Obispos mexicanos y ley sobre el aborto

MÉXICO, 5 febrero 2002 (ZENIT.org).- Publicamos a continuación el Comunicado distribuido por la Comisión Episcopal para la Familia con motivo de la polémica «Ley Robles.

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COMUNICADO CON OCASIÓN DEL PRONUNCIAMIENTO DE
LOS MINISTROS DE LA SUPREMA CORTE DE JUSTICIA DE LA NACIÓN SOBRE
LA LEY ROBLES EN EL DISTRITO FEDERAL
(aprobada el 18 de agosto del 2000 por la Asamblea Legislativa del D. F.)

Con ocasión de haberse pronunciado los 11 Ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación Mexicana sobre la reforma legislativa al Código Penal y de Procedimientos Penales del Distrito Federal, promovida por la C. Rosario Robles, dada la importancia de este foro y del asunto relacionado directamente con la vida y la dignidad del ser humano, fuente de todos sus derechos, y en especial de la mujer y su maternidad; con la familia, célula vital y fundamental de la sociedad y con las relaciones de justicia y paz entre los mexicanos, la Comisión Episcopal de Pastoral Familiar ofrece por medio de este comunicado una palabra con la intención de iluminar este acontecimiento mediante el discernimiento evangélico.

Consideramos que son aspectos positivos:

El hecho de que, por primera vez en México, históricamente, los 11 Ministros de la Suprema Corte reconocen unánimemente que existe vida humana desde la concepción y/o fecundación y por tanto el niño concebido o nasciturus es persona humana y tiene derechos comenzando por el derecho a la vida y a nacer. Esta afirmación clara y contundente consideramos que honra también de una manera muy especial a la mujer y su maternidad pues, desde el primer momento, ella lleva en sí el misterio de una nueva vida humana, llamada por Dios no sólo a una vida temporal sino a la vida eterna.

El aborto sigue siendo considerado un delito pues, en coherencia con lo anterior, viene a interrumpir injustamente el proceso de la vida humana concebida, violando sus derechos inherentes y más aún tratándose de un ser inocente y débil.

Consideramos que hay que reconducir el siguiente aspecto, en coherencia con la dignidad de hijo de Dios del ser humano concebido y del mismo reconocimiento anterior de la Suprema Corte, aunque el niño haya sido fruto de una violación o tenga alguna malformación, evitando además una contradicción entre ambas resoluciones:

La Suprema Corte habilita al Ministerio Público a actuar en funciones de juzgado y resolver que se ejecute el aborto en caso de violación o cuando, a juicio de dos médicos especialistas, exista razón suficiente para diagnosticar que el producto presenta alteraciones genéticas o congénitas que puedan dar como resultado daños físicos o mentales, al límite que puedan poner en riesgo la sobrevivencia del mismo, siempre que se tenga el consentimiento de la mujer embarazada.

Pensamos que en el caso de la violación la acción jurídica debe ser sobre el violador y no sobre el fruto de la violación que es un ser humano con identidad propia. La mujer que decide abortar no está decidiendo sobre su cuerpo sino sobre una vida humana diferente de ella y del padre. En el caso de la malformación congénita subyace quizá un rechazo a los seres humanos con capacidad diferente olvidando que son también personas con dignidad y derechos plenos a nacer y ser protegidos; la historia nos ha enseñado muchos casos admirables de personas que nacen con malformaciones congénitas y logran superarse y, además, suscitan una gran capacidad de amor en sus familias o, también casos en los que se ha dado equivocación en el diagnóstico.

Con esta decisión, se olvida los derechos constitucionales reconocidos al nasciturus en abierta contradicción con el reconocimiento anterior, causando un daño grave tanto al niño como a la madre. Se despenaliza el aborto en estas situaciones, aunque hay que dejar claro que esto no significa de ningún modo su legalización. Sería inconstitucional que el Ministerio Público tenga facultades para autorizar un delito reconocido, pues nadie tiene derecho a exigir una conducta antijurídica. Hay que tener en cuenta que: “Quien se elimina es un ser humano que comienza a vivir, es decir, lo más inocente en absoluto que se pueda imaginar; ¡jamás podrá ser considerado un agresor, y menos aún un agresor injusto! Es débil, inerme, hasta le punto de estar privado incluso de aquella mínima forma de defensa que constituye la fuerza implorante de los gemidos y del llanto del recién nacido. Se halla totalmente confiado a la protección y al cuidado de la mujer que lo lleva en su seno” (Evangelium vitae, 58).

Consideramos que esta importante e histórica resolución que reconoce expresa y claramente la vida humana del niño desde el momento de su concepción, nos deja una tarea muy importante: implementar esos derechos que se han reconocido al nasciturus como por ejemplo el garantizarle a él y su madre atención médica, acogerlo con amor y en condiciones dignas para su nacimiento y sano desarrollo, una adecuada educación, etc. Nos parece importante en este contexto no dejar en la penumbra al padre, él también tiene una dignidad y una gran responsabilidad hacia el niño concebido; no debe dejar sola a la madre y aunque desafortunadamete es frecuente este abandono irresponsable, hay que comenzar una nueva cultura de valoración de la maternidad y la paternidad, incluyendo las sanciones que sean necesarias para proteger la vida del niño concebido así como el orden y la justicia debida a todos los mexicanos y mexicanas, especialmente en lo que se refiere a la vida y su dignidad. Queremos proponer la difusión, con una sabia pedagogía esta verdad fundamental de la vida humana desde la concepción, así como la dignidad y responsabilidad de la como mujer madre y del hombre como padre, en espíritu de diálogo, sin estridencias sino con compasión, respeto y compromiso.

Agradecemos a los Ministros de la Suprema Corte su servicio al pueblo de México para cuyo bien fueron designados, en cuanto han confirmado unánimemente la gran verdad de la vida, dignidad y derechos del ser humano desde el momento de su concepción y exhortamos a los fieles católicos, a todo creyente y persona de buena voluntad a promover con todos los medios a su alcance estos derechos del nasciturus así como los de la madre.

Pero también invitamos a los Sres. Ministros a no dejar inconclusa su labor, es decir, a continuar reflexionando y profundizando en las consecuencias naturales de esta dignidad y derechos del nasciturus y su madre, con compasión y respeto hacia este ser concebido, frágil y el más inocente, procurándole a él y a su madre los recursos de la justicia y el derecho para que pueda ser acogido con amor por su misma madre y su padre, su familia y la sociedad. Los exhortamos a considerar que el hecho de la violación o una posible malformación (que además debería ser comprobada más ampliamente), no les quita al niño o niña concebidos su estatuto antropológico: son seres humanos, portadores de la dignidad de ser no sólo creaturas sino la misma imagen y semejanza de Dios y también llamados a ser sus hijos y a la vida eterna. Ellos están invitados a la fiesta de la vida: que el temor y la incertidumbre sean vencidos por el esfuerzo común de la sociedad para proteger a la madre y su hijo, proporcionándoles los medios adecuados.

Invitamos a todos a considerar que este asunto es verdaderamente importante y la decisión jurídica no puede quedar al margen de una decisión ética, la verdad no puede estar en contra de sí misma. Que el progreso en nuestra patria no deje de tener un rostro humano, compasivo para con los más débiles e inocentes como son los niños concebidos. Existen medios y ayuda para recibirlos en nuestra sociedad; es cierto que falta quizá más compromiso pero queremos decirles a todos que el amor vence al temor: no tengamos miedo de acoger a la vida concebida, tengamos la convicción de que, sin detrimento de la gran dignidad de la mujer, no hay causal (fecundación artificial no consentida, salud de la mujer, razones estéticas, pobreza) que pueda justificar el rechazo del bien precioso de la vida de un niño o niñ
a independientemente de las condiciones de su concepción o de su estado de desarrollo.

Con un sentido de esperanza, consideramos que se ha dado un paso muy importante en México a favor de una nueva cultura de la vida. Todavía hay mucho camino que recorrer, pero confiamos en que Santa María de Guadalupe, el icono de la maternidad santificada por el mismo Hijo de Dios, nos ayudará a construir una sociedad mexicana en donde la vida de todos los concebidos sea acogida con amor y compromiso por todas las personas e instituciones. Dios nos conceda ser un pueblo con una actitud valiente y generosa, que ame, respete, proteja y defienda la vida desde su concepción, desarrollo y muerte natural de acuerdo a la gran dignidad del ser humano. Así, pondremos las bases para alcanzar una auténtica justicia y el don de la paz en nuestra patria.

+ Mons. Rodrigo Aguilar Martínez
Obispo de Matehuala
Presidente de la C.E.P.F.

+ Mons. Francisco J. Chavolla
Obispo de Matamoros
Resp. del Departamento de la Vida

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ZENIT Staff

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