la plena felicidad. Las aparentes contradicciones de este evangelio nos llevan a reflexionar profundamente: ganar para perder, entregar para conservar, morir para vivir; ponen muy en claro cuál es el verdadero valor de un hombre y de un cristiano. Reflejan el tiempo y los intereses del mundo opuestos a los intereses y al tiempo de Dios. ¿A qué debemos morir, qué debemos entregar, qué necesitamos perder para hacer de nuestra hora, una hora de gracia, una hora de Dios?

En estos días de Semana Santa encontraremos la coincidencia del tiempo de Jesús con el tiempo de su Padre. Es la vivencia de su entrega y también de su glorificación. Será común ver las representaciones, los viacrucis, ceremonias, en nuestros pueblos, pero nosotros, ¿cómo vamos a acompañar a Jesús? ¿Estamos dispuestos a cargar su cruz? ¿Podemos ser grano que muere para dar vida, sal que se disuelve para dar sabor, candela que se deshace para dar luz? ¿Viviremos el tiempo de Dios o el tiempo de nuestro egoísmo e individualismo?

Ven, Señor, en nuestra ayuda, para que podamos vivir y actuar siempre con aquel amor que impulsó a tu Hijo a entregarse por nosotros, que aprendamos de Él a ser semilla, sal y luz. Amén.

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Enrique Díaz Díaz

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