Padre Cantalamessa advierte contra el peligro de “amar sin el corazón”

Primera predicación de Cuaresma, sobre el “eros” y el “agape”

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CIUDAD DEL VATICANO, viernes 25 de marzo de 2011 (ZENIT.org).- Las personas consagradas corren muchas veces el riesgo de amar a Dios “sólo con la cabeza”, sin implicar el amor afectivo meramente humano.

Sin embargo, el rechazo del amor humano como algo opuesto al amor de Dios puede ser un obstaculo en la nueva evangelización. Contra esta tentación quiso poner en guardia el padre Raniero Cantalamessa en su primera predicación de Cuaresma hoy, ante el Papa y la Curia Roma.

Cantalamessa afirmó que uno de los ámbitos en los que la secularización “actúa de modo particularmente difundido y nefasto”, es el ámbito del amor. “La secularización del amor consiste en separar el amor humano, en todas sus formas, de Dios, reduciéndolo a algo puramente profano, donde Dios está de más e incluso molesta”.

Pero el tema del amor, subrayó, “no es importante solo para la evangelización, es decir, en la relación con el mundo; lo es también, y ante todo, para la vida interna de la Iglesia, para la santificación de sus miembros”.

El predicador pontificio hizo un análisis sobre la distinción que ciertos teólogos han hecho entre el “eros” o amor humano y pasional, y el “agapé”, o el amor de oblación, apoyando sus reflexiones en la Deus Caritas est de Benedicto XVI.

El amor “sufre una nefasta separación, no sólo en la mentalidad del mundo secularizado, sino también en el lado opuesto, entre los creyentes y en particular entre las almas consagradas. Simplificando al máximo, podríamos formular así la situación: en el mundo encontramos un eros sin agape; entre los creyentes encontramos a menudo un agape sin eros”.

“El eros sin agape – explicó – es un amor romántico, muy a menudo pasional, hasta la violencia. Un amor de conquista que reduce fatalmente el otro a objeto del propio placer e ignora toda dimensión de sacrificio, de fidelidad y de donación de sí”.

El agape sin eros, en cambio, es como un “amor frío”, un amar “con la cabeza”, “sin participación de todo el ser, más por imposición de la voluntad que por impulso íntimo del corazón”, en el que “los actos de amor dirigidos a Dios se parecen a aquellos de ciertos enamorados inexpertos que escriben a la amada cartas copiadas de un prontuario”.

“Si el amor mundano es un cuerpo sin alma, el amor religioso practicado así es un alma sin cuerpo”, afirmó. “El ser humano no es un ángel, es decir, un puro espíritu; es alma y cuerpo sustancialmente unidos: todo lo que hace, incluyendo amar, debe reflejar esta estructura suya”.

Si la corporeidad es sistemáticamente negada o reprimida, subrayó, “el resultado será doble: o se sigue adelante de forma fatigosa, por sentido del deber, por defensa de la propia imagen, o bien se buscan compensaciones más o menos lícitas, hasta los dolorosísimos casos que están afligiendo a la Iglesia”.

“En el fondo de muchas desviaciones morales de almas consagradas, no puede ignorarse, hay una concepción distorsionada y deformada del amor”, advirtió.

Por ello, añadió, la redención del eros “ayuda antes que nada a los enamorados humanos y a los esposos cristianos, mostrando la belleza y la dignidad del amor que les une. Ayuda a los jóvenes a experimentar las fascinación del otro sexo, no como algo turbio, vivido lejos de Dios, sino como un don del Creador para su alegría si se vive en el orden que Él quiere”.

Pero también ayuda a los consagrados, hombres y mujeres, para evitar “ese amor frío, que no desciende desde la mente hasta el corazón. Un sol invernal que ilumina pero que no calienta”.

La clave, explicó, es el enamoramiento personal de Cristo.

“La belleza y la plenitud de la vida consagrada depende de la calidad de nuestro amor por Cristo. Sólo éste es capaz de defender de los bandazos del corazón. Jesús es el hombre perfecto; en él se encuentran, en un grado infinitamente superior, todas esas cualidades y atenciones que un hombre busca en una mujer y una mujer en un hombre”.

“Su amor no nos sustrae necesariamente de la llamada de las criaturas y en particular de la atracción del otro sexo (esta forma parte de nuestra naturaleza, que él ha creado y que no quiere destruir); pero nos da la fuerza de vencer estas atracciones con una atracción más fuerte. “Casto – escribe san Juan Clímaco – es aquel que expulsa al eros con el Eros”, concluyó el padre Cantalamessa.

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ZENIT Staff

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