Obispos de Paraguay: «Por la esperanza de una vida mejor para nuestro pueblo»

ASUNCIÓN, sábado, 10 noviembre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje que han enviado los obispos de Paraguay con el título: « Por la esperanza de una vida mejor para nuestro pueblo».

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A los Sacerdotes, Diáconos, Religiosos y Religiosas
A los fieles laicos y a todas las personas de buena voluntad

Los Obispos del Paraguay, comprometidos en promover en nuestro pueblo la vida plena que nos viene de Jesús, quien dijo «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14, 16), queremos compartir algunas reflexiones en este momento histórico marcado por grandes problemas nacionales. Al mismo tiempo, con la ayuda de Dios y la esperanza de una vida mejor para nuestro pueblo, contamos con grandes posibilidades para resolverlos.

1. Con la mirada de discípulos y misioneros de Jesucristo percibimos que la pobreza económica en crecimiento se ha instalado fuertemente en medio de nuestro pueblo. A pesar de algunos avances realizados en el campo de la salud, educación, la macroeconomía, y las viviendas populares, continúan los problemas. En la práctica nuestra gente no recibe la atención necesaria de la salud en general. La reforma educativa no ha preparado adecuadamente a los docentes y no ha logrado resolver los graves problemas de la educación, el aumento de la desocupación, la carencia de vivienda digna. La solución de estos problemas debe tener un decidido acompañamiento y un sostenido respaldo de los medios de comunicación.

Los últimos acontecimientos de los devastadores incendios en varias regiones de nuestro país, y la falta de agua potable en las regiones afectadas por la sequía, han dejado al descubierto la desprotección de nuestro pueblo desesperanzado. Esto evidenció la incapacidad de prevenir los siniestros, sea por falta de profesionalidad o por la misma negligencia demostrada que, hasta ahora, golpea fuertemente a los más débiles. Igualmente se constató la precariedad de los recursos técnicos al no resolver con competencia dichos problemas. Aún reconociendo el espíritu solidario de nuestra gente para ofrecer una asistencia inmediata a los problemas mencionados, constatamos que esto no basta, es necesario encontrar nuevas modalidades de prevención y de asistencia sostenida y progresiva.

2. Ante esa situación, nuestra mirada se vuelca hacia Cristo y su Iglesia, buscando la luz que ilumine nuestro caminar.

Contemplamos a Jesús, movido por su profundo amor a «Jerusalén», su amada ciudad, al verla dividida y dominada por intereses extraños, lejos del anhelo de Dios. Jesús llora sobre ella (Cfr. Lc 19, 41-42). ¿Cuál es ese anhelo de Dios? Es el ver unidos a sus hijos en «Jerusalén» en torno a la centralidad de Dios, reunidos los hombres entre si en la comunidad humana, como Pueblo de Dios. Pero, viéndolos divididos, debilitados, en grupos de intereses mezquinos que producen desplazados, Jesús dice: «Cuántas veces quise juntar a tus hijos y tú no lo has querido» (Mt 23,37).

El hombre avanza en el desarrollo humano sostenible adhiriéndose a los valores fundamentales, bebiendo de la fuente de donde proceden la justicia y la paz como se lee en el Salmo 85: «La Gracia y la Verdad se han encontrado, la Justicia y la Paz se han abrazado: de la tierra está brotando la verdad y del cielo se asoma la justicia.» Sólo así los hombres pueden trabajar unidos y transitar por los verdaderos caminos de la paz, del desarrollo y de su propia dignificación.

En las Bienaventuranzas Jesús nos muestra el camino diciendo: «Dichosos los que trabajan por la paz», «Dichosos los que buscan la justicia y sufren por ella» (Mt 5, 1, ss).

3. Como discípulos y misioneros de Jesucristo lanzamos una segunda mirada sobre el fenómeno de las migraciones. Esto nos hace reconocer la impotencia del pueblo y sus autoridades para resolver los problemas sociales y económicos. Entre otras causas mencionamos la injusta distribución de las riquezas y de los bienes nacionales, la carencia de trabajo bien remunerado, la falta de salud pública para todos, una educación que no forma personalidades con valores.

Esta realidad se agrava ante los crecientes desplazamientos de nuestros hermanos y hermanas que dejan su pueblo de origen y llegan hasta los centros urbanos, y de aquellos que forzosamente abandonan el país, en busca de mejores condiciones económicas y sociales para su propio sustento y el de sus familiares. Sus consecuencias son la disgregación de las familias, la fuga de profesionales jóvenes que no encuentran un futuro digno y seguro en su país, la disminución de la población y de la mano de obra cualificada y finalmente la lenta desintegración de la misma sociedad.

4. La luz que la Iglesia nos ofrece ante esta situación reside en la importancia que tiene la familia para la sociedad, porque ella «es la comunidad natural en donde se experimenta la sociabilidad humana, contribuye en modo único e insustituible al bien de la sociedad… una sociedad a medida de la familia es la mejor garantía contra toda tendencia de tipo individualista o colectivista, porque en ella es siempre la persona el centro de atención, como fin y nunca como medio. Es evidente que las personas y el buen funcionamiento de la sociedad están estrechamente relacionadas con la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar» (CDSI, 213). Además nos dice el Magisterio de la Iglesia que «El trabajo es el fundamento sobre el que se forma la vida familiar, la cual es un derecho natural y una vocación del hombre. El trabajo asegura los medios de subsistencia y garantiza el proceso educativo de los hijos» (CDSI, 294).

5. Finalmente como discípulos y misioneros de Jesucristo ofrecemos algunas consideraciones sobre la vida democrática de nuestro país.

La situación política de nuestra patria en estos últimos 20 años está marcada por lo que hemos llamado, en su momento, «la apertura democrática». Hoy nos preguntamos si existe una auténtica democracia en nuestro país. Las elecciones políticas de este tiempo nos indican que no basta una democracia puramente formal, realizada principalmente en los procesos electorales.

No se percibe un auténtico espíritu crítico. Falta un real interés para implantar definitivamente la vigencia del Bien Común Nacional. La política sigue fuertemente marcada por el prebendarismo y por la tradición partidaria, hoy día muy fragmentada. No aparecen las propuestas de un proyecto-país que convenza a la ciudadanía en vista a un cambio de rumbo ante la situación de pobreza, atraso y marginación en que vivimos. Por eso tal vez, se piense solamente en votar sin exigir un programa de gobierno consensuado y sostenible que abarque lo social, político, económico y cultural. Y tan importante como esto es el juicio crítico sobre la capacidad de gestión de las personas que deben implementar dicho programa.
El ejercicio de la política partidaria electoral aún manifiesta antiguas y repetidas características de agresiones mutuas entre candidatos, sin el respeto que merecen las personas y la verdad. Continúan las justificadas desconfianzas que la población tiene hacia los exponentes políticos. Existe poca credibilidad en las promesas electorales. Hay desconcierto sobre el futuro del país. Los propios candidatos deben ofrecer un perfil convincente de patriotismo, coherencia con los principios morales y religiosos y, sobre todo, de una competencia indispensable como futuro estadista.

Una vez más, los Obispos junto con los Sacerdotes y Religiosos, ratificamos, que fieles a la doctrina de la Iglesia, no nos identificamos con ningún partido político. Asimismo no propiciamos ninguna candidatura a los diversos cargos electivos. Mantenemos la absoluta neutralidad que nos es dada por nuestra condición de Pastores al servicio de la unidad de la fe de los cristianos.

6. La Doctrina Social de la Iglesia nos ofrece luces de interpretación sobre la política democrática.
«El sujeto de la autoridad política es el pueblo, considerado en su totalidad, como titular de la Soberanía. El pueblo transfiere de diversos modos el ejercicio de su soberanía aquellos que elige libremente como sus representantes. El só
lo consenso popular, sin embargo, no es suficiente para considerar justas las modalidades del ejercicio de la autoridad política» (CDSI, 395).

«La democracia participativa se basa en la promoción y respeto de los derechos humanos. Una democracia sin valores se vuelve fácilmente una dictadura que termina traicionando al pueblo» (cfr. DA, 74).

«La autoridad política debe garantizar la vida ordenada y recta de la comunidad sin suplantar la libre actividad de las personas y de los grupos, sino disciplinándolas y orientándolas hacia la realización del Bien Común, respetando y tutelando la independencia de los sujetos individuales y sociales» (CDSI, 394). «La autoridad debe dejarse guiar por la ley moral: toda su dignidad deriva de ejercitarla en el ámbito del orden moral que tiene a Dios como primer principio y último fin» (CDSI, 396). «La autoridad debe reconocer, respetar y promover los valores humanos y morales esenciales» (CDSI, 397). Por su parte «El ciudadano no está obligado en conciencia a seguir las prescripciones de las autoridades civiles si éstas son contrarias a las exigencias del orden moral, a los derechos fundamentales de las personas o a las enseñanzas del Evangelio» (CDSI, 399).

7. De las anteriores consideraciones brotan compromisos ineludibles y urgentes que como discípulos y misioneros de Jesucristo deben movernos a la acción concreta y eficaz.
Exhortamos a los responsables del Bien Común, Gobierno Nacional y Departamental, Municipios, Secretaría de Emergencia Nacional y otros, a mejorar sus estructuras de prevención y a capacitar a los entes para cualificar sus servicios a fin de ofrecer asistencia rápida para prevenir y solucionar las emergencias coyunturales.

Proponemos que el Gobierno, juntamente con los empresarios y otras entidades, diseñen un Programa específico para la creación de fuentes de trabajo en especial, para las familias más carenciadas, con una opción preferencial por los jóvenes, para evitar el éxodo de nuestros compatriotas al exterior.
Todos somos responsables de elegir conciente y libremente a nuestras autoridades. No hipotequemos nuestra conciencia por un poco de dinero. Usemos del derecho de votar y seamos conscientes que el voto es obligatorio.

Pongamos todo nuestro esfuerzo para que las campañas políticas sean realizadas en el clima de la democracia multipartidaria, en el respeto a las personas y a la verdad, evitando decididamente los ataques personales y ofensas gratuitas lanzadas sin fundamento ni responsabilidad.
Exhortamos a los ciudadanos a que participen activamente en las elecciones con su voto responsable, sabiendo que ello puede contribuir para eliminar la corrupción. Por eso deben fijarse en los programas que contribuyan a la consolidación de la economía solidaria y de una política del servicio al Bien Común como constitutivos de la democracia.

Con espíritu crítico analicemos el perfil de cada candidato para comprobar si se ajusta o no a las cualidades indispensables de futuro estadista y quien debe implementar y fortalecer un sistema democrático.

8. Como discípulos y misioneros de Jesucristo, imploramos la intercesión de San Roque González de Santa Cruz y Compañeros Mártires para el logro de estos compromisos. Rogamos la protección de la Madre de Dios, bajo la advocación de Nuestra Señora de los Milagros de Caacupé.

Con afecto paternal les bendecimos a todos.

Los Obispos del Paraguay
Asunción, 9 de noviembre de 2007

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ZENIT Staff

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