«¡Nada podrá jamás separarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús!»

Recuerda el predicador del Papa en su homilía del Viernes Santo

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CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 14 abril 2006 (ZENIT.org).- Con la certeza de que nada podrá separarnos del amor de Dios y constatando de qué amor se trata, el predicador del Papa abordó el recuerdo de la Pasión y Muerte de Jesús en la celebración de este Viernes Santo en la Basílica Vaticana.

Para ello profundizó en su homilía en las enseñanzas que nos llegan «del amor de Dios», cuya «demostración histórica» es «la cruz de Cristo», apoyándose, ante Benedicto XVI, en su encíclica, «Deus caritas est».

Leyó el padre Raniero Cantalamessa, ofmcap., del documento: «Poner la mirada en el costado traspasado de Cristo, del que habla Juan, ayuda a comprender lo que ha sido el punto de partida de esta Carta encíclica: «Dios es amor». Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad. Y a partir de allí se debe definir ahora qué es el amor. Y, desde esa mirada, el cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar».

«Sí, ¡Dios es amor!», exclamó el predicador del Papa. «El amor de Dios es luz, es felicidad, es plenitud de vida», donde llega «sana y suscita vida», «sacia toda sed» y «está al alcance de la mano», «capaz de iluminar y caldear todo en nuestra vida».

Con todo, «pasamos la existencia en la oscuridad y el frío», y éste –advirtió el padre Cantalamessa– «es el único motivo verdadero de tristeza de la vida».

Dios nos ha amado «con amor de generosidad, en la creación, cuando nos llenó de dones, dentro y fuera de nosotros», y «con amor de sufrimiento en la redención, cuanto inventó su propio anonadamiento, sufriendo por nosotros los más terribles padecimientos, a fin de convencernos de su amor», recordó.

«Por ello –recalcó–, es en la cruz donde se debe contemplar ya la verdad de que Dios es amor».

Y aludió a «la pasión de amor» que «Dios desde siempre alimenta hacia el género humano y que, en la plenitud de los tiempos, le llevó a venir a la tierra y padecer por nosotros».

Citando la encíclica, subrayó que el amor de Dios hacia el hombre no sólo «se da del todo gratuitamente, sin ningún mérito anterior», sino que también «es amor que perdona». Una cualidad que igualmente «resplandece en el grado máximo en el misterio de la cruz», señaló el predicador de la Casa Pontificia.

Y es que «el amor de Cristo en la cruz» «es un amor de misericordia, que disculpa y perdona, que no quiere destruir al enemigo –puntualizó–, sino en todo caso la enemistad».

«Es precisamente de esta misericordia y capacidad de perdón de lo que tenemos necesidad hoy, para no resbalar cada vez más en el abismo de una violencia globalizada», advirtió el padre Cantalamessa.

«La humanidad está envuelta por tanta oscuridad e inclinada bajo tanto sufrimiento que deberíamos también tener un poco de compasión y de solidaridad los unos con los otros», reflexionó.

«Hay otra enseñanza que nos viene del amor de Dios manifestado en la cruz de Cristo» –prosiguió–: «el amor de Dios por el hombre es fiel y eterno», «Dios se ha ligado a amar para siempre, se ha privado de la libertad de volver atrás», «es éste el sentido profundo de la alianza que en Cristo se ha transformado en «nueva y eterna»».

Recordó que, como dice Benedicto XVI en su encíclica, «el desarrollo del amor hacia sus más altas cotas» conlleva que «ahora aspire a lo definitivo» tanto en el sentido de «exclusividad –»sólo esta persona»–» como en el sentido del «para siempre», pues el amor engloba todas las dimensiones de la existencia, «incluido también el tiempo»: «el amor tiende a la eternidad».

Y finalmente recalcó que el amor de Dios es «victorioso», y a él canta San Pablo, quien «nos invita a realizar» «una maravillosa experiencia de sanación interior».

El Apóstol «piensa en todas las cosas negativas y en los momentos críticos de su vida (…) –dijo el predicador del Papa–. Los contempla a la luz de la certeza del amor de Dios y grita: «¡Pero en todo esto salimos vencedores gracias a aquél que nos amó!»».

«Alza entonces la mirada –continuó–; desde su vida personal pasa a considerar el mundo que le rodea y el destino humano universal, y de nuevo la misma certeza gozosa: «Estoy seguro de que ni la muerte ni la vida…, ni lo presente ni lo futuro, ni las potestades, ni la altura ni la profundidad, ni otra criatura alguna podrá jamás separarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro»».

Con estas palabras de Pablo en el corazón, invitó el padre Cantalamessa a adorar este Viernes Santo la cruz de Cristo.

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ZENIT Staff

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