Oferta especial de confesiones entre los anuncios de Nueva York

Y dan una limpieza a la Plaza de San Pedro

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ROMA, domingo 28 de agosto de 2011 (ZENIT.org).- En la ciudad de Nueva York la publicidad es un arte. En cada calle los vendedores, las luces y los escaparates atraen a los transeúntes con comida, tecnología y cualquier otro producto que se pueda desear. ¿Debería una sorprenderse al encontrar entre estos elementos, que anuncian rebajas, ofertas especiales e importantes productos, un gran cartel rojo en el exterior de una iglesia católica romana anunciando confesiones? Francamente me quedé estupefacta. Corriendo desde el museo a la biblioteca, para quedar a cenar con unos amigos, la última cosa en la
que pensaba era en el arrepentimiento y la reconciliación –como al pagar una factura de hotel, es algo que siempre llega al final.

La parroquia de Santa Inés es una elegante iglesia situada en 143 E. 43rd Street -que el antiguo alcalde de Nueva York, Ed Koch, describió como “la calle más transitada del mundo”- que ofrece tres horas de confesiones y siete misas al día. Intrigada, me dirigí a visitar esta importante parroquia. Anna Megan, que administra la iglesia, tuvo la amabilidad de hablarme de esta y de su historia. La primera cosa que hizo fue destacar la importante
localización de la iglesia. “A media manzana de la estación Grand Central y al otro lado de la calle del edificio Chrysler”, destacó Megan, “Santa Inés se sitúa en el centro del tráfico de viajeros y turistas”.

El número de feligreses de Santa Inés es pequeño pero constante, unas casi 400 personas. Sin embargo, los asistentes pueden llegar a más de 10.000 en vacaciones, cuando la gente asiste a las misas y confesiones durante los días festivos y los viajes. Gracias a este intenso flujo de gente, la intersección de la iglesia fue renombrada como Fulton Sheen Place en 1990, tomando el nombre de un gran comunicador católico para esta atestada encrucijada.

Santa Inés fue construida en 1873 para los trabajadores de la estación Grand Central, pero se quemó en 1992. La iglesia actual, reconstruida en 1998, fue remodelada siguiendo el modelo del Gesù, una de las basílicas de Roma más conocidas por el sacramento de la Penitencia. Durante 30 años, Santa Inés ha ofrecido un horario regular de confesiones al día. No sólo es el resultado de una iniciativa pastoral, sino también de la insistencia de los feligreses.

Visité la parroquia a la una del mediodía, cuando se comenzaba a celebrar la adoración eucarística con la iglesia llena en sus tres cuartas partes de capacidad. Toda la diversidad étnica, económica y estética de Nueva York se arrodillaba unida en los bancos. Jóvenes junto a personas mayores, tatuajes junto a velos de encaje, bolsos de diseño junto a
bolsas de papel, aquí se reunía la creatividad sin límites de Dios, unidos para adorar a su creador.

Por supuesto, hay muchas más iglesias que ofrecen confesiones regulares en la ciudad de Nueva York: la catedral de San Patricio ofrece confesiones durante las mañanas y la hora de comer, y el santuario de San Antonio, en la W.31st, ofrece confesiones tan a menudo que se le conoce como el confesionario de Nueva York.

Pero después de ver tantas iglesias cerradas durante todo el día en Estados Unidos, y los boletines parroquiales que anuncian discretamente los horarios de confesiones (sólo los sábados de 3.15 a 3.30 o mediante cita previa), y que al llamar te responden con preguntas desconcertantes como “¿para qué?” u “¿ocupará mucho tiempo?”, Santa Inés es una maravilla y constituye un modelo para muchas otras.

Pregunté sobre las dificultades de mantener la iglesia abierta todo el día y de proveerla de sacerdotes para la celebración de los sacramentos. La señora Megan me contó que los feligreses colaboran para que la iglesia permanezca abierta, custodiando el tabernáculo.
Aunque sólo hay un sacerdote diocesano en la parroquia (el padre Richard Adams), normalmente cinco o seis sacerdotes de lugares como Filipinas, Ghana o Birmania ayudan con los sacramentos.

Esta disponibilidad de los sacramentos se ha vuelto tan popular, que hay habitualmente colas fuera de los dos confesionarios y más de un sacerdote ha sido llamado a la hora de comer o de cenar para atender a un alma en tránsito (parece que los neoyorquinos no conocen la siesta latina). San Juan Vianney se sentiría muy orgulloso.

En una ciudad donde en cada rincón hay tiendas que te ofrecen productos – para el pelo, los pies, las uñas o las cejas – con el fin de que la apariencia de las personas esté siempre preparada para un “primer plano”, Santa Inés promueve un tratamiento de limpieza mucho
más profundo y rico: el del alma.

* * *
No hay madre más bella

Siguiendo el tema del embellecimiento, otra importante renovación está teniendo lugar al otro lado del Atlántico. En la Plaza de San Pedro, la fachada eclesiástica más famosa del mundo, se ha iniciado un proyecto de restauración para limpiar todas las estatuas, columnas y bloques de piedra, y así hacerla volver a su antiguo estado, al ser inaugurada en 1667.

El proyecto supondrá la restauración y limpieza no sólo de la columnata (que se ha ido realizando a lo largo de estos años), sino también de las estatuas, fuentes, techos, columnas, pilares, e incluso de las lámparas.

Supervisado por la Oficina del Gobernador de la Ciudad del Estado Vaticano, se supone que esta inmensa empresa necesitará unos 30 meses, o dos años y medio, para ser realizada.
Es sin duda un esfuerzo para la familia vaticana.

Los Museos Vaticanos se encargarán de la restauración de las obras de arte, por ejemplo las 140 estatuas que rodean la plaza: una alineación de los santos favoritos a través de los tiempos, desde San Esteban, el primer mártir, hasta Santa María Magdalena de Pazzi, canonizada en 1669.

Las cuatro farolas de bronce, un regalo moderno del Papa Pío IX (además de las balaustradas que señalan las áreas libres de tráfico situadas alrededor del obelisco), serán limpiadas por especialistas de la Fábrica de la Basílica de San Pedro.

La primera fase de limpieza completada reveló los colores originales del ala de Carlomagno en la parte izquierda de la plaza. Después de siglos de un color ocre amostazado, ofrece ahora un blanco cremoso, reflejando la luz matinal del sol que llega a la fachada de San Pedro.

Uno de los retos más importantes es el problema de la limpieza del travertino. Al ser más poroso que el mármol y más sensible a la contaminación atmosférica, se puede desmoronar con un simple chorro de agua. Algunas partes del travertino se sacaron del Coliseo y, después de servir para aislar el tráfico, se han vuelto de un irreparable negro.

La Via de la Conciliación, la calle que lleva a San Pedro, fue abierta en 1930 y, a pesar de que hay muchas imágenes desgarradoras de San Pedro siendo usada como aparcamiento (¡romanos!), el daño que ha sufrido la piedra ha sido menor que el sufrido por el Coliseo.

Las estatuas de los santos, constantemente expuestas al viento, se han dañado hasta el punto de que son muy difíciles de identificar.

La pieza central de la plaza, el obelisco, traído de Egipto por el emperador Calígula en el año 37 d.C, es el único de Roma que nunca se ha roto. Es también el único de Roma sin jeroglíficos, lo que hace muy difícil su datación (se supone que oscila entre el 1900 a.C. y el 500 a.C).

Sin embargo, tiene un lugar especial en la historia de la cristiandad. Erigido en el circo imperial de carreras de caballos en la colina Vaticana, el obelisco fue testigo del martirio de San Pedro y de otros 900 cristianos acusados injustamente por Nerón de haber causado el gran incendio de Roma en el año 64 d.C.

Trasladado en 1586 por el Papa Sixto V con el fin de que fuese un faro para los peregrinos, ahora sirve para ayudar a las personas a recordar el testimonio de San Pedro en los años venideros.

El coste
de esta renovación masiva debe ser sorprendente. Si bien gran parte del trabajo será realizado por los restauradores del Vaticano, que son excepcionales, dos compañías italianas, Italiana Costruzioni y Fratelli Navarra, han sido contratadas para la dura tarea de limpiar las 284 columnas y las 88 pilastras que enmarcan la plaza. Con una anchura de 240 metros (787 pies) hay mucho trabajo por hacer.

Hablando del coste del proyecto a L’Osservatore Romano, Pier Carlo Cuscianna, jefe de los Servicios Técnicos de la Oficina del Gobernador del Estado de la Ciudad del Vaticano, explicó que la financiación ha provenido de “donantes privados y de la Divina Providencia”.

La fachada de San Pedro fue restaurada en 1999, en preparación para el Jubileo del año 2000, gracias a un gran esfuerzo patrocinador de los Caballeros de Colón.

Cuatro siglos de hollín y suciedad se retiraron para revelar la importante fachada de dos tonos de Carlo Maderno, acentuando el movimiento en una mayor expansión.

Aunque no se esperan este tipo de revelaciones en la limpieza de la plaza de San Pedro, esta permitirá a los peregrinos y turistas revivir la gloria de un espacio que ya dio a conocer por vez primera Gian Lorenzo, y restaurará el luminoso esplendor de la Madre Iglesia.

[Por Elizabeth Lev, traducción del inglés por Carmen Álvarez]

* * *

Elizabeth Lev enseña arte y arquitectura cristianos en el campus
italiano de la Universidad de Duquesne y en el programa de estudios
católicos de la Universidad de St. Thomas. Se puede contactar con ella en:
lizlev@zenit.org.

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ZENIT Staff

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