Palabra valiente de los pontífices sobre comunicación y periodismo

Entrevista a Manuel María Bru Alonso

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MADRID, viernes, 5 septiembre 2008 (ZENIT.org).- En la serie «Papeles de Información Religiosa» -del Observatorio (de la Universidad Ceu-San Pablo, www.ceu.es/usp) para el Estudio de la Información Religiosa-, el profesor Manuel María Bru Alonso acaba de firmar una síntesis del magisterio pontificio sobre los medios de comunicación social bajo el título «Un nuevo areópago para la evangelización». Sobre esta publicación, Zenit le ha entrevistado.                       

Sacerdote y periodista, el profesor Bru es director de la programación socio-religiosa de la Cadena Cope (www.cope.es) y de Popular Televisión (www.populartv.net). Ha sido delegado episcopal -en el arzobispado de Madrid- de medios de comunicación social. Doctor en Periodismo, es profesor de Opinión Pública en la Universidad Ceu-San Pablo y se cuenta entre los coordinadores del Máster en Comunicación e Información Social y Religiosa, en la misma sede universitaria.
   
–De su estudio se desprende el rasgo común de León XIII, san Pío X, Benedicto XV, Pío XI y Pío XII (pontificados que abarcan de 1878 a 1958) como defensores de la libertad de expresión y de prensa. ¿Podría resumir el contenido de sus posturas? ¿La actual sociedad laica es consciente del valor de aquella defensa?

–Manuel María Bru: Las leyendas negras sobre la historia de la Iglesia, porque son muchas, no sólo abarcan la Edad Media, sino también la contemporánea. Basta pensar en las acusaciones persistentes y en gran medida asumidas acríticamente respecto a Pío XII y su relación con el régimen nazi. Ciertamente, no ya sólo ni tanto en un cierto nivel académico, pero si en el de la divulgación mediática, estos papas serían cualquier cosa menos defensores de la libertad de prensa y de expresión, y sin embargo, no sólo lo fueron, sino que hicieron esta defensa a contracorriente, cuando nadie la hacía, adelantándose al desarrollo de la concienciación de estas libertades, que no tomaría carta de ciudadanía hasta después de la segunda guerra mundial. Y es que estos papas sabían muy bien cuál era el peligro de los totalitarismos y cómo su gran arma era el control y la manipulación de la información como medio para el control y la manipulación de las conciencias.   

Evidentemente entre estos papas se da una progresiva sensibilización respecto a este tema: si para León XII en un sano debate plural la libertad de expresión estaba subordinada a la verdad, para Benedicto XV, sin contradecir este extremo, era fundamental la libertad de expresión precisamente para frenar la abusiva instrumentalización de la comunicación de masas por parte de los regímenes autoritarios.

–Por su parte, el beato Juan XXIII profundizó en los medios de comunicación como armas de la verdad, de la honestidad y de la caridad. ¿En qué consistió su consiguiente llamamiento a la responsabilidad del periodista?

–Manuel María Bru: Para Juan XXIII el periodista era un verdadero artista. Admiraba esta profesión en un tiempo en el que, en no pocos ambientes, era despreciada. Por eso su llamamiento a la responsabilidad del periodista no lo hacía desde una exhortación a una exigencia moral, sino desde una altísima estima respecto a la formación necesaria y la delicadísima actividad periodística, pues el periodista, decía él, «necesita la delicadeza del médico, la facilidad del literato, la perspicacia del jurista, el sentido de responsabilidad del educador». Es una formulación de máximos, no de mínimos, porque el «deber ser» de ésta como de otras profesiones, consiste en su «verdadero ser».

–Recién cumplidos 30 años de su muerte, Pablo VI ha sido recordado por la fuerte actualidad de su magisterio, por ejemplo, en su Encíclica «Humanae vitae». Como primer «sacerdote y periodista» que ocupó la Sede de Pedro, ¿qué palabra dice el Papa Montini al comunicador de hoy?

–Manuel María Bru: Le dice que lo suyo es un verdadero sacerdocio, un verdadero servicio al hombre y la sociedad desde el uso de la palabra. Para él, el comunicador era un investigador de la actualidad, un buscador de las causas y de las consecuencias de los acontecimientos, al servicio de un conocimiento de los mismos para que los hombres sean cada vez más respetuosos con la dignidad humana, más solidarios, y estuviesen más unidos. Por eso la comunicación en sí misma, en todas sus vertientes y formatos, bien hecha, era para él pre-evangelizadora. Y el anuncio explícito del evangelio por los medios de comunicación, ya lo sabemos, lo ponía al mismo nivel que la catequesis o la predicación. Además de su riquísimo magisterio directo, hay que ponerle su rostro y su impronta personal tanto al decreto conciliar Inter Mirifica como a la instrucción pastoral Communio et Progressio, que sigue siendo la carta magna de la comunicación social cristiana.

–Albino Luciani también contaba con una trayectoria periodística hasta su elección como romano pontífice. Tomó el nombre de Juan Pablo I por sus dos predecesores. Usted define la comunicación en el Papa Luciani como «empatía». ¿Encarnaba así también la forma de comunicar de Roncalli y Montini?

–Manuel María Bru: Aportaba la empatía personal del primero y proponía la empatía pastoral del segundo. Él era el mejor ejemplo del tipo de comunicación social de la que hablaba, una comunicación al servicio del encuentro, del entendimiento, del diálogo. El Papa de la sonrisa tenía una capacidad especial de visualizar ese gran principio de sus antecesores de que la comunicación social tiene como única meta y como único sentido y «brújula» la comunión. 

–Primer Papa «mediático» y de la globalización, Juan Pablo II indicó en el mundo de la comunicación un nuevo areópago para la evangelización. ¿Cuáles fueron las razones de este apremio? ¿A quién se dirigía?

–Manuel María Bru: Juan Pablo II dio un giro de 180º al magisterio de la Comunicación. No es que cuestionase nada de lo dicho anteriormente, pero lo ha enriquecido más allá de una línea de mera continuidad. Se dio cuenta de algo que los papas anteriores empezaban a vislumbrar, pero a tientas, y que en realidad no se manifestó hasta su tiempo: las enormes implicaciones de una nueva sociedad configurada como sociedad de la información. Por eso su magisterio supuso abrir una ventana nueva a las implicaciones filosóficas, teológicas, morales, sociales, familiares y profesionales de la comunicación. El «nuevo areópago» significó para él la respuesta desde la misión de la Iglesia a un nuevo reto, el de una nueva cultura constreñida por los medios de comunicación. El giro consistió en que no tiene sentido seguir hablando del uso de los medios para evangelizar al margen de la evangelización de la cultura. No se trata de la utilización de unos recursos técnicos para difundir un mensaje, sino de afrontar la evangelización de un mundo y de una cultura con unos nuevos lenguajes. Situó por tanto este magisterio en su centro: en el del diálogo fe-cultura, y desde ahí, afrontar todos los desafíos pastorales que implica: desde la reflexión teórica sobre el proceso cultural de la comunicación social, hasta la implicación pastoral de los nuevos lenguajes y medios, pasando por la pastoral con todos los involucrados profesionalmente en el proceso comunicativo y con todos los hombres que forman parte también, como usuarios, de este proceso.

Hay dos frases en su último texto sobre la comunicación social, la carta apostólica «El rápido desarrollo», que lo dicen todo: por un lado, que «el fenómeno actual de las comunicaciones sociales impulsa a la Iglesia a una suerte de conversión pastoral y cultural para estar en grado de afrontar de manera adecuada el cambio de época que estamos viviendo». Y por otro, en consecuencia: «al tener precisamente en cuenta
la importancia de los medios de comunicación, hace ya quince años que juzgué insuficiente dejarlos a la iniciativa individual o de grupos pequeños y sugerí que se insertaran con claridad en la programación pastoral».        

–Usted sintetiza que Benedicto XVI indica además en los medios un nuevo areópago para la comunión. ¿En que sentido utiliza este término respecto a la actividad periodística y mediática?

–Manuel María Bru: Benedicto XVI está desarrollando el rico magisterio de Juan Pablo II y de los papas precedentes buscando nuevas implicaciones de sus fundamentos teológicos y nuevas aplicaciones prácticas a los nuevos desafíos que se presentan. La teología de la comunión, en todos sus aspectos, sobre todo en el de la teología fundamental y el de la eclesiología, impregnan hasta hoy todas sus referencias a este tema. Pero también ha tomado el relevo de Juan Pablo II de ofrecer nuevos conceptos con gran capacidad persuasiva para recordar las exigencias éticas del uso de los medios, tanto por parte de los emisores como de los receptores. Por eso, si el Papa Wojtyla hablaba de la video-dependencia o de la televisión como niñera electrónica, el Papa Ratzinguer habla de la info-ética, porque es tan necesaria en este mundo como la bio-ética.  

–En pleno Año Paulino, Benedicto XVI acaba de recordar la predicación del Apóstol de las gentes en Atenas, primero en el Ágora y luego en el Areópago, como un modelo sobre la forma de traducir el Evangelio en las culturas del lugar y del momento. Como sacerdote y periodista, ¿cómo sugiere usted la aplicación del paradigma paulino en nuestro complejo panorama mediático-tecnológico?

–Manuel María Bru: Creo que entre todas las características personales del Apóstol de la Gentes podíamos destacar, a este propósito, su valentía. No tanto, o no sólo, de esa valentía ante la persecución directa, sino de esa otra forma de valentía que es la del hombre libre, libre del «qué dirán», libre de los prejuicios, libre a la hora de exigir su carta de ciudadanía en el centro de la vida de su tiempo, libre de saberse, como cristiano, más moderno que nadie. Y así parece querer también reconocerse la Iglesia y los cristianos en este mundo de hoy, incluidos los circuitos de renovación y de propuesta cultural, tecnológica, y social. No para dejarse arrastrar por su encanto, sino para llevarles un alma, la única capaz de reconocer su verdad.

Una de las grandes intuiciones del magisterio de la Iglesia ha sido reconocer los  nuevos areópagos de nuestro tiempo, definidos por Juan Pablo II en su encíclica Redemtoris Missio, que en realidad están todos interrelacionados: la política, la ciencia, la cultura, la comunicación, en los que -como san Pablo- la Iglesia quiere estar presente. Se ha dicho siempre que si san Pablo viviese hoy hablaría por radio o televisión. Me parece adecuado, sobre todo porque es a lo que me dedico, y a la vez me parece alentador poder contar con su patrocinio. Pero creo que en el fondo es una consideración aún muy pobre. San Pablo hoy estaría no sólo en la radio, en la televisión o en Internet. Estaría allí donde acuden los medios, estaría en los grandes debates de la opinión pública, estaría en los grandes escenarios en los que el hombre de hoy se juega su presente y su futuro, estaría en los lugares y en los momentos en los que la humanidad sufre o innova, grita de rabia o grita de alegría, más allá de que allí estén los medios. Es más, él llevaría allí los medios, reconduciría su mirada y su misión. Es decir, evangelizaría esta cultura mediática porque no le faltaría pasión por la fe -y por el convencimiento de que es Cristo lo que necesita esta cultura- ni le faltaría pasión por este mundo, esa «polis» de la que el se sentía orgulloso como ciudadano.

Por Marta Lago

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ZENIT Staff

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