Navidad en un mundo de excesos

La Iglesia subraya la diferencia entre tener y ser

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ROMA, 15 diciembre 2001 (ZENIT.org).- Lograr el equilibrio entre el significado espiritual de las Navidades y su celebración más mundana no es tarea fácil. La Iglesia de ninguna manera condena el pasarlo bien, pero llama la atención contra el excesivo materialismo.

Este año puede que sea más fácil evitar caer en el consumismo, con la recesión económica en muchos sitios que pone un freno a las compras. Los sucesos del 11 de septiembre también han hecho que muchas personas se replanteen sus prioridades. Muchas empresas y familias han planeado este año hacer donaciones de caridad, según un informe del Christian Science Monitor de 11 de diciembre.

“Hay un montón de evidencia que demuestran que, tras el 11 de septiembre, la gente se ha reenfocado hacia valores esenciales, y se preguntan a sí mismos: ¿Cómo puedo volver a las cosas que realmente me importan en la vida?” dice Juliet Schor, una profesora de sociología del Boston College. “Ha sido una llamada a despertar para muchos que se ven a sí mismos en medio de un mundo de excesos”.

Según el Monitor, incluso los comerciantes reconocen que esta época vacacional es diferente. No hay regalos ostentosos, dice la National Retail Federation, y además la gente busca regalos con más significado.

Moderación cristiana
La doctrina social de la Iglesia ha hecho continuas referencias al tema de los bienes materiales. La Encíclica de Pío XI, Quadragesimo anno (n. 136), de 1931 ya hacía notar cómo los verdaderamente enterados sobre cuestiones sociales pedían insistentemente una reforma ajustada a los principios de la razón, que pueda llevar a la economía hacia un orden recto y sano. Este orden solamente se alcanzará cuando todas las cosas “se dirijan a Dios, como a término primero y supremo de toda actividad creada”, y cuando los bienes “no se les considere más que como simples medios”, afirmaba Pío XI.

Esto no significa, explica la encíclica, que se deba despreciar los bienes materiales: “No se prohíbe, en efecto, aumentar adecuada y justamente su fortuna a quienquiera que trabaja para producir bienes”. El Papa explicaba que los bienes mundanos son lícitos, a condición de que se contemplen con respeto hacia la ley de Dios y a los derechos de los demás. Pío XI también recomendaba “la suavísima y a la vez poderosísima ley de la templanza cristiana”.

El Papa Pablo VI explicaba que “tener más no es el fin último”, en la Populorum progressio (n. 19). En nuestro crecimiento como personas la posesión de bienes materiales es “necesaria”, admitía el Papa, pero no deben ser considerados como el bien supremo.

Pablo VI explicaba que “la búsqueda exclusiva del poseer se convierte en un obstáculo para el crecimiento del ser, mientras se opone a su verdadera grandeza: para las naciones, como para las personas, la avaricia es la señal de un subdesarrollo moral.”

El progreso económico ha ayudado a la familia humana, observaba el documento del Vaticano II, Gaudium et spes (n. 63), pero existe el peligro de seguir un camino en la vida que esté imbuido de una mentalidad exclusivamente económica.

Los padres conciliares piden a los cristianos que dejen que “toda su vida, así la individual como la social, quede saturada con el espíritu de las bienaventuranzas, y particularmente con el espíritu de la pobreza” (n. 72).

Ser más
Juan Pablo II retomó este tema en su primera encíclica, Redemptor hominis, con su conocida exhortación a buscar ser más, no tener más (n. 16).

Una civilización con perfil puramente materialista condena al hombre a la esclavitud, advierte el Papa. La encíclica recordaba a los cristianos que el significado esencial de nuestro dominio sobre el mundo “consiste en la prioridad de la ética sobre la técnica, en el primado de la persona sobre las cosas, en la superioridad del espíritu sobre la materia”.

En 1987 Juan Pablo volvía al tema del desarrollo económico en su encíclica Sollicitudo rei socialis. Alertaba a los fieles sobre el peligro de un exceso de bienes materiales que “fácilmente hace a los hombres esclavos de la «posesión» y del goce inmediato, sin otro horizonte que la multiplicación o la continua sustitución de los objetos que se poseen por otros todavía más perfectos.” (n. 28).

Este tipo de consumismo, hacía notar el Papa conduce a “una radical insatisfacción, porque se comprende rápidamente que, -si no se está prevenido contra la inundación de mensajes publicitarios y la oferta incesante y tentadora de productos- cuanto más se posee más se desea, mientras las aspiraciones más profundas quedan sin satisfacer, y quizás incluso sofocadas”.

En su encíclica de 1991 sobre los problemas sociales, Centesimus annus, Juan Pablo II consideraba con todo detalle la naturaleza de la economía de libre mercado y la búsqueda del progreso económico.

Una vez más, el Papa pedía a los cristianos que evitaran caer en el error del consumismo, “cuando el hombre se ve implicado en una red de satisfacciones falsas y superficiales, en vez de ser ayudado a experimentar su personalidad auténtica y concreta” (n. 41).

¿Cómo nos podemos asegurar una forma de vivir auténtica? Centesimus annus explica que esto se logra por “la obediencia a la verdad sobre Dios y el hombre”. En este camino la persona logra “ordenar las propias necesidades, los propios deseos y el modo de satisfacerlos según una justa jerarquía de valores, de manera que la posesión de las cosas sea para él un medio de crecimiento.”

Juan Pablo II también recomendaba “un compromiso concreto de solidaridad y caridad” (n. 49). Al fomentar relaciones constructivas con los demás, y confiando en nosotros mismos para construir la comunidad, debemos evitar el error de reducirnos al nivel de “un productor y consumidor de mercancías”.

Un estilo de vida más sencillo es otra de sus recomendaciones. En su mensaje para el Día Mundial de la Paz de 1993, el Papa pedía más atención a las necesidades del pobre. La sociedad de consumo, comentaba Juan Pablo II, hace más evidente el desequilibrio que separa al rico del pobre y puede hacer que pasemos por alto las necesidades de los demás” (n. 5).

Haciéndose eco de Pío XI, el mensaje exhortaba a los cristianos: “la moderación y la sencillez deben convertirse en criterios de nuestra vida diaria”. Esta renuncia voluntaria a la riqueza material difiere de otros tipos de pobreza. “La pobreza evangélica es escogida libremente por la persona que intenta de esta manera responder al llamado de Cristo ‘cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío’ (Lc 14:33)”.

Esta pobreza evangélica es fuente de paz, afirma el Papa, “gracias a ella, el individuo puede establecer una relación íntima con Dios, con los demás y con la creación”.

Para evitar que se acuse a la Iglesia de no reconocer el valor del progreso económico, el Papa deja claro que: “No es malo el deseo de vivir mejor, pero es equivocado el estilo de vida que se presume como mejor, cuando está orientado a tener y no a ser, y que quiere tener más no para ser más, sino para consumir la existencia en un goce que se propone como fin en sí mismo” (Centesimus Annus, n. 36).

El Papa llama a la implantación de “estilos de vida, a tenor de los cuales la búsqueda de la verdad, de la belleza y del bien, así como la comunión con los demás hombres para un crecimiento común sean los elementos que determinen las opciones del consumo, de los ahorros y de las inversiones”.

Vivir según esta forma de vida no es por supuesto fácil en un mundo que con frecuencia sigue lo efímero y lo superficial. Tampoco existen recetas instantáneas para la aplicación de los principios subrayados en la enseñanza social de la Iglesia, que deben adaptarse a las circunstanc
ias de la vida de cada persona. Pero la Navidad es precisamente la ocasión de demostrar que sabemos cómo conservar un orden adecuado de valores en nuestras vidas.

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ZENIT Staff

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