Nueva Zelanda: El cuerpo del obispo misionero vuelve a su tierra adoptiva

Monseñor Baptiste Pompallier, apóstol de los maoríes

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WELLINGTON, 7 febrero 2002 (ZENIT.org).- Los católicos neozelandeses viven momentos de gran alegría: por fin han logrado que vuelva a su tierra adoptiva el cuerpo de Jean Baptiste Pompellier, el primer obispo del país.

La revista del PIME, «Mondo e Missione», informa que ya en 1970 los neozelandeses habían expresado el deseo de acoger en su país los restos mortales del prelado. Dieciocho años más tarde, una delegación de obispos que vinieron al Vaticano para el Sínodo de Oceanía, viajó para visitar la tumba del obispo, situada en un suburbio de París, y abrió las negociaciones pertinentes con la Iglesia francesa.

Concluidas felizmente con un acuerdo, el 30 de diciembre pasado una peregrinación de la diócesis de Auckland, guiada por el obispo Patrick Dunn, atravesó nuevamente el océano para
«llevar a casa» los restos de monseñor Pompallier.

Muchos franceses quedaron conmovidos el 29 de diciembre al escuchar en el noticiero de televisión de mayor audiencia, TF1, el canto de las mujeres maoríes que habían peregrinado hasta la tumba de su primer evangelizador.

La llegada a Auckland tuvo lugar el 11 de enero y la sepultura definitiva en Motuti, tierra maorí, está prevista para el 20 de abril próximo. Mientras tanto, se han organizado celebraciones en las seis diócesis del país que, por turno, acogerán los restos del obispo.

Jean Baptiste Pompallier nació en Lyón, en 1802, y en 1829 se convirtió en sacerdote diocesano en su ciudad natal. En mayo de 1836, fue nombrado vicario apostólico de Oceanía occidental y obispo de Maronea. En diciembre, inició la navegación hacia aquellas tierras junto a un grupo de maristas, cuya congregación acababa de ser aprobada por el Papa Gregorio XVI.

Pompallier llego a Hokianga, al norte de Aotearoa (nombre maorí de Nuova Zelanda), el 10 de enero de 1838 y allí, dos días más tarde, celebró la primera misa en tierra neozelandesa. Entre sus méritos está el de la inculturación: desde el inicio de su apostolado, se sumergió en la tradición y en la lengua maorí y difundió su conocimiento entre los religiosos que se le unieron.

Tras crear centros misioneros en toda Nueva Zelanda, el obispo la dejó en 1868 para volver a Francia, donde murió tres años más tarde.

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ZENIT Staff

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