Ocho siglos de la Custodia Franciscana en Tierra Santa

Al servicio de la «perla» de las misiones

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JERUSALÉN, sábado, 16 diciembre 2006 (ZENIT.org).- Publicamos la conferencia inaugural del Congreso Internacional de los Comisarios de Tierra Santa, celebrado en Jerusalén del 19 al 6 de noviembre, pronunciada por el padre José Rodríguez Carballo, OFM, ministro general de la Orden de los Frailes Menores.

* * *

Han pasado casi 800 años desde que en 1219 Francisco vino a estas tierras. Desde entonces nuestra presencia en esta tierra, -llamada con razón «el quinto Evangelio», por haber sido bendecida con la presencia del Hijo del Altísimo y de su santísima Madre, y bañada con la sangre del Redentor-, ha sido constante, a pesar de las muchas dificultades y de las persecuciones de todo tipo.

1. Un poco de historia
El Capítulo general de la Orden, en 1217, organizó la Fraternidad en 11 Provincias, y encomendó la de Siria –llamada también de Tierra Santa, de Promisión y Ultramarina-, a Fr. Elías. En 1218, o tal vez antes, los primeros franciscanos llegan a Acre . Entre los años 1217-1291, la Provincia de Tierra Santa, hoy Custodia de Tierra Santa, llegó a contar al menos con doce conventos: Acre, Antioquia, Sidón, Trípoli, Tiro, Jerusalén, Jafa, Damieta, Nicosía, Limasol, Famagusta y Pafos. Con la caída del reino latino, los conventos fueron devastados y «la mayoría de los Menores –dice WADINGO– se ciñeron la palma del martirio» . Y no sólo nuestros hermanos, también las Clarisas, escribirán entonces una de las páginas más gloriosas de su historia: para no ser violadas se automutilaron, siendo luego degolladas.

Pocos años después, desde Chipre, nuestros hermanos volverán a Jerusalén, probablemente antes del 1309. Entre 1322 y 1327 los franciscanos estábamos ya en el Santo Sepulcro y en 1333 entramos en posesión del Cenáculo. En 1342, el 21 de noviembre, la Santa Sede erige canónicamente la Custodia de Tierra Santa. En el Capítulo general de Lausana (1414), el Guardián de Monte Sión pasa a ser el Custodio de Tierra Santa, aún cuando conservando.

Desde su llegada, siguiendo el ejemplo de Francisco de Asís, «santo de la pobreza, de la mansedumbre y de la paz» , los franciscanos, conocidos aquí como «los frailes de la Cuerda», hemos interpretado –junto con los hermanos de las Iglesias orientales-, en nombre de la Iglesia católica, «el modo genuinamente evangélico, el legítimo deseo cristiano de custodiar los lugares donde están nuestras raíces cristianas» , lo que Juan Pablo II no duda en considerar un hecho del todo providencial. Gracias a su presencia, los franciscanos hemos sido los grandes artífices de la historia cristiana en Tierra Santa, tanto por lo que se refiere a la recuperación de los Lugares Santos, como al cuidado de las comunidades católicas en la tierra de Jesús, y la promoción de las peregrinaciones a Tierra Santa, procedentes de todo el mundo.

Los Sumos Pontífices han mostrado siempre gran estima por la misión ininterrumpida y providencial de los franciscanos en Tierra Santa desde el siglo XIII hasta nuestros días. La Orden justamente la considera como «la perla» de sus misiones. Yo, en cuanto Ministro general y en nombre de toda la Orden, haciendo memoria de mis años transcurridos en Tierra Santa y por tanto, conocedor directo del trabajo que aquí se realiza, deseo agradecer el servicio de «animación cristiana» , en más de una ocasión en situaciones muy difíciles y heroicas, hasta el martirio, de tantos hermanos, de ayer y de hoy, llegados a esta Custodia desde los más diversos lugares de la geografía franciscana. Los franciscanos, lo decimos sin vanagloriarnos pero en honor a la verdad histórica, creemos que hemos respondido, y que estamos respondiendo, con fidelidad a la confianza depositada en nosotros por la Iglesia. Y mientras agradecemos a la Santa Sede esa confianza depositada en nosotros, reafirmamos nuestra firme voluntad de seguir dando «ejemplo de fidelidad al encargo recibido» , dando a los fieles de estos lugares, y a cuantos a ellos se dirigen en devota peregrinación, un testimonio de amor y adhesión a Cristo, Redentor del hombre».

2. El VIII Centenario de la fundación de la Orden
El día 28 de octubre de 2006, con una solemne Vigilia de oración en la Basílica de Santa Clara y San Damián (Asís) y el 29 del mismo mes y año, con una solemne Celebración eucarística en la Porciúncula, iniciábamos, en clima de oración y de gozo profundo, el Camino de preparación que nos llevará, con la gracia del Señor, a la celebración, en el 2009, del VIII Centenario de la fundación de nuestra Orden.

En mi carta a toda la Orden, La gracia de los orígenes, del 8 de diciembre del 2004, exponía el programa de las celebraciones jubilares, previstas en tres momentos. El primer momento, año 2006, ha estado todo él dedicado al discernimiento y tuvo por lema ¡Escuchemos para cambiar de vida!. El segundo momento, que iniciaremos en breve y que durará todo el año 2007, tiene como lema ¡La osadía de vivir el Evangelio! estará dedicado al Proyecto de vida que, para nosotros, arranca del Evangelio y de la Regla, y se plasma hoy en día en las Constituciones y en las Prioridades de la Orden. El tercer momento, cuyo lema es ¡Restituyamos todo al Señor con las palabras y la vida!, y que se desarrollará durante los años 2008-2009, quiere ser una celebración pública de nuestra vocación de Hermanos Menores, y está centrado en la fórmula de la profesión.

Siempre según el programa previsto en La gracia de los orígenes, el camino de preparación del VIII Centenario de la fundación de nuestra Orden arrancaba de una pregunta de la que partió el camino de conversión del padre y hermano Francisco en 1206: «Señor, ¿qué quieres que haga?» (TC 6). Con ello hemos pretendido releer nuestra identidad –vida y misión-, en los inicios del III milenio, para seguir siendo fieles al hombre y al Evangelio vivido en la Iglesia, conforme a la intuición de Francisco. Hemos pretendido, también, releer nuestro ser fraternidad-en-misión, según lo que es específico de la vocación y misión del Hermano Menor.

El camino iniciado en el 2006 continúa ahora haciendo memoria de la decisión valiente de Francisco de vivir el Evangelio, sine glosa: «¡Esto quiero, esto pido, esto deseo ardientemente vivir con todo el corazón!» (1Cel 22). Con ello queremos poner el Evangelio y la forma de vida de Francisco que hemos profesado, y que hunde sus raíces en el mismo Evangelio, en el centro de nuestra mirada y de nuestra vida y misión.

Ese camino celebrativo quiere concluir en asombro y agradecimiento a Dios por el don que nos ha hecho de la vocación franciscana. Quiere terminar en fiesta, la fiesta de la vocación. Queremos decir al mundo que estamos contentos con la herencia que nos ha tocado, la de ser Hermanos Menores, pues la consideramos realmente «una herencia hermosa». Pero sólo podremos hacer fiesta si estamos dispuestos a «restituir», con las palabras y con la vida, lo que del Señor hemos recibido, es decir, todo. Por eso renovaremos, con nuevo vigor y entusiasmo, la profesión que un día, más o menos lejano, hemos hecho.

De este modo, la celebración del VIII Centenario se nos presenta como una triple llamada: llamada a la conversión, a nacer de nuevo (cf Jn 3, 3), llamada a reapropiarnos del Evangelio como nuestra Regla y vida (cf. 2R, 1,1), y, desde ahí, llamada a celebrar el don de la vocación. En el fondo, de lo que se trata es de «reproducir con valor la audacia, la creatividad y la santidad» de Francisco, para «dar respuesta a los signos de los tiempos en el mundo de hoy» (cf VC 37).

Los Hermanos Menores, y no sólo nosotros, reconocemos que el Evangelio sigue siendo buena noticia, como lo fue para Francisco; y reconocemos también que la forma de vida que vivió y nos trasmitió Francisco es plenamente actual. Por eso queremos reproducir en nuestra vida los valores evangélicos que vivió Fr
ancisco. Pero al mismo tiempo somos conscientes de que esos valores necesitan ser interpretados y actualizados a la luz de las exigencias del momento actual para que sigan siendo «visibles» y «significativos» para los hombres y mujeres del mundo de hoy.

Con la celebración de La gracia de los orígenes, no queremos simplemente volver a esos valores vividos por Francisco, aunque esto sea muy necesario, si es que nos hemos separado de ellos, queremos, y ardientemente así lo deseamos, poner el «vino nuevo en odres nuevos», de tal modo que a preguntas nuevas demos respuestas nuevas. Es en este sentido en el que hablamos de refundación de nuestra vida y misión. En este contexto creo no estar errado si afirmo que la pregunta mas urgente en las circunstancias que estamos viviendo no es: ¿qué hizo Francisco en su tiempo?, sino: ¿qué haría Francisco en el momento actual, en las circunstancias que cada uno de nosotros está viviendo?

Principales provocaciones que nos vienen de esta celebración jubilar
Muchas son las provocaciones que nos vienen al hacer memoria de la ocho veces secular historia de nuestra Orden, tan rica como compleja. Pienso que todas ellas podrían sintetizarse en cuanto propuso Juan Pablo II al inicio del III milenio

Mirar al pasado con gratitud, abrazar el futuro con esperanza, viviendo el presente con pasión.
Este era el programa que Juan Pablo II proponía a toda la Iglesia al inicio del III milenio (cf NMI 1). Nuestra historia, también la historia de la Custodia de Tierra Santa, leída con los ojos de la fe, es una historia de gracia, revelación asombrosa de un Dios que no cesa de obrar maravillas en los hermanos y por medio de ellos, haciendo posible la generosidad de la entrega y manifestando la gloria de su gracia en nuestras reconocidas fragilidades. Necesitamos conocer esa historia, reconciliarnos con ella, aún en los aspectos más negativos, para poder asumirla como nuestra y trasmitirla a las futuras generaciones. No podemos, pero tampoco queremos, renunciar a esa historia, que, antes que nuestra, es la historia del Señor en nosotros y a través de nosotros. Por ello nuestros corazones se abren a la gratitud hacia el «Altísimo, omnipotente y buen Señor» (Cant 19), el «Padre de las misericordias» (TestCl 2), por las maravillas que ha realizado a través de tantos hermanos que nos han precedido a lo largo de estos 800 años de historia.

Al mismo tiempo, no queremos ni podemos «conformarnos con alabar las obras de nuestros antepasados, pues es grandemente vergonzoso para nosotros los siervos de Dios que los santos hicieran las obras, y nosotros, con narrarlas, queremos recibir gloria y honor» (Adm 6). Por este motivo queremos inspirarnos en ellas para hacer la parte que nos corresponde en nuestra propia historia (cf Sdp 3). Queremos, siguiendo la invitación de Juan Pablo II, poner los ojos en el futuro, hacia el que el Espíritu nos impulsa para seguir haciendo con nosotros grandes cosas, pues reconocemos que no solamente tenemos «una historia gloriosa para recordar y contar, sino una gran historia que construir» (VC 110). Queremos «abrazar el futuro con esperanza» (NMI 1).

Para ello no podemos quedarnos «mirando al cielo». Puesto que el futuro depende de las opciones que tomemos en el momento actual, y de cómo vivamos el «aquí y ahora», hemos de «vivir con pasión el presente» (NMI 1).

Vivir el presente con pasión comporta:
Ponernos en camino
Desde muchas partes nos llega una invitación apremiante y constante, común a toda la vida religiosa, la llamada a ponernos en camino, a seguir el camino de renovación/refundación emprendido por la Orden en estos últimos años, sintiéndonos constantemente «mendicantes de sentido» –los tiempos actuales son más tiempos de preguntas que de respuestas (Cf. Cla, n. 121, pg. 159)-, en profunda comunión con el rostro de los pobres que «tienen la fuerza de orientarnos en nuestras búsquedas»(Shc 5).

En un momento como el nuestro de cambio de época, puede que nuestros ojos, como los de los discípulos de Emaús (Cf. Lc 24, 16), estén cerrados y no veamos, con la claridad que desearíamos, cómo responder a los signos de los tiempos, a través de los cuales el Espíritu nos sigue interpelando constantemente (cf. Sdp 6). Puede que, cargados como estamos de tantos interrogantes aparentemente sin respuesta, fatigados por tantos cansancios acumulados y llenos de incertidumbres ante nuestro futuro (cf Shc 7), nuestra decepción sea tan grande como la de Cleofás y su compañero, hasta llegar a confesar como ellos nuestra profunda frustración: «nosotros esperábamos» (cf Lc 24, 21). En cualquier caso lo importante es ponernos en camino, nos recuerda el Capítulo, confiando en que el Señor camina con nosotros y guía nuestros pasos, aunque de momento no estemos en condiciones de reconocerlo, mientras seguimos implorando «al alto y glorioso Dios que ilumine las tinieblas que nublan el corazón del mundo y las tinieblas del nuestro propio» (Shc 8; cf. OrSD, 1ss ). Sólo el mantenernos en camino podrá asegurarnos «una mejor comprensión de la propia vocación» (Shc 10).

Lo más importante en estos momentos es que nos sintamos «hermanos en camino» y «que nos presentamos a los demás con la verdad de nuestra búsqueda, con la verdad de nuestras preguntas, con la verdad de nuestros miedos e incertidumbres» (Cla, n. 121, pg 159). Sólo poniéndonos en camino y con la confianza puesta en el Señor de la historia nos iremos «desvistiendo poco a poco del desencanto, así como del pragmatismo superficial y de los fáciles idealismos, para habitar en la tensión esperanzadora del Reino, atmósfera fecunda del seguimiento» (Shc 9).

A este respecto, la necesidad de mantenernos en camino, es muy significativo que el documento final del Capítulo tenga como título El Señor nos habla en el camino, y que los términos más repetidos en él son los que hacen referencia a: caminar, buscar, evaluar y discernir. También me parece altamente significativo que el mismo documento final reconozca que «el pasaje bíblico de los discípulos de Emaús nos ha guiado como paradigma del viaje que queremos emprender en los distintos caminos de nuestro mundo» (Shc 8). Nuestra condición de «forasteros y peregrinos» nos lleva a sentirnos siempre en camino, conscientes, como dice el poeta «que se hace camino al andar».

Asumir una actitud de conversión
Esto exige, ante todo asumir una actitud de conversión, la urgencia de «nacer de nuevo» (Jn 3, 3) y de «volver» al primer amor, al amor de nuestra juventud. El Capítulo general extraordinario que acabamos de celebrar ha sido una llamada fuerte y urgente a vivir nuestra vida en mayor profundidad, a vivir de la fe y desde la fe, a volver al Evangelio, para volver a Cristo, a revivir la experiencia fundacional de nuestra Fraternidad, con el fin de re-identificar y re-apropiarnos de la intuición original de Francisco. Este tiempo de gracia que estamos viviendo y, particularmente el Capítulo general extraordinario, en su documento final El Señor nos habla en el camino, nos está pidiendo a todos centrarnos en los esencial, concentrarnos en las Prioridades de nuestra forma vitae y, desde ahí, descentrarnos para ir al encuentro de la gente y vivir en medio de ella como menores.

Vivir el presente con pasión, en actitud de conversión, exige sentir la urgencia de «no domesticar las palabras proféticas del Evangelio para acomodarlas e un estilo de vida cómodo» (Sdp 2). Exige escuchar la voz del Señor en los acontecimientos de la historia y detectar su presencia siempre actuante en medio de nosotros (cf Sdp 6), pues estamos plenamente convencidos que sólo así podremos encontrar pleno sentido a nuestras vidas y contribuir a «dar a luz una nueva época» y «nutrir desde dentro, con la fuerza liberadora del Evangelio, a nuestro mundo fragmentado, desigual y hambriento de sentido» (Sdp 2). E

Como Francisco, necesitamos hacer un alto en el c
amino, hacer moratorium, entrar en la «gruta», apartarnos un poco del tumulto del mundo, entrar en nosotros mismos, y buscar en la intimidad del corazón (cf 1Cel 6). Sólo entonces escucharemos la voz del Señor que, como al Poverello, nos pregunta: ¿Hermanos Menores, hacia dónde estáis yendo? ¿Quién puede seros más útil, el amo o el siervo? Volved sobre vuestros pasos (cf TC 6).

«Volver», sub, convertirse. Necesitamos convertirnos, es decir, creer en el Evangelio (cf Mc 1, 15). Creer en el Evangelio como buena noticia, bella como la gracia y ardiente como el amor, que transforma a quien lo recibe con corazón de niño (cf Mt 11, 25), a quien lo acoge con corazón de pobre (cf Lc 1, 38), a quien lo acoge en su inmediatez, en su frescura, en su radicalidad, como Francisco (cf 1Cel 22), a quien, desde la propia debilidad y pobreza, se atreve a vivirlo. Necesitamos volver al Evangelio, para situarnos ante él libres e indefensos, para dejarnos iluminar y cuestionar por él. Sólo así nuestra vida recuperará el saber, la juventud y la poesía de los orígenes. Sólo así nuestra vida «escandalizará» y «cuestionará» a nuestros contemporáneos, como «escandalizaba» y «cuestionaba» la vida de Francisco y de sus primeros compañeros.

Emprender un camino de discernimiento
Desde esta perspectiva el Centenario nos convoca también a emprender el camino del discernimiento evangélico: «Examinadlo todo –escuchamos en el texto de Pablo-, y quedaos con lo bueno» (1Ts 5, 21); un camino de discernimiento para re-fundar nuestra vida y misión sobre los elementos esenciales de nuestra forma de vida. El centenario y particularmente el Capítulo general extraordinario dentro de él, son una llamada a emprender «un permanente discernimiento y una evaluación constante de nuestra vida» (Shc 35). El nuestro es tiempo de discernimiento, decía en mi Informe al Capítulo. Nada de lo que hacemos o vivimos puede escapar a dicho discernimiento. Pero hay dos aspectos de nuestra vida que han de ser particularmente evaluados: La vida en fraternidad y la misión/evangelización.

La vida en fraternidad. Conscientes que una cosa es la vida en común y otra muy distinta, aunque suponga aquella, es la vida de comunión en fraternidad, conscientes también que la vida en fraternidad es un don que hemos de acoger y celebrar, pero también un atarea que nunca termina, hemos de poner un cuidado especial en potenciarla, tal y como nos pide el documento El Señor nos habla en el camino (Shc 31-32). Este cuidado pasa, en primer lugar en estar atentos a algunas tentaciones en las que fácilmente podemos caer. La tentación de convertir la diversidad, que ha de ser respetada en cuanto «noticia de un Dios siempre fecundo» (Shc 4), en causa de división. Contra esta tentación el Capítulo nos pide aumentar el sentido de pertenencia a una Fraternidad que, por estar presente en todo el mundo, es internacional e intercultural. Se hace necesario, por tanto, superar los provincialismos y particularismos (Shc 57) y favorecer estrategias de cooperación entre distintas Entidades y culturas (cf Shc 57) para «entender, asumir, y practicar los principios de la inculturación y de la interculturalidad» (Shc 38). Siempre para superar las divisiones que «no son algo ajeno a nuestra propia vida» (Shc31) se nos pide desarrollar una cultura de acompañamiento fraterno, de corrección, de perdón y de reconciliación (Shc 53), «ritos de perdón mutuo y caminos de comunión» (Shc 31), «procesos de reconciliación y de recuperación en fraternidad» (Shc 51); pero, sobre todo, se nos pide apostar por un diálogo profundo, sin reservas y con total confianza, «en el calor de la verdad y de la fe (Shc 36), a partir de nuestras pobrezas, apostar por un diálogo que lleva a pronunciar palabras auténticas que vengan del corazón y con un lenguaje renovado desde lo esencial para que podamos comunicar lo que somos, sentimos, y tenemos, «sin restricciones» (Shc 17). Un diálogo que me permita acogernos unos a otros, estimularnos recíprocamente, corregirnos cuando sea necesario, y amarnos en todo momento (Shc 50). La tentación de huir de la fraternidad a causa de «situaciones y conflictos que han herido nuestra confianza mutua» (Shc 16), con la presencia de un marcado individualismo en nuestra vida y misión, y la falta de fe horizontal y confianza en los hermanos. Contra esta tentación el Capítulo ha sido una llamada fuerte a «restaurar la fe básica y fundamental» en los hermanos, a reconstruir «el tejido fundamental de la confianza mutua (Shc 16), par asentirnos solidarios unos de la suerte de los otros.
La misión/evangelización. En relación con la misión/evangelización estamos llamados a «refundarla» y renovarla en sus formas y estructuras. Estamos cambiando de época, con paradigmas distintos y categorías totalmente nuevas. El documento final nos lo recuerda (Shc 33). Esto nos obliga a la «lucidez y audacia» para llevar a cabo «una seria revisión de nuestra misión …, y ensayar caminos inéditos de presencia y de testimonio» (Shc 33) que estén más en consonancia con cuanto exige nuestra vida de Hermanos Menores. El momento actual que estamos viviendo nos obliga a una «revisión crítica continua de nuestros actuales ministerios» (Shc 58), de tal modo que podamos «reencontrar el centro de nuestra misión» y, desde él, podamos «abrazar la liminalidad» y «habitar la marginalidad» (Shc 33) con presencias en medios y lugares «fronterizos y conflictivos» (Shc 36), creando nuevos espacios y asumiendo riesgos que den testimonio fehaciente de la realidad de nuestra vocación y misión», en cuanto «Fraternidad-en-misión al servicio de la Iglesia y del mundo» (Shc 58).
Siempre en relación con la misión/evangelización, estamos llamados también a elaborar un Proyecto de evangelización que una e integre vocación, vida fraternidad y misión, desde la minoridad. Sólo la sed saciada como en el caso de la Samaritana –nos recuerda el documento final del Capítulo-, será mensaje (cf. Shc 17). Pero puesto que la evangelización y misión en estos momentos pasa necesariamente por el diálogo, estamos llamados a ser «cruzadores de fronteras» (Shc 36), y desde la lógica del don (cf Shc 19-22) y una espiritualidad de presencia, kénosis, armonía y totalidad-intregridad, sin excluir a ninguno y abrazando a todos, ir al encuentro del otro, en actitud de aprendizaje frente al otro, sin dejarnos encerrare n las fronteras creadas por las ideologías de turno», pues sólo así podremos ser un «faro de esperanza, una oferta generosa d efe y de comunión» (Shc 37). En este contexto también es importante recordar que tanto el Centenario, en general, como el Capítulo, en particular, nos piden que prestemos mucha atención a no dar culto a los ídolos del activismo y la eficiencia, para poder mantener el talante profético de nuestra vida, nos piden que nos des-centrarnos de lo urgente, para volver a lo esencial y dar calidad evangélica a nuestra vida.

El camino del VIII Centenario y muy particularmente el Capítulo que acabamos de celebrar, son una fuerte y apremiante llamada a vivir nuestra vida en profundidad, una llamada a la conversión, a vivir de la fe y desde la fe, a volver al Evangelio, para volver a Cristo, a revivir la experiencia fundacional de nuestra Fraternidad, con el fin de reidentificar y reapropiarnos de la intuición original de Francisco. Son un fuerte aldabonazo a mejorar nuestra comunicación, particularmente a niveles de fe y de vivencia vocacional, a «volvernos» los unos hacia los otros, a derribar barreras y prejuicios, a acogernos desde la escucha recíproca, a superar provincialismos, etnocentrismos, castas y regionalismos, a ensanchar el corazón a la dimensión del mundo. Son una llamada urgente a no dejarnos atenazar por la crisis y el miedo, a no encerrarnos en nosotros mismos, a no reducir nuestras presencias al confortable y seguro espacio de nuestros conventos, sino a salir, a des-centrarnos para re-centrarnos, a des-localizarn
os para re-localizarnos, a des-arraigarnos y re-implantarnos, a sentirnos itinerantes hacia la liminaridad, la frontera, la periferia, hacia los «claustros olvidados, habitados por los «leprosos» de hoy.

Viviendo así este VIII Centenario no correremos el riesgo de celebrarnos a nosotros mismos, sin oque viviremos esta circunstancia como un momento de gracia, como una memoria viva y provocante

Delante de estas llamadas, ¿cuál será la respuesta de los hermanos de la Custodia de Tierra Santa?¿Qué están dispuestos a hacer los hermanos de la Custodia de Tierra Santa en el campo de la vida de propia vocación, de la vida en fraternidad y de la misión? Creo que es urgente entrar en este clima de conversión y en esta atmósfera de discernimiento de lo que los hermanos hacen y de cómo los hermanos viven. Por el amor que os tengo, permitidme que os diga con franqueza: no basta respetar el «status quo». Los tiempos nos urgen a buscar respuestas nuevas a preguntas nuevas. La situación social y religiosa en que vivís, la llegada a esta tierra de otros Institutos y otros movimientos religiosos que hasta hace bien poco no tenían presencia en Tierra Santa… Todo esto ¿que nos está pidiendo?

Los Comisarios de Tierra Santa
La estabilidad de la Custodia, la necesidad de intensificar las obras de tutela de los Santos Lugares, la exigencia de proveer al mantenimiento de cuantos realizaban el propio servicio a favor de la Custodia, el deseo de realizar la acción misionera y las obras de caridad, además de la oportunidad de sensibilizar al Occidente cristiano a la problemática ligadas con las Iglesias de Oriente, fueron las causas y motivos por las que surge una estructura que se preocupara de la relación entre la Custodia y Occidente. Son las Comisarías de Tierra Santa, una especie de representaciones oficiales de la Custodia presentes en unos 50 países.

El origen de las Comisarías de tierra Santa es muy antiguo y está vinculado, principalmente, a la recogida de fondos para la Custodia. De hecho, partiendo de la constatación de que ni la vida de los frailes ni la conservación de los Lugares Santos eran posibles sin las limosnas de los Príncipes cristianos, los primeros Estatutos de la Custodia (1377) establecen que el Custodio se sirva de uno o dos laicos para llevar la administración de las limosnas. Pero muy pronto se vio que eso no era suficiente, por ello aparece la necesidad de crear la figura de los Comisarios de Tierra Santa, lo que tiene lugar con la Bula His quae del Papa Martín V (24 de febrero de 1421), con la encomienda de recoger limosnas entre los cristianos. Poco a poco el papel de los Comisarios se irá determinando mayormente, hasta la legislación actual de la Orden que trata de la Custodia y de las Comisarías de Tierra Santa en CCGG 122-125 y en los EEGG 69-73.

Durante siglos las Comisarías han sido una especie de embajadas que, a menudo, tenían un carácter político, sobre todo en su labor de concienciación y, a veces, de presión, hacia los gobiernos cristianos para solucionar los problemas entre católicos y ortodoxos en relación con los Santos Lugares, sin olvidar a la potencia mandataria, especialmente los otomanos.

Hoy, según los Estatutos Generales (art. 73, 2), los deberes de los Comisarios son:

Promover, en su territorio, el conocimiento, el interés y la devoción a los Lugares Santos, no sólo entre los seglares, sino también entre los frailes, sirviéndose de los medios adecuados, como los medios de comunicación.
Organizar peregrinaciones a los Lugares Santos.
Recoger ayudas económicas para los Lugares Santos.

A estos deberes bien se puede añadir otro: promover las vocaciones para Tierra Santa, tanto a nivel de candidatos, como entre los mismos hermanos.

Creo que el primer deber del Comisario –promover el conocimiento, el interés y la devoción a los Santos Lugares-, es fundamental. Sin responder a éste, todos los otros, antes o después, se vendrían abajo. Tengo la impresión que, particularmente entre los hermanos, y algunas veces incluso entre los mismos Comisarios, el conocimiento, el interés y la devoción por los Lugares Santos, ha decaído mucho. Esto puede ser un de los motivos, no ciertamente el único, por el que también están disminuyendo el número de misioneros que vienen de otros países, y el número de entradas económicas para la Custodia.

Esto os coloca, en cuento Comisarios de Tierra Santa, ante de un gran desafío. Tenéis que ser creativos a la hora de buscar medios para dar a conocer, entre los hermanos, entre los Obispos y entre los católicos de vuestras respectivas circunscripciones, la labor que hacen los hermanos de la Custodia en los distintos campos en que trabajan: El cuidado de los 49 santuarios encomendados a la custodia de los franciscanos; la labor pastoral en favor de los católicos, no sólo latinos, de las Iglesias locales, particularmente a través de las 29 parroquias encomendadas a nosotros; la labor pastoral en favor de los católicos provenientes de otros continentes, particularmente de los que vienen de Filipinas, América Latina, Europa del Este y de África; las obras sociales que realiza la Custodia, particularmente en cuanto a las habitaciones de gente con pocos recursos económicos (350 casas); la labor que la Custodia realiza en los 16 colegios que regenta, frecuentados por más de 10.000 alumnos no sólo católicos, la labor editorial que lleva a cabo gracias a la Franciscan Printing Press; la animación espiritual de los peregrinos, a quienes ofrece la posibilidad de acogida en las 5 Case Nove que están abiertas en estos momentos; la labor cultural, científica y docente que realiza a través del Studium Biblicum Franciscanum; la actividad ecuménica, particularmente a través del Franciscan Pilgrims Office; y la labor científico/cultural que realiza el Centro de Estudios Orientales de el Cairo.

Como dije, esta labor exige de vosotros creatividad y presencia en los medios de comunicación. La Custodia debe ofreceros material adecuado, pero luego toca a vosotros saber aprovecharlo. Y puesto que llegar a la TV y a los periódicos no siempre es fácil ¿por qué no hacer una buena página web los Comisarios de una misma Conferencia?

El segundo deber vuestro es el de organizar peregrinaciones. Éste es un medio óptimos, no sólo para que favorecer y potenciar el conocimiento de Tierra Santa, sino también un medio privilegiado de evangelización. Mi experiencia me dice que una peregrinación a Tierra Santa bien preparada y bien conducida marca a los peregrinos. Aquí conviene recordar que no es sólo cuestión de conseguir candidatos para asegurar un grupo, es cuestión de animar espiritualmente al grupo, cosa que debería reservarse el Comisario o asegurar que lo haga una persona, a ser posible un hermano, competente. No podéis ser simples agencias de turismo religioso.

Recoger ayudas es importante pues sin ella será muy difícil que nuestra presencia en Tierra Santa pueda responder a los fines que le asignan nuestras Constituciones: «custodiar los lugres santos, promover en ellos el culto divino, favorecer la piedad de los peregrinos, desempeñar allí el ministerio de la evangelización, ejercer la actividad pastoral conforme a la espiritualidad de la Orden, erigir y atender obras de apostolado» (CCGG 123, 1). Pero en este tema hemos de ser muy transparentes, tanto con la Custodia como con las respectivas Provincias y, si es necesario, con los Obispos en cuyas diócesis recogemos las limosnas. La falta de transferencia suscita sospechas y recelos, y al final todos saldremos perdiendo. Creo, por tanto, necesario que la contabilidad de las Comisarías de Tierra Santa, sea analizada en la Visita Canónica a la Provincia respectiva y que la Provincia la conozca, aunque esto suponga un cambio de los Estatutos de la Custodia.

Finalmente, os pido que intentéis suscitar nuevas vocaciones para Tierra Santa. Hay un calo numérico en vocaciones de otros países y un calo
numérico en el número de misioneros que llegan anualmente. En estos tres años de mi servicio como Ministro general he dado 30 nuevas obediencias. No son suficientes, hemos de trabajar todos para aumentarlas y cualificarlas, pues las necesidades aumentan y cada día están exigiendo mayor calificación específica.

Concluyendo
La Custodia de Tierra Santa ha sido y quiere seguir siendo una presencia puente entre Oriente y Occidente, entre las Iglesias Orientales y la Iglesia Católica y Latina. Ha sido y quiere seguir siendo una presencia cultural importante en Medio Oriente, en nombre de la Iglesia Católica. Nuevos son los retos a los que hoy nos enfrentamos los franciscanos en esta tierra, tan amada por nosotros. No podemos limitarnos a ser espectadores pasivos de un cambio cada vez más rápido. En muchas ocasiones, a lo largo de casi ocho siglos de presencia en la tierra de Jesús, hemos sido actores de historia en esta tierra. ¿Por qué no continuar siéndolo?

Quiera la Providencia, que nos ha traído a esta tierra, seguir mostrándonos los nuevos caminos que estamos llamados a recorrer, para responder adecuadamente a los signos de los tiempos y de los lugares. Y quieran, también, los hermanos -también vosotros los Comisarios de Tierra Santa-, que con tanta dedición y sacrificio trabajáis en esta amada parcela de la Orden de los Hermanos Menores entrar en clima de conversión y discernimiento, manteniéndoos siempre en camino, para poder, de este modo, ofrecer respuestas nuevas a las preguntas nuevas que hoy se nos plantean.

Fr. José RODRÍGUEZ CARBALLO OFM
Ministro general

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ZENIT Staff

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