Obispos mexicanos piden una legislación que prohíba la clonación humana

No todo lo técnicamente posible es éticamente admisible, dicen

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CIUDAD DE MÉXICO, 2 diciembre 2002 (ZENIT.org).- La clonación de seres humanos atenta contra la dignidad de la persona, que es única e irrepetible: a ella hay que reconocerle un valor absoluto y se ha de acoger como un don cuyo primer y fundamental derecho es a su propia vida, aseguran obispos de México.

Movidos por su deseo de colaborar al progreso de la ciencia «para confirmarlo en su sentido de servicio al ser humano, respetando su inviolable dignidad », las Comisiones Episcopales de Pastoral Familiar –y su Departamento de Vida–, de Pastoral de la Salud y de Doctrina de la Conferencia del Episcopado Mexicano han difundido unas «Reflexiones Pastorales sobre la Clonación».

«Un progreso que se apartara de este camino o se volviera contra él, sería, irónicamente, un retroceso para la humanidad –afirman los obispos responsables de las comisiones–, ya que ningún pueblo puede promover un desarrollo sano y constante sin el reconocimiento del derecho a la vida de todo ser humano desde su concepción».

El texto –fechado el 11 de noviembre pasado– está motivado, entre otros factores, por la promoción en el Congreso de la Unión de una ley que permita la clonación de embriones humanos con fines terapéuticos.

Una legislación de este tipo respondería al interés de algunas instituciones mexicanas con responsabilidad nacional en los campos de salud, educación y tecnología por desarrollar en el país una línea de investigación de células estaminales embrionarias.

Como se constata en el documento, actualmente «los descubrimientos biotecnológicos, entre los que se cuenta la clonación, se difunden con mayor facilidad; no así los criterios éticos que deben regularlos; con mayor razón si estos descubrimientos y técnicas de intervención sobre la vida vegetal, animal y humana se vinculan a intereses ideológicos, políticos o económicos».

¿Qué es la clonación humana?
«La clonación humana consiste en la creación artificial de embriones humanos, con patrimonio genético idéntico al de otro ser humano», enuncia el documento. Se trata, pues, «de una técnica de reproducción asexual y agámica, encaminada a producir individuos biológicamente iguales al individuo que proporciona el patrimonio genético».

Se dice que la clonación humana es «reproductiva» cuando «persigue el objetivo de obtener un hijo con un genoma idéntico al donante del núcleo». En cambio es «terapéutica» si pretende curar enfermedades mediante la generación de un embrión humano.

En la clonación «terapéutica» se deja desarrollar el embrión sólo hasta el estadio de blastocisto para tomar células de su masa interna, «ocasionando la muerte del embrión, para obtener las llamadas células estaminales».

A partir de estas células estaminales embrionarias se pueden obtener diversos tejidos que se querrían utilizar para múltiples finalidades terapéuticas.

Las células estaminales («stem cells», células troncales o células madre) son células que tienen una capacidad extendida de autorrenovación y de diferenciación; pueden transformarse en otros tipos de células, como son las células del cerebro, del corazón, de los huesos, de los músculos y de la piel.

Un caso especial de este tipo de células lo constituyen aquellas procedentes de las primeras etapas del embrión, llamadas «células estaminales embrionarias». Se trata de células que tienen la característica de ser «totipotenciales»: «pueden dar origen a un individuo completo y, por lo tanto, corresponden prácticamente a un embrión humano», explica el documento.

Factores en juego
Partiendo de una reflexión antropológica sobre la clonación, los obispos explican que «la licitud o ilicitud moral de la clonación humana (…) en última instancia depende de la concepción que se tenga del ser humano».

Todos los pensadores, investigadores y científicos –aún los ateos–, aceptan que «el valor de la persona humana es radical», «a excepción de los regímenes totalitarios, en los que el individuo puede estar en función de la especie», aclaran.

Este valor está presente en la raíz de lo que es el ser humano y no en su actuación ni en función de lo que puede ser considerado. Es la convicción que debería «estar detrás de toda investigación e inversión que se realice para poder conservar y mejorar la calidad de vida de los seres humanos».

Resultado de la fusión de los gametos humanos femenino y masculino, el embrión humano es un individuo de la especie humana –en términos biológicos– con una identidad genética definida desde el momento de la concepción.

«A partir de ese momento el nuevo individuo humano inicia su desarrollo a través de diversas etapas continuadas entre sí hasta su muerte, pasando por los diversos momentos de la existencia humana, en un proceso gradual, coordinado, autogobernado por el mismo individuo, sin saltos cualitativos», continúan los obispos.

«Si la biología constata que el embrión humano, desde su etapa unicelular, es un individuo de la especie humana, distinto del padre y de la madre, no podemos sino afirmar que se trata de una persona y que por consiguiente debe tratársele como tal —declaran–. Por lo tanto las leyes deben reconocerle derechos, el primero de los cuales es el derecho a la vida».

En México –recuerdan los obispos– «la Suprema Corte de Justicia de la Nación ha confirmado que el ser humano desde el momento de su concepción y/o fecundación, se encuentra protegido por la Constitución Federal, y que el artículo 14 de nuestra Carta Magna, que establece que nadie puede ser privado de la vida, implica el Derecho del concebido a la vida».

Por tratarse de un ser humano, «el embrión posee el mismo valor radical que todos reconocen al ser humano, con una dignidad inalienable (…) no puede ser usado por otro, ya que existe una igualdad fundamental entre todos los hombres», recuerdan.

Entrando en el tema de la clonación, el documento explica que es una forma de generación humana, pero no hay que olvidar que en este campo «se sustituye la lógica de la procreación por la lógica de la producción», cosa que implica la destrucción de las características exclusivas de la generación humana.

Cuando se alega la justificación «terapéutica» para la clonación, desde un punto de vista antropológico hay que subrayar que «ningún ser humano puede ser instrumentalizado o utilizado para lograr el bien de otro», pues la clonación «terapéutica» subordinaría el ser humano clonado al enfermo.

No todo lo técnicamente posible es éticamente admisible
La dignidad de la persona humana es el punto central del análisis sobre la clonación. Si ésta se realiza con fines reproductivos, despersonaliza el acto de la generación y vacía de significado humano la procreación humana sustituyéndolo por una técnica.

Además, «se somete a la persona humana a un dominio despótico de otros seres humanos, quienes determinarían arbitrariamente incluso su identidad biológica y los fines de su existencia, con lo cual se lesionan sus derechos humanos fundamentales», constatan los obispos mexicanos.

Si la clonación es buscada con fines terapéuticos, la dignidad de la persona resulta lesionada de la misma forma, y hay que sumarle un agravante: «concebir una persona humana con la intención deliberada de manipularlo, utilizándolo como residuo biológico para suministro de órganos y tejidos de repuesto».

«Manipular a un ser humano en sus primeras fases vitales a fin de obtener material biológico necesario para la experimentación de nuevas terapias, llegando así a matar a ese ser humano, contradice abiertamente el fin que se busca: salvar una vida (o curar enfermedades) de otros seres humanos», explica el documento.
Hay que subrayar que «la clonación, independientemente de las finalidades que se persigan, ya sean reproductivas, terapéuticas o experimentales, siempre implica la generación de individuos humanos destinados a ser destruidos. Se trata, pues, de una acción deliberada que implica un homicidio voluntario», advierten los obispos.

Por todo ello, afirman los obispos: «declaramos que la clonación de seres humanos querida con una finalidad reproductiva, terapéutica o meramente de investigación, es siempre objetiva, intrínseca y gravemente inmoral, porque atenta contra la dignidad de la persona humana que es única e irrepetible, que ha de ser querida como fin en sí misma, y a la cual se ha de reconocer un valor absoluto y se ha de acoger como un don cuyo primer y fundamental derecho es a su propia vida».

Según lo expuesto, los obispos se pronuncian en el texto a favor de la prohibición legal de toda clonación humana, «ya que la vida humana no puede ser objeto de destrucción, manipulación o comercialización».

En este sentido tampoco «es lícito ni puede ser objeto de una legislación justa el permitir la utilización o importación de células estaminales embrionarias ya obtenidas, eventualmente, por otros investigadores o disponibles en el comercio».

La creación de «embriones humanos para exportación» representaría un simple tráfico de seres humanos inocentes e indefensos, según recalcan los obispos.

En las «Reflexiones Pastorales sobre la Clonación», los obispos mexicanos han recordado a los científicos y biotécnicos católicos su grave deber de oponer la objeción de conciencia para no participar en todas las investigaciones y procedimientos mencionados si la legislación llegara a permitirlo.

Opciones de investigación válidas y esperanzadoras
«Indudablemente, la investigación con células estaminales abre muchas esperanzas para el bienestar de la humanidad», constatan los obispos. «Afortunadamente, el uso de embriones no es la única vía para obtener estas células».

«Una alternativa –recuerdan– consiste en el aislamiento de células estaminales del contexto de los tejidos diferenciados adultos, ya que está confirmada la presencia de este tipo de células en la médula ósea, en la sangre del cordón umbilical y en la placenta».

«Esta línea de investigación que es lícita y además plausible –añaden–, es la que animamos a los científicos de nuestro país a seguir».

Es un camino que abre muchas posibilidades, tales como la creación de bancos de cordones umbilicales «o la clonación de tejidos o células multipotentes, lo cual es lícito», observa el documento.

En el reino animal y vegetal, la clonación también tiene un espacio abierto, «siempre que sea necesaria o verdaderamente útil para el hombre o los demás seres vivos –de los cuales el hombre es custodio–, observando las reglas de la conservación del animal mismo, de evitar sufrimientos inútiles y la obligación de respetar la biodiversidad específica».

Responsabilidad pública e individual ante la clonación
«Una democracia, sin un entramado institucional y cultural fundado en valores y principios basados en la dignidad humana, fácilmente degenera en demagogia y en formas políticas contrarias a la libertad y a la justicia», recuerdan los obispos a la nación mexicana.

«A los poderes ejecutivo, legislativo y judicial corresponde, dentro del ámbito de su competencia, el honroso deber de defender la vida humana y su dignidad inviolable», exhortan los obispos recordando que la Suprema Corte de Justicia de la Nación reconoció que la vida humana concebida está protegida por la Constitución.

A los legisladores se les invita a buscar la formulación de normas precisas «para la protección de la vida humana prenatal y de sus características, basados en un sólido criterio ético y jurídico, proponiendo soluciones coherentes con la verdad ontológica del ser humano, que ninguna mayoría –aún cualificada–, ni ninguna autoridad puede suplir».

En este contexto, «urge una legislación que impida que la ciencia, en vez de servir al ser humano, lo “use” en atención a intereses reproductivos, terapéuticos o comerciales».

El documento de los obispos hace un llamamiento también a los ciudadanos católicos, quienes «no deben votar por políticos que no respeten la dignidad de la vida humana concebida, del matrimonio, de la familia y del verdadero bien común según esa misma dignidad del ser humano».

Los obispos invitan finalmente a todos los hombres –de manera especial a quienes con su inteligencia cultivan las tecnociencias aplicadas a la vida y la salud–, «a inclinarse ante el misterio del hombre, a contemplarlo, admirarlo y respetarlo sirviendo a su dignidad».

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ZENIT Staff

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