No vuelvas a pecar

Comentario al evangelio del Domingo V de Cuaresma/C

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«Los maestros de la Ley y los fariseos le presentaron a Jesús una mujer que había sido sorprendida en adulterio. La colocaron en medio le dijeron: «Maestro, esta mujer es una adúltera y ha sido sorprendida en el acto. En un caso como este, la Ley de Moisés ordena matar a pedradas a la mujer. Tú, ¿qué dices?» Le hacían esta pregunta para ponerlo en dificultades y tener algo de qué acusarlo. Pero Jesús se inclinó y se puso a escribir en el suelo con el dedo. Como ellos insistían en preguntarle, se enderezó y les dijo: «Aquél de ustedes que no tenga pecado, que le arroje la primera piedra.» Se inclinó de nuevo y siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras, se fueron retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos, hasta que se quedó Jesús solo con la mujer, que seguía de pie ante él. Entonces se enderezó y le dijo: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Ninguno te ha condenado?» Ella contestó: «Ninguno, Señor.» Y Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete y en adelante no vuelvas a pecar»». (Jn 8,1-11)

Quienes acusan y condenan, lo hacen porque se consideran mejores que los demás y pretenden ocultar los pecados propios condenando los ajenos. Además, quienes acusaban a la mujer adúltera ante Jesús, ocultaban una intención perversa bajo pretexto de interés por la Ley de Dios: poner a Jesús en un aprieto legal, religioso y político para deshacerse de él.

Si consiente en apedrear a la adúltera, perderá su prestigio de salvador mesiánico, y además será denunciado a los romanos, que prohíben a los judíos aplicar la pena de muerte. Y si se pronuncia en contra de la Ley, que manda apedrear a las adúlteras, lo denunciarán ante los jefes religiosos.

Los acusadores están seguros de que la trampa no va a fallar. Jesús no les responde. En silencio se pone a escribir en el suelo con el dedo, probablemente los pecados de los acusadores. Y de repente los encara: “Quien esté sin pecado, que tire la primera piedra”. Jesús les niega el derecho a erigirse en jueces y a la vez se niega a condenar a la mujer, dándoles así una doble lección de misericordia y de justicia.

Abochornados, se retiran uno tras otro. Empezando seguro por los adúlteros presentes, que merecían la misma condena que pedían para la adúltera. Los acusadores se ven acusados y acosados.

¿No es frecuente, también entre tantos católicos de misa y comunión –pecadores como los demás- la misma bochornosa escena? Es más: ¿quién no ha sido cómplice alguna vez de tanto cinismo hipócrita? ¿Cómo se puede rezar el Padrenuestro y pedir perdón, asistir a misa y comulgar con una conciencia tan farisaica?

Jesús no condena la conducta de la adúltera, pero tampoco la aprueba, sino que le pide que se convierta, que deje de hacerse daño a sí misma y a otros. Y seguro que con aquella delicadeza y aquella mirada de misericordia, se sintió curada para siempre. Ya no tendría nunca más necesidad de llenar con pecados y pecadores el vacío de su vida. ¡Buen ejemplo!

Los cristianos estamos llamados a ser testigos al estilo de Jesús. El perdón es la única medicina contra el pecado y contra la discordia. No es cristiano –seguidor de Cristo–, quien condena al pecador y deja de luchar contra el pecado propio y ajeno.

Es cristiano verdadero quien, con el ejemplo, la oración, el sufrimiento asociado a la cruz de Cristo, con la palabra, el perdón contribuye a la conversión del pecador y de sí mismo.

Es hora de abandonar para siempre esa antigua actitud: juzgar y condenar los pecados ajenos para zafarse de los propios. Ya no se arrojan piedras con la mano, pero se escupe fango y veneno con la lengua.

¡Cuánta necesidad de convertirse y dedicarse a promover la cultura pascual del amor, de la misericordia y del perdón! Es el mejor servicio al mundo, a la sociedad, a la familia, al pecador, a sí mismo y a Dios… ”¡No vuelvas a pecar!”

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Jesús Álvarez

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