Obispos de México ante la sangre y la droga: “¡Ya basta!”

Llamamiento a los gobernantes a superar la corrupción

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MÉXICO, sábado, 14 de noviembre de 2009 (ZENIT.orgEl Observador).- Los obispos mexicanos, reunidos en la Asamblea General número 88, han emitido un documento que hace frente al tema de la inseguridad y la violencia que vive México. Por el interés que reviste, publicamos el documento en su integridad.

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Les anunciamos a Jesucristo «su venida nos ha traído la buena noticia de la paz» ( Ef. 2,17)

Mensaje del Episcopado Mexicano al Pueblo de México

«La paz esté con ustedes» (Jn 20,19). Con el saludo de Jesús Resucitado, víctima inocente, los Obispos de México saludamos a todos los fieles de la Iglesia católica y a todos los hombres y mujeres a quienes mucho ama el Señor. Ante la realidad de inseguridad y violencia que vivimos en nuestro país, queremos alentar la esperanza de quienes viven con miedo, angustia e indignación. Como pastores que tenemos la misión de promover la reconciliación y la paz, los invitamos a volver la mirada al Señor, porque El es nuestra Paz. El ha llamado bienaventurados a todos aquellos que hambrientos y sedientos de Justicia, se empeñan por construir la Paz (cf. Mt.5, 6.9).

Nos desgarra la sangre derramada: la de los niños abortados, la de las mujeres asesinadas, las víctimas de secuestros y asaltos y extorsiones, los que han caído en la confrontación entre las bandas, los que han muerto en la lucha contra el crimen organizado y los que han sido ejecutados con crueldad y con una frialdad inhumana. Nos interpela el dolor y la angustia, la incertidumbre y el miedo de tantas personas que lloran la pérdida de seres queridos. Nos cuestiona más que de la indignación y el coraje natural, lo que empieza a brotar en el corazón de muchos mexicanos: la rabia, el odio, el rencor, el deseo de venganza y de justicia por propia mano.

Podríamos enumerar múltiples factores: la corrupción que invade las instituciones y ámbitos, la pobreza, la desigualdad, la impunidad, la falta de oportunidades, el afán de lucro y de ganancia fácil, la insensibilidad de los actores políticos y sociales que velan solo por sus intereses personales o de grupo; pero en el fondo lo más preocupante es el desprecio por la vida, el ser humano convertido en mercancía, en objeto desechable. Estamos perdiendo la conciencia de la dignidad de la persona humana y la capacidad de vernos como hermanos.

En lugar de buscar culpables y de lanzarnos mutuamente acusaciones, llamamos a todos y cada uno de los mexicanos y mexicanas a asumir la propia responsabilidad, dejando atrás complicidades, y actitudes pasivas y complacientes. Nosotros mismos como obispos reconocemos habernos conformado muchas veces con una evangelización superficial y una religiosidad cultual y pedimos perdón por la incongruencia de vida y el anti testimonio de muchos bautizados.

¿Qué significa ser cristiano en estas circunstancias? ¿Qué palabra de esperanza podemos dar los pastores de la Iglesia? ¿Cómo vencer la sensación de impotencia que muchos compartimos y al mismo tiempo ofrecer a este grave problema una solución que se aparte de la sin razón de la violencia? Estamos ante un problema que no se solucionará sólo con la aplicación de la justicia y el derecho, sino fundamentalmente con la conversión. La represión controla e inhibe temporalmente la violencia, pero nunca la supera.

Los cristianos sabemos que la solución al problema del mal es más honda y compleja. Los actos de violencia que presenciamos y sufrimos no son sino síntomas de otra lucha más radical, donde nos jugamos de veras el futuro de nuestra Patria y de la humanidad. El ser humano es el campo de batalla de tendencias opuestas, una a la humanización y otra a la deshumanización, y la fe cristiana muestra que sólo el ser humano que se ha reencontrado con su vocación trascendente , es capaz de salir victorioso de este conflicto. Sólo en Cristo encontramos nuestra verdadera y plena identidad humana.

Nos acercamos a esta realidad a la luz de la fe, con una mirada crítica y realista, pero también esperanzadora porque estamos convencidos de que, por encima del mal que oprime al ser humano, está la acción redentora y salvífica de Dios realizada en Jesucristo. Nuestro quehacer eclesial nos compromete profundamente a trabajar por la humanización y restauración del tejido social de nuestra Patria, convencidos del valor de toda vida humana llamada a participar de la plenitud de la vida divina, porque Dios «no quiere que nadie se pierda, sino que todos se conviertan y tengan vida.» (2 Pe 3,9).

Ofrecemos en esta situación al servicio de nuestra Patria, lo que la Iglesia tiene como propio, una visión global y trascendente del hombre y de la humanidad. En Cristo, Dios nuestro Padre nos llama a formar una humanidad nueva, animada por su Espíritu. Sólo si hay mujeres y hombres nuevos habrá también un mundo nuevo, un mundo renovado y mejor. Por eso consideramos que lo primero que hay que hacer para superar la crisis de inseguridad y violencia es la renovación de los corazones. Vivir el Evangelio nos hace ser hermanos y constructores de Paz, pues «nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a nuestros hermanos…» (1Jn. 3,14).

La primera e inaplazable tarea es una formación y educación integral que lleve a la persona a descubrir su vocación trascendente, a tomar conciencia de la dignidad propia y de todo ser humano, que capacite para el diálogo y la fraternidad y que inculque el amor y respeto a la naturaleza. A ello queremos dirigir nuestros esfuerzos, encauzar nuestras energías, dedicar nuestros desvelos. Al mismo tiempo, invitamos a todos los hombres y mujeres, a las familias, a la sociedad y al Estado a hacer lo mismo. Hoy como siempre es una exigencia destinar nuestros mejores recursos en la formación de las personas y en la promoción de condiciones de vida digna para todos.

Los jóvenes, adolescentes y niños de México, son semillas de esperanza para la transformación que deseamos. En la actualidad el modo común de pensar, se orienta hacia el tener, el bienestar, la influencia, el éxito, la fama, el placer, etc. Es el «ego» el que permanece en el centro del mundo. Solo la novedad de la vida en Cristo puede darles una nueva mentalidad, formas nuevas de relacionarse con las personas con las que conviven día con día, , les permitirá construir familias sanas y comunidades justas, los capacitará para solucionar de manera pacífica los conflictos y para ser solidarios y misericordiosos con los que sufren. Los invitamos a usar positivamente los medios de la era digital, para crear comunión y paz, evitando aislarse en unas relaciones meramente virtuales.

11. Vivimos tiempos difíciles pero tenemos la certeza de que Cristo venció a la muerte y en Él hemos puesto nuestra  confianza (2 Tim 1,12). El caminar histórico de nuestro pueblo mexicano no ha sido fácil, pero siempre ha contado la nobleza de sus hombres y de sus mujeres. Hoy no puede ser distinto, pero debemos reconciliarnos para reconstituir el tejido social y la unidad nacional en la riqueza de la pluralidad de nuestras culturas y de la sociedad. Debemos unirnos en la construcción de la paz y en el impulso del desarrollo humano integral y solidario de nuestro pueblo.

12. Hacemos un llamado a los gobernantes, a procurar verdaderamente la justicia, superando la corrupción y la impunidad, perseguir a lo que fortalece el negocio del narco, el dinero sucio y las complicidades ilícitas.

A los ciudadanos los exhortamos a hacerse responsables unos de otros, cuidándose y animándose mutuamente. La unidad nos hace fuertes y nos protege.

De manera especial a las víctimas de la violencia en todas sus formas, queremos decirles que no están solos, los obispos, sacerdotes y agentes de pastoral, nos comprometemos a acompa
ñarlos en su dolor. La noche del sufrimiento es un reto para su fe, vuelvan su mirada y contemplen a Cristo crucificado, para que perdonando puedan transformar su dolor y su coraje en esperanza de vida nueva.

El negocio de la droga es un ídolo que seduce, promete bienestar y vida pero solo engendra violencia y muerte; por eso a todos los involucrados en este sucio negocio: a los productores, traficantes, comercializadores y consumidores, les hacemos un fuerte llamado ¡¡YA BASTA¡¡ ya no se dañen a sí mismos y ya no sigan causando tanto daño y dolor a nuestros jóvenes, nuestra familias y a nuestra patria.

13. Pronto pondremos a su alcance una reflexión más profunda sobre esta situación, explicitando las exigencias irrenunciables de la vida cristiana; pero desde ahora nos ponemos al servicio de la reconciliación, aunque esto nos reporte incomodidades. Les ofrecemos nuestra disposición a caminar con todos los católicos y con todos los hombres y mujeres de México en la búsqueda de la patria nueva que todos anhelamos. Pedimos sus oraciones y les ofrecemos las nuestras, confiamos este momento de la vida de nuestra nación al maternal amparo de Santa María de Guadalupe. Nos acogemos a su regazo e imploramos su bendición para que «en su casa, que es toda nuestra Patria, logremos reconocernos hermanos y vivir en fraternidad.» (Conferencia del Episcopado Mexicano, Mensaje No hay democracia verdadera y estable sin participación ciudadana y justicia social, No. 66).

Nos despedimos con las palabras de Jesús: «¡ANIMO, NO TENGAN MIEDO, YO HE VENCIDO EL MUNDO¡» (cf. Jn. 16, 33 b).

Por los Obispos de México

+ Carlos Aguiar Retes

Arzobispo de Tlalnepantla

Presidente de la CEM

+ Víctor René Rodríguez Gómez

Obispo Auxiliar de Texcoco;

Secretario General de la CEM

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ZENIT Staff

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