Navidad o vanidad

Por monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas

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SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, lunes, 24 diciembre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos la reflexión de Navidad que ha enviado monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas.

NAVIDAD O VANIDAD

VER

Navidad. Hemos de preguntarnos si será una celebración del misterio del Verbo Encarnado, que trae paz al corazón y a la familia, que es presencia de Dios en nosotros, que genera justicia para los desamparados, que alienta tiempos nuevos en la política y en la economía, o se reducirá a fiestas, bailes, regalos, adornos, vacaciones, excesos en comidas y bebidas, ruido ensordecedor; en una palabra, si todo será vanidad…

Para millones de pobres, estos días serán como cualquier otro, sin esperanza, sin consuelo, sin seguridad de futuro y de presente. Se limitarán a ver y escuchar la publicidad de la radio y la televisión, si tienen. Se les despertarán deseos que nunca podrán satisfacer, con una sensación de fracaso por no lograr lo inaccesible. Ante su impotencia, algunos se refugiarán en el alcohol, se les acrecentarán resentimientos sociales, se expondrán a la tentación de entrar al mundo del narcotráfico, como único recurso para salir de su miseria.

JUZGAR
El Papa Benedicto XVI acaba se sintetizar el sentido cristiano de la Navidad: «El misterio de Belén nos revela al Dios-con-nosotros, al Dios cercano a nosotros, no sencillamente en sentido espacial y temporal; Él está cerca de nosotros porque ha «desposado», por así decirlo, nuestra humanidad; ha tomado sobre sí nuestra condición, eligiendo ser en todo como nosotros, menos en el pecado, para hacer que nos convirtamos como Él. La alegría cristiana brota por lo tanto de esta certeza: Dios está próximo, está conmigo, está con nosotros, en la alegría y en la tristeza, en la salud y en la enfermedad, como amigo y esposo fiel. Y esta alegría permanece también en la prueba, en el sufrimiento mismo, y permanece no superficialmente, sino en lo profundo de la persona que se entrega a Dios y confía en Él» (Angelus del 16 de diciembre 2007).

Esta «buena noticia» despierta alegría, consuelo y esperanza. Así lo vi palpablemente en los rostros de varios indígenas, muy pobres, con quienes celebré la Eucaristía el domingo pasado. La certeza de que Dios está contigo, conmigo, con ustedes, nos produce seguridad, fortaleza, ánimo, incluso en medio de las enfermedades, los problemas, las limitaciones económicas. Los pobres gozan con la certeza de que Dios los ama, de que no los desprecia, de que son sus preferidos. Esto les da una fuerza interior tan profunda, que no se dejan seducir por amarguras, por incitaciones a la violencia, por resentimientos sociales. No es un consuelo barato, no es una enajenación, sino una fe tan dinámica y creativa, que los lleva a luchar por salir de su miseria, sin esperar que todo se los resuelva el gobierno.

Decía también el Papa: «Algunos se preguntan: ¿pero todavía hoy es posible esta alegría? ¡La respuesta la dan, con sus vidas, hombres y mujeres de toda edad y condición social, felices de consagrar su existencia a los demás!… Sí, la alegría entra en el corazón de quien se pone al servicio de los pequeños y de los pobres. En quien ama así, Dios hace morada, y el alma está en la alegría. Si en cambio se hace de la felicidad un ídolo, se yerra de camino y es verdaderamente difícil encontrar la alegría de la que habla Jesús. Es ésta, lamentablemente, la propuesta de las culturas que sitúan la felicidad individual en el lugar de Dios, mentalidades que tienen su efecto emblemático en la búsqueda del placer a toda costa, en la difusión del consumo de drogas como huída, como refugio en paraísos artificiales, que se revelan después completamente ilusorios» (Ib).

ACTUAR
Concluía el Papa: «También en Navidad se puede equivocar el camino, cambiar la verdadera fiesta con la que no abre el corazón a la alegría de Cristo«. Es lo que les pasa a quienes reducen esta fiesta a pura vanidad. Inician el nuevo año con un vacío interior, con un cansancio en el alma, que nada puede remediar.

Haga usted la prueba de acercarse a Jesús y de hacer algo por los demás, empezando por su familia. Comparta su tiempo y sus bienes con los pobres. Verá que su Navidad no es vanidad, sino amor, justicia, verdad, paz, fiesta espiritual. Sólo el amor a Dios y al prójimo nos hacen profundamente felices.

+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de Las Casas

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ZENIT Staff

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