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Forma de un palio (Wikipedia).

Muestra que Dios es misericordia y no división

Carta pastoral del arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro Sierra. ‘Sin comunión plena, no hay un anuncio creíble del Evangelio para los hombres’

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“Muestra que Dios es misericordia y no división” es el título de la nueva carta semanal del arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro Sierra. A continuación publicamos el texto íntegro de la misma:
Cuando estábamos reunidos en un acto ecuménico en la catedral de la Almudena este lunes, 25 de enero, como clausura de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos –unidad que es el gran deseo de Cristo, que todos los discípulos seamos uno–, vino a mi mente el día en que el Papa Francisco me entregó el palio, como signo de la responsabilidad que me daba como sucesor de Pedro al nombrarme arzobispo de Madrid. Y también cuando el nuncio del Papa me lo impuso en la catedral. La entrega y la imposición requerían de mí asumir que os tenía que acompañar como el Señor lo hace. Y quiero haceros llegar la respuesta que yo me daba y la petición que le hacía al Señor en la fiesta de la Conversión de san Pablo. Me preguntaba a mí mismo: ¿Qué simboliza el palio en esta responsabilidad de arzobispo en la Iglesia de Jesucristo? ¿Cuando me pusieron sobre los hombros el palio y cuando sigo poniéndolo en las celebraciones, qué me está recordando? Y me respondía: ese símbolo y gesto me tiene que hacer recordar toda mi vida que el pastor debe poner sobre sus hombros a los hombres y, muy especialmente, a quien más perdido esté y a quien más lo necesite por el motivo que fuere, para llevarle por el camino por el que llegue a su casa. Es el lenguaje que utilizó el Señor, para que llegue y esté en el redil. Los Padres de la Iglesia siempre vieron en esta imagen a toda la humanidad, a todo ser humano que se ha perdido y no encuentra el camino de su casa. Por el camino del amor, de la entrega de su vida hasta la muerte, el Buen Pastor que es Jesucristo nos lleva a su casa. Participar en esta tarea es la gran ocupación que debe tener el pastor. Ayudadme a realizarla.
Cuando me pongo el palio, siento que el Señor me hace esta pregunta: ¿Llevas también contigo a todos aquellos que me pertenecen, es decir, a todos los hombres? ¿Llevas a todos los que te he dado? ¿Los llevas a mí, a Jesucristo? De tal manera que el palio se convierte en un símbolo de amor al Buen Pastor y de amar al hombre como Él. Dios es misericordia, así nos lo revela Jesucristo con su propia vida. Recuerdo haber leído en uno de los sermones de san Juan de Ribera, arzobispo de Valencia, la explicación que daba a los cristianos de cómo y quién era Dios para los hombres. Decía así: «Habéis oído y dicho vosotros de Dios que es Todopoderoso, Omnipotente, Creador, etc., pero fijaos bien, cuando Dios ha querido decir a los hombres quién es y cómo tenemos que ser nosotros, nos ha revelado y se ha manifestado como Padre Misericordioso y nos ha mostrado en el Hijo su rostro verdadero, el de la Misericordia».
Es un deseo del Señor que se nos torna necesario para realizar la misión que Él entregó a su Iglesia. La misericordia engendra unidad, nos hace comprender mejor lo que Dios quiere de nosotros. Sin unidad, sin comunión plena, no hay un anuncio creíble del Evangelio para los hombres. Si nuestro corazón y nuestra mente están abiertos al Espíritu de comunión, Dios puede obrar milagros en su Iglesia, restaurando los vínculos de unidad en una situación histórica en la que tanta falta hace. Os pido que me ayudéis a llevar el palio. Convencidos de que la unidad la da Jesucristo, descubramos en este Año de la Misericordia lo que el decreto del Concilio Vaticano II sobre el ecumenismo pone de relieve cuando nos dice que, si los cristianos no nos conocemos mutuamente, no puede haber progreso en el camino de la comunión.
El Papa Francisco nos alienta a vivir con el rostro de la misericordia de Cristo. Y nos dice que si los cristianos realizamos, vivimos y pasamos por las cuatro estaciones necesarias para vivir en, por y con la misericordia de Jesucristo, como son no juzgar, no condenar, perdonar y dar, podremos restaurar la unidad y la comunión en la Iglesia y construiremos la cultura del encuentro. Pidamos al Señor su misericordia; pidamos vivirla con la intensidad y la fuerza que solamente Él puede dar; pidamos siempre que el Señor arranque de lo más profundo de nuestra vida un grito con el que le digamos: ¡Danos tu rostro de misericordia! ¡Elimina de nuestra vida todo aquello que divida, rompa y no haga posible el encuentro de los hombres!
Acojamos, cultivemos y anunciemos la misericordia, que es el amor mismo de Dios. Lo que el Señor nos pidió a los discípulos fue que viviésemos como mandamiento nuevo su amor entre nosotros. Un amor que va acompañado de gestos coherentes, que crea confianza, que hace posible que se abran los corazones, los ojos, los oídos, las manos. Que nos introduce en un diálogo de amor, de caridad, de misericordia, que provoca necesariamente el vivir en el diálogo de la verdad. Es cierto que la unidad y la comunión son esencia de nuestra identidad y, por tanto, de nuestro ser de cristianos. Esa esencia nos la entregó el Señor el día de nuestro Bautismo al darnos su misma Vida. Pero nos sucede como al apóstol, «que hacemos lo que no queremos y queremos lo que no hacemos». El tesoro precisamente es eso que puso el Señor en nosotros: «su amor, su misericordia, su unidad y la comunión»; pero la vasija que cada uno de nosotros somos, se rompe y hace que estropeemos lo que tan bellamente puso Él en nuestra vida, su Vida que es «misericordia y no división», es decir, «unidad y comunión».
¡Qué maravilloso es entrar en conversación y escucha de san Pablo! Según el apóstol, los discípulos de Cristo estamos llamados a la misericordia con el Hijo, y precisamente este es el motivo por el que se llama al Padre fiel o justo: «Pues fiel es Dios, por quien habéis sido llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo, Señor Nuestro» (1 Cor 1, 9). Así, todos los creyentes somos compañeros de Cristo, en una misericordia que está en el presente y se desarrolla, en una misericordia que se realiza mediante la fe, en una comunión que se lleva a cabo en una misión de vida con Él. Precisamente el momento de esta unión es el Bautismo, en el que se con-muere con Cristo para con-resucitar con Él. Es una misericordia-comunión que se crea y recrea también en la Cena del Señor, en el Misterio de la Eucaristía.
Sin «espiritualidad de misericordia-comunión» no hay «evangelización» y tampoco hay verdadero ecumenismo. De tal manera que la misión nos está exigiendo la misericordia y la comunión. La comunión que se tiene en la fe con el Padre y el Hijo solo puede expresarse en la misericordia con los hermanos. Es necesario volver a leer y meditar Jn 14, 20-23: «Aquel día conoceréis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros. […] Si uno me ama, guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a Él y moraremos en él». Y también Jn 15, 4: «Permaneced en mí como yo en vosotros. Si un sarmiento no permanece en la vid, no puede dar fruto solo; así también vosotros, si no permanecéis en mí». Y de la misma manera Jn 17, 21: «Para que todos sean una sola cosa. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean una sola cosa en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado». Descubrir y experimentar que Cristo está en nosotros, que damos fruto y servimos tanto en cuanto permanecemos en Él, y que la credibilidad en este mundo pasa por ser uno en Él, se convierte para nosotros en petición constante al Señor. La misericordia es tarea y es misión.
Con gran afecto, os bendice,
+ Carlos, arzobispo de Madrid

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Carlos Osoro

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