Países árabes y desarrollo humano: Problemas y propuestas

Tras la publicación del primer informe de las Naciones Unidas

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NUEVA YORK, 27 julio 2002 (ZENIT.org).- El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) ha publicado recientemente su primer informe sobre desarrollo humano en los estados árabes. El informe ha criticado a estos países por una trayectoria “marcada por la inercia… y por políticas ineficaces que han llevado a los grandes desafíos de desarrollo que tiene que afrontar la región”.

El informe del PNUD cubre a los 22 países miembros de la Liga Árabe. Tenían una población total de 280 millones en el año 2000, el 5% de la población mundial. En el 2020 se prevé que alcance entre los 410 y los 459 millones de árabes, con una estructura de edades más anciana que la actual.

Amplias disparidades caracterizan a los países árabes. En el Índice de Desarrollo Humano global preparado cada año por el PNUD, Kuwait (primero de la lista) queda ligeramente por detrás de Canadá, mientras Djibouti (el último) está cerca de Sierra Leona, el país más retrasado el planeta.

El informe no observa algunos logros de los países árabes. Entre ellos el sustancial aumento de las oportunidades educativas. El analfabetismo de adultos cayó del 60% en 1980 a cerca del 43% a mediados de los noventa, y la instrucción educativa femenina se ha triplicado desde 1970. Todavía quedan 65 millones de adultos iletrados, casi dos terceras partes de los cuales son mujeres.

En los países árabes, en 1995, cerca del 90% de los varones y el 75% de las mujeres pasaron por escuelas primarias, y cerca del 60% de los varones y casi el 50% de las mujeres recibieron educación secundaria. Sin embargo, cerca de 10 millones de niños entre 6 y 15 años de edad están fuera de las escuelas. El índice de estudios superiores alcanza sólo el 13%.

Otra área marcada por una notable mejora en el mundo árabe es la salud. Por ejemplo, la esperanza de vida ha aumentado en 15 años en las últimas tres décadas, y el índice de mortalidad infantil se ha reducido en dos tercios.

Sin embargo, advierten las Naciones Unidas, no todo es color de rosa. El Producto Interior Bruto de los países árabes se quedó en 531.200 millones de dólares en 1999 (menos que el de España, de 595.500 millones de dólares). En 1998, los ingresos reales del ciudadano árabe, ajustando la paridad del cambio, habían caído un 13,9% con respecto al del ciudadano de un país miembro de la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo. Uno de cada cinco árabes vive con menos de dos dólares al día.

Durante las últimas dos décadas, el crecimiento de la renta per cápita, en un 0,5%, ha sido el más bajo del mundo, si exceptuamos al África subsahariana. Con estas cifras, al ciudadano árabe le llevará 140 años doblar su renta, mientras que otras regiones lo conseguirán en menos de 10 años.

Contribuye a este problema el bajo nivel de productividad en el trabajo. De hecho, ha bajado en un porcentaje anual del 0,2% entre 1960 y 1990, mientras que en otras partes del mundo ha tenido una rápida aceleración. Mientras que los países árabes, en 1960, gozaban de una renta per capita más alta que los “tigres asiáticos”, hoy su nivel es sólo la mitad del de Corea del Sur.

Tres déficit críticos
El informe de Naciones Unidas indica que “todos los países árabes hacen frente a tres déficit críticos: libertad; libertad de la mujer; y capacitación humana”.

En cuanto al tema de la libertad, el informe explica dramáticamente: “Los agentes de la sociedad civil siguen encontrando fuertes cortapisas externas a la hora de desarrollar su papel con eficacia”.
<br> Más concretamente, el índice de libertad del PNUD muestra que de las siete regiones del mundo, los países árabes tienen la más baja puntuación en cuanto a libertad a finales de los noventa. Los estados árabes tienen también la más baja puntuación en libertades civiles, derechos políticos e independencia de los medios.

Al llegar al papel de la mujer, el informe observa que su participación económica y política sigue siendo la más baja del mundo en términos cuantitativos. Las mujeres ocupan solamente el 3,5% de los sillones parlamentarios en los países árabes, en comparación con el 11% del África Subsahariana y el 12,9% de los países de América Latina y el Caribe. En algunos países con asambleas nacionales elegidas, se les niega a las mujeres el derecho a votar o a desempeñar un cargo.

En el tema de las capacidades y el conocimiento, hay serios déficit, incluyendo una grave falta de investigación científica y desarrollo. El gasto científico en los países árabes no alcanza el 0,5% del Producto Interior Bruto Árabe para 1996, comparado con el 1,26% de Cuba y el 2,9% de Japón en 1995. La inversión en investigación y desarrollo es inferior a un séptimo de la media mundial. En el área de información tecnológica, sólo el 0,6% de la población usa Internet, y el 1,2% tiene un ordenador personal.

Prioridades para el futuro
Para superar estos problemas, el informe precisa tres áreas en las que es necesario hacer mejoras: invertir en capacitación y conocimiento; usar las capacitaciones humanas para estimular el crecimiento y la productividad; y promover el buen gobierno.

Para la primera de estas prioridades el PNUD recomienda que los gobiernos aseguren la total escolarización básica, un aumento a 10 años de la enseñanza obligatoria, al igual que apoyar la educación autodidacta y a lo largo de la vida. También piden mayores incentivos para los que arriesguen en innovación, y cuadruplicar el porcentaje del Producto Interior Bruto dedicado a la investigación y el desarrollo, hasta el 2%, al final de la década.

La segunda prioridad, el crecimiento de la riqueza y la productividad, se puede estimular dejando más espacio al sector privado. “Los gobiernos deberían separar las actividades productivas, y reforzar su papel regulador que asegure la apertura y competitividad”, recomienda el informe.

El PNUD también pide un mayor grado de integración entre los países árabes, incluyendo como medio la creación de una unión aduanera o de un mercado común entre estos países.

Con el objetivo de mejorar el buen gobierno, el informe pide “que se dé voz activa a la gente”. Esto significa mejorar la funciones de representación y legislación. El informe urge a una “comprensiva representación política en legislaturas efectivas, basadas en elecciones libres, honestas, eficientes y regulares”.

El PNUD pide a los países árabes que aseguren que los procedimientos legales y administrativos garanticen los derechos de los ciudadanos y sean compatibles con los derechos humanos fundamentales, especialmente los derechos a la libertad de expresión y la libertad de asociación para todos, bajo una verdadera independencia judicial que refuerce imparcialmente el imperio de la ley.

También pide una reforma de la administración pública, particularmente en materia de concesión de contratos, que deberían hacerse “de manera efectiva, eficiente y transparente”, poniendo fin a “las influencias y al amiguismo”.

The Economist, en su número del 6 de julio, observaba que el informe ha evitado el delicado tema de la religión. La revista opina que el Islam ha retrasado el desarrollo y “ha jugado una papel significativo en el sofocante pensamiento de la construcción árabe”.

El Wall Street Journal decía que otro importante factor dejado de lado por el informe es la cultura victimista que marchita a la sociedad árabe. El Journal del 9 de julio citaba a Bernad Lewis, un profesor de Princeton que ha dedicado su vida a estudiar a los árabes.

En su reciente libro “What Went Wrong?”, Lewis explica que el mundo insular árabe se blindó ante el progreso europeo desde el siglo XIV en adelante. Cuando los países árabes se dieron cuenta más tarde que habían sido dejados atrás, “reaccionaron de mala
manera, buscando chivos expiatorios y excusas, en vez de apuntar a sus propios defectos inherentes”.

Tras el 11 de septiembre, muchos en Occidente coinciden en afirmar que los problemas de los países árabes son una preocupación para todo el mundo.

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ZENIT Staff

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