Muchos formadores de seminarios y conventos no conocen las heridas que traen los candidatos

Entrevista a la hermana Lacambra, experta en temas de sexualidad humana

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Por José Antonio Varela Vidal

ROMA, martes 5 junio 2012 (ZENIT.org).- Siempre es bueno conocer el origen de las cosas. Esto ayuda a identificar las causas de los problemas, que al crecer con diversas ramificaciones impiden una adecuada solución. Algunos de estos son los temas referidos a la sexualidad humana o a lo demoníaco.

Para conocer más de cerca estas realidades, ZENIT conversó con la hermana María Blanca Lacambra, de la congregación de las Siervas de la Verdad, quien reside en Bayamón, Puerto Rico. Ella trabaja desde hace muchos años con distintos grupos de la archidiócesis de San Juan, en lo referido a alteraciones sexuales, así como casos de posesiones diabólicas y exorcismo. La primera parte de la entrevista la ofrecemos hoy.

¿Por que el tema de la sexualidad, con sus perversiones, se ha vuelto una noticia de todos los días?

–Hna. Lacambra: Considero, en primer lugar que la sexualidad es sagrada, creada por Dios y, por ende un regalo suyo. Las perversiones son ocasionadas por un montón de factores inherentes a traumas, violaciones y abusos de toda índole. Siendo Puerto Rico una sociedad matriarcal, donde la madre hace casi todo con respecto a los hijos, y el padre se dedica a traer el sustento al hogar, –hoy muchas madres trabajan y tampoco tienen tiempo para los hijos–, son los hijos los que quedan afectados por ello y en muchos casos se debilitan. Todo esto hace que muchas heridas queden impresas en el cerebro y los acompañen durante toda la vida. Si estas heridas no son tratadas con denuedo por distintos profesionales diestros en la materia, a la par que una toma de conciencia seria de la participación de Dios en nuestras vidas, tendremos ante nosotros adultos con muchos trastornos de la conducta y la personalidad; problemas que más adelante se manifestarán tanto en la vida matrimonial como en la vida religiosa.

¿Y esto puede modificarse?

–Hna. Lacambra: Hay sacerdotes, psiquiatras, psicólogos y sexólogos que trabajan en esto, y por lo que me va enseñando la experiencia, hay que trabajar con rapidez y así erradicar, en la medida de lo posible, las heridas que impiden al hombre adquirir la liberación; recordemos que somos imagen y semejanza de Dios y son las heridas las que nos impiden sentir en nuestro ser ese “niño” o “niña” creada por Dios y que continuamente está gritando dentro de nosotros porque quiere ser lo que Dios, Nuestro Señor quiso que fuera: su hijo o hija muy querida.

¿Y cómo se debe prevenir esto, con aquellos que entran en los seminarios o conventos?

–Hna. Lacambra: Veo que se está haciendo algo últimamente, pero poco. El que se realice un test psicológico no basta, porque si la persona es inteligente podrá manipular a todos los que lo quieran cambiar y no se podrá saber cómo es en realidad el candidato. Los candidatos no dicen muchas cosas que se tendrían que saber antes de entrar al convento, a fin de ser ayudados. Vienen con muchas heridas de la infancia y la adolescencia. Todavía considero que se tiene miedo al tema de la sexualidad; no se profundiza como se tendría que hacer. Recordemos que la sexualidad abarca el cuerpo, alma y espíritu y por consiguiente, nos acompaña a lo largo de toda la vida y si no nos es familiar, amiga, diría yo, ¿cómo amarla y dejarla que cumpla con el fin para que Dios, Nuestro Señor la ha creado?

Por eso se ven algunos casos, ¿no?

–Hna. Lacambra: Se ingresa en las comunidades y nos encontramos con tantas cosas que están pasando a nivel mundial, sea con sacerdotes, religiosas, pastores y nos escandalizamos pero…, ¿quién acompañó a estos candidatos a la vida religiosa y sacerdotal en el aspecto de la sexualidad? ¿Acaso sus padres? Da pena tener que constatar que muchos padres no saben nada de lo que se refiere a este tema tan importante. Diría yo, tampoco tienen mucho conocimiento del mismo algunos formadores y superiores de las comunidades religiosas. Muchos jóvenes entran en el seminario o a la vida religiosa con la intención de quedarse, sea por que tienen vocación o por otras causas que ya conocemos; algunas de ellas no muy positivas. El hecho de que no se tengan formadores debidamente preparados para acompañar a estos candidatos, supone que ante el voto de castidad tengan problemas. Además, el mero hecho de saber que se tienen tentaciones fuertes, no supone necesariamente que no se tiene vocación. Precisamente, los medios que se utilizan contra el maligno son importantísimas en estos momentos: la oración, la recepción de los sacramentos, el santo rosario y, sobre todo, el acompañamiento de una persona –generalmente el superior y el director espiritual–, tanto en el terreno espiritual como humano.

En la época de la formación al sacerdocio o a la vida consagrada, ¿qué señales de alarma se deben advertir al respecto?

–Hna. Lacambra: Diría el excesivo apego al superior, pues están buscando un papá; en el caso de las jóvenes, en la superiora a una mamá. Y eso se manifiesta a lo largo de toda la vida. Considero que un candidato a religioso o religiosa, que no haya recibido el amor de los padres, le va a ser doblemente difícil seguir adelante sin ayuda. La necesidad de masturbarse, de ver pornografía; la necesidad de estar horas ante la pantalla; el vivir una vida totalmente secularizada y superficial, son indicios de la falta de compromiso ante un asunto tan importante.

¿No hay cómo superarlo durante la formación?

–Hna. Lacambra: En la formación hay que guiar a los candidatos a tener una vida de oración intensa, porque ese amor aplasta y apaga todo los demás. Pero no es lo único. Nuestra naturaleza es humana y, por ende, hay que tenerla en cuenta. Si el amor radica en la sexualidad, es imposible que se ame sin ser afectivo. ¡Dios es amor! Y qué bien nos lo da a entender nuestro papa Benedicto XVI en su encíclica Deus Caritas Est. Los formadores deberían tener conocimientos de la persona humana; deben prepararse en sexología y ser maduros afectivamente. Han estudiado filosofía, teología pero saben poco de afectividad si no provienen de una familia en donde mamaron y fueron testigos del amor que el padre tenía a la madre y viceversa; deben haber tenido experiencias de un amor filial que es el eje de la madurez afectiva y del espíritu. El sentido de la castidad bien entendida y vivida, conduce a un amor tan grande que no se necesita a nadie más en el caso del cónyuge; y nadie más que el Esposo, en el caso del célibe.

Otro tema de nuestro tiempo es la infidelidad entre las parejas… ¿Esto donde se origina?

–Hna. Lacambra: En los talleres que tenemos nos damos cuenta que el problema grande que nos presentan cuando llegan no es el esposo o la esposa, sino la falta de amor de la infancia; falta de amor por las heridas que tienen, sobre todo de los 0 a los 6 años. Allí no hubo un papá o una mamá que les regalara el amor que necesitaban, para después hacer uso de ese mismo amor a lo largo de toda la vida. Luego de trabajar con ellos, se dan cuenta ellos mismos que han habido cosas en el fondo que están impidiendo el amor gratuito y maduro que se deben tener; la felicidad es un regalo que Dios les ha dado; regalo que tiene que ir desarrollando a lo largo de la vida. El cónyuge no es el culpable de la falta de felicidad en el otro, en la mayoría de los casos.

¿La infidelidad es acaso una patología?

–Hna. Lacambra: No me atrevería a decir que es una patología. Pero sí diría que es una actitud, un estado producido por una insatisfacción, una búsqueda del placer; de lo sensorial sin haber ahondado bien en la afectividad, que es lo que se aprende en el hogar. ¿Cómo entonces hablar de espiritualidad si lo relacionado con la naturaleza humana está “cojo”?

¿Y el asunto de la homosexualidad?
Algunos dicen que se adquiere, otros que se nace así, ¿qué se sabe al respecto hoy?

–Hna. Lacambra: Hay una gran cantidad de ideas y teorías al respecto. Lo que estudié –aunque no soy sexóloga–, es que hay dos clases de sexualidad, la primaria y la secundaria. La primaria se refiere a aquellas personas que desde muy pequeños ya tienen esa inclinación. Hay un montón de factores a tener en cuenta con respecto a esto, pero yo diría que entre 100 homosexuales, solamente unos pocos son homosexuales primarios (los verdaderos homosexuales). El resto, el número mayor lo constituyen los secundarios; para nosotros, seudohomosexuales.

Entonces, ¿todo esto puede encauzarse?

–Hna. Lacambra: La sexualidad es una ciencia moderna: del siglo XX, por lo que está aún en pañales. Se van encontrando muchas cosas, y trabajando con las personas nos damos cuenta de que el homosexual secundario no lo es en realidad, es un falso o seudohomosexual. Por lo que con ayuda de personas idóneas pueden volver a ser heterosexuales, que es lo que Dios quiso para ellos. No obstante nos hemos encontrado también con casos de homosexuales primarios a quienes hemos podido encauzar a través de la vida espiritual y los hemos ayudado a amar a Dios, quien constituye el fundamento de su amor. Lo han logrado: poniendo a Dios, Nuestro Señor en la cima, todo lo demás queda en segundo lugar. En nuestra Archidiócesis existe un grupo llamado “Courage” que ayuda a los homosexuales y donde se consiguen muchos frutos. Es claro que el acercarse a Dios y aprender a amarlo hace que uno vaya enamorándose de Él y conduce a que se vayan apagando las pasiones que nos separan de Él a nivel terreno: el placer, la comodidad, etcétera. Además, el saber canalizar bien la energía sexual hace que la sexualidad no se desborde y ocasione las inundaciones que vemos por todas partes.

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ZENIT Staff

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