Papa: El hombre necesita recuperar la primacía de Dios en la sociedad

No hay verdadera libertad sin Dios, afirma Benedicto XVI

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ANCONA, domingo 11 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- La primacía de Dios en la vida cotidiana es necesaria para que el hombre encuentre la verdad sobre sí mismo, pues las ideologías que han querido organizar la sociedad prescindiendo de Dios no han podido saciar al hombre.

Este es el mensaje que el Papa Benedicto XVI lanzó hoy en la homilía con la que clausuró el 25º Congreso Eucarístico italiano, en los astilleros navales de la ciudad italiana de Ancona, a orillas del Adriático.

El Pontífice destacó la importancia de que Dios “vuelva a estar” en la sociedad humana.

“Lo que primero debemos recuperar en nuestro mundo y en nuestra vida es la primacía de Dios, porque esta primacía es la que nos permite volver a encontrar la verdad de lo que somos, y es en conocer y seguir la voluntad de Dios donde encontramos nuestro verdadero bien”.

En el mundo de hoy, “tras haber dejado aparte a Dios, o haberlo tolerado como una elección privada que no debe interferir con la vida pública, ciertas ideologías han intentado organizar la sociedad con la fuerza del poder y de la economía”.

Pero, prosiguió, “ la historia nos demuestra, dramáticamente, que el objetivo de asegurar a todos el desarrollo, el bienestar material y la paz prescindiendo de Dios y de su revelación se ha resuelto en un dar a los hombres piedras en lugar de pan”.

Esto sucede, afirmó, porque el hombre es “incapaz de darse la vida a sí mismo”, sino que “se comprende solo a partir de Dios: es la relación con él la que da consistencia a nuestra humanidad y la que hace buena y justa nuestra vida”.

Por otro lado, el Papa quiso afirmar que el hombre no puede ser “verdaderamente libre” sin Dios. “A menudo – afirmó – confundimos la libertad con la ausencia de vínculos, con la convicción de poder actuar solos, sin Dios, al que se ve como un límite a la libertad”.

Sin embargo, prosiguió, “esta es una ilusión que no tarda en volverse desilusión, generando inquietud y miedo”, pues “sólo en la apertura a Dios, en la acogida de su don, somos verdaderamente libres, libres de la esclavitud del pecado que desfigura el rostro del hombre, y capaces de servir al verdadero bien de los hermanos”.

Tiempo y espacio para Dios

El Papa subrayó a los presentes que es imprescindible “dar tiempo y espacio a Dios, para que sea el centro vital” de la existencia humana.

La “fuente para recuperar y reafirmar la primacía de Dios”, añadió, es la Eucaristía: “aquí Dios se hace tan cercano que se hace nuestro alimento, aquí Dios se hace fuerza en el camino a menudo difícil, aquí se hace presencia amiga que trasforma”.

“La comunión eucarística, queridos amigos, nos arranca de nuestro individualismo, nos comunica el espíritu del Cristo muerto y resucitado, nos conforma a Él; nos une íntimamente a los hermanos en ese misterio de comunión que es la Iglesia, donde el único Pan hace de muchos un solo cuerpo”.

La Eucaristía, subrayó el Papa, “sostiene y trasforma toda la vida cotidiana”, pues “en la comunión eucarística está contenido el ser amados y el amar a nuestra vez a los demás».

Desde ella “nace una nueva e intensa asunción de responsabilidades a todos los niveles de la vida comunitaria, nace por tanto un desarrollo social positivo, que tiene en el centro a la persona, especialmente cuando es pobre, enferma o desgraciada”.

El Papa invitó a participar de esta “espiritualidad eucarística”, que es “verdadero antídoto contra el individualismo y el egoísmo que a menudo caracterizan la vida cotidiana, lleva al descubrimiento de la centralidad de las relaciones, a partir de la familia”.

Esta espiritualidad, continuó, “es el alma de una comunidad eclesial que supera divisiones y contraposiciones y valora la diversidad de carismas y ministerios poniéndolos al servicio de la unidad de la Iglesia, de su vitalidad y de su misión”.

También, esta espiritualidad eucarística “es el camino para restituir dignidad a los días del hombre y por tanto a su trabajo en la búsqueda de su conciliación con los tiempos de la fiesta y de la familia y el compromiso de superar la incertidumbre de la precariedad y el problema del paro”.

Por último, “nos ayudará también a acercarnos a las distintas formas de fragilidad humana, conscientes de que éstas no ofuscan el valor de la persona, sino que requieren proximidad, acogida y ayuda”.

“Del Pan de la vida tomarán vigor una nueva capacidad educativa, atenta a dar testimonio de los valores fundamentales de la existencia, del saber, del patrimonio espiritual y cultural; su vitalidad nos hará habitar en la ciudad de los hombres con la disponibilidad de gastarnos en el horizonte del bien común para la construcción de una sociedad más justa y fraterna”, concluyó.

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ZENIT Staff

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