No tengamos miedo de la confesión

‘Palabra y Vida’ del arzobispo de Barcelona

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Los cristianos hablamos a menudo de la necesidad de convertirnos a Dios. La Cuaresma es un tiempo propicio para la conversión y para prepararnos mejor a celebrar la Pascua. Nos cuesta aceptar con realismo la existencia del pecado en el mundo y en cada uno de nosotros. En este sentido, el tiempo cuaresmal es una llamada a la sinceridad, a reconocer que somos pecadores.

Sin embargo, ser cristiano nos pide no permanecer sólo en la conciencia de que somos pecadores. El conocimiento y la participación en la vida de Cristo –por la fe y los sacramentos de la fe– es el mejor camino para conocer a Dios y para conocernos verdaderamente a nosotros mismos. El genio de Pascal escribió en uno de sus Pensamientos –el que lleva el número 75 en la edición de Chevalier–: «El conocimiento de Dios sin el de nuestra miseria humana engendra orgullo. El conocimiento de nuestra miseria sin el de Dios engendra desesperación. El conocimiento de Jesucristo es el camino: en él conocemos a Dios y nuestra miseria.» En la oración del padrenuestro pedimos perdón a Dios por nuestros pecados: «Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal».

En este tiempo de Cuaresma somos invitados tanto a reconocer que somos pecadores como a acoger el perdón de Dios. Siempre, pero hoy aún más, nos cuesta acercarnos al sacramento de la penitencia para conseguir la gracia de Dios y reconciliarnos con Él. Tenemos que renovar la conciencia de que Dios siempre perdona al pecador arrepentido. Confesarse es siempre un acto de humildad, pero es un gesto sumamente coherente con nuestra fe y nos hace humanamente y sobre todo cristianamente mejores. ¿Quién no recuerda la maravillosa parábola del fariseo y del publicano que leemos en el evangelio?

Es muy elocuente el ejemplo que nos da, en este sentido, nuestro papa Francisco, que manifestó a los fieles -hablando de este sacramento-que el Papa también se confiesa a menudo. El perdón de Dios -dijo- se nos da en la Iglesia, se nos transmite a través del ministerio de un hermano nuestro, el sacerdote, que es un hombre que, como nosotros, también tiene necesidad de la misericordia. Por eso los sacerdotes deben confesarse, y también todos los obispos: todos somos pecadores”. Y pasando al testimonio personal, Francisco añadió: «Incluso el Papa se confiesa cada quince días, ¡porque el Papa también es un pecador! El confesor escucha lo que yo le digo, me aconseja y me perdona, porque todos tenemos necesidad de este perdón». Y resumió su mensaje diciéndonos: «¡No tengamos miedo de la confesión!»

El sacramento de la reconciliación y el de la unción de los enfermos son dos sacramentos de curación y brotan directamente del misterio pascual. Así lo pone de relieve el hecho de que fuera la noche del mismo día de Pascua cuando el Señor se apareció a los discípulos reunidos en el cenáculo y los saludó con las palabras: «Paz a vosotros». Entonces sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a todos aquellos a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados».

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Luís Martínez Sistach

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