Papa llega a Lvov, bastión del martirio católico

El pontífice beatificará a víctimas de la persecución comunista y nazi

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LVOV, 24 junio 2001 (ZENIT.org).- Tras celebrar este lunes otra misa multitudinaria en Kiev, Juan Pablo II viajará en la tarde a Lvov, ciudad orgullosa de su fe greco-católica, que fue capaz de superar las terribles persecuciones de tiempos de Josif Stalin.

Para los católicos de esta ciudad, la llegada del Papa no es una simple visita pastoral, es el abrazo de dos enamorados que no han podido verse desde hace mucho tiempo. Privados de sus edificios de culto y obligados a celebrar la eucaristía en casas privadas, en ocasiones interrumpidos por la KGB, los greco-católicos han vivido en las catacumbas durante casi medio siglo, hasta que Mijaíl Gorbachov se encontró con Juan Pablo II en 1989.

El momento más emocionante de la visita del Papa a Ucrania será las ceremonias de beatificación de 28 mártires del comunismo y del nazismo. Son el símbolo del heroísmo de todos estos católicos, que, guiados por su arzobispo Josif Slipyi (pasó veinte años en los Gulags de Stalin), fueron asesinados o encarcelados por una sola razón: ser fieles a Roma.

Stalin les había suprimido oficialmente y obligado a pasar a la Iglesia ortodoxa.

Los esplendores de la cultura cristiana eslava que alberga han hecho que esta ciudad sea declarada patrimonio de la humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Ciencia, la Educación y la Cultura (Unesco).
Conquistada por numerosos imperios, Lvov es el cruce de antiguas culturas, pues fue polaca, austro-húngara, alemana, rusa y soviética, y llevó los nombres de Lwow, Lemberg y Lvov.

Desde que Ucrania se independizó en 1991, Lvov busca emerger de los sombríos años comunistas y recuperar su esplendor. Es quizá el símbolo más orgulloso del nacionalismo ucraniano. De hecho, en estas tierras sólo se habla ucraniano, el ruso casi no se conoce.

«Abandonados por el régimen soviético, algunos monumentos históricos se derrumbaron», explica el alcalde de la ciudad, Vasyl Kuibida.
«Pero hoy, pese a la crisis económica –agrega el alcalde de esta ciudad que se parece más a Cracovia que a Moscú–, hacemos todo lo posible para rehabilitar la ciudad y atraer a los turistas».

Ya en el siglo XIII el alemán, el armenio, el italiano y el hebreo eran idiomas que se escuchaban en las calles de esta ciudad heterogénea, construida en el cruce de varias vías comerciales que unen el Mar Báltico con el Mar Negro, y Europa con Asia.

Alrededor de la Plaza del Mercado, en la parte antigua de la ciudad, el palacio de un rico mercader del siglo XV bordea una capilla ortodoxa del siglo XVI edificada por un húngaro. No lejos de allí se alza la iglesia católica armenia, lugar de culto de una de las comunidades más antiguas de la ciudad.

El centro histórico, contruido en 1247 sobre una primera vivienda que se remontaba al siglo VI, reagrupa solamente en 120 hectáreas varias decenas de catedrales, de iglesias (sobre todo greco-católicas) y de sinagogas, así como cerca de los 2.000 monumentos declarados de interés artístico.

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ZENIT Staff

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