Pedro Poveda «está entre nosotros»

Habla Loreto Ballester, directora de la Institución Teresiana

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MADRID, 7 marzo 2003 (ZENIT.org).- Loreto Ballester es desde hace tres años la directora de la Institucion Teresiana, asociación internacional de fieles laicos fundada por Pedro Poveda, que será canonizado por Juan Pablo II el próximo 4 de mayo en Madrid, según confirmó oficialmente este viernes la Santa Sede.

Ballester es catedrática de Química en la Universidad Complutense y, aunque catalana de origen, ha pasado gran parte de su vida en Madrid. Ha recorrido sus calles y le impresiona que sea la capital de España el escenario de este reconocimiento eclesial.

–¿Cuánto tiempo vivió Pedro Poveda en Madrid?

–Loreto Ballester: Vivió los quince años más significativos de su vida probablemente. Las crónicas del Madrid de la primera mitad del siglo que acaba de terminar, nos dirían mucho de la vida del beato Pedro Poveda en esta ciudad. Son varios los lugares que habitó. Lugares significativos para las personas que, en otros veintinueve países, treinta con España, conocen y se inspiran en su vida.

Sin embargo, en sus 61 años de vida, solamente salió de España para peregrinar a Lourdes. Residía en Madrid en 1923, cuando la Institución Teresiana tenía que ser presentada al Papa Pío XI para solicitar su aprobación como una asociación para seglares, nueva en su tiempo. Pero no creyó que debía ser él, como fundador, quien viajara a Roma, y confió esta tarea a las jóvenes en quienes recaía la dirección de la Obra.

Desde el año 1921, Pedro Poveda vive en Madrid y desarrolla una gran actividad además de impulsar la Institución Teresiana. Vivió en una pensión de la Calle Carretas, en casa de su tío en la Carrera de San Jerónimo, en la Pensión Gayarre de la Plaza de Oriente, en la Calle Sacramento y finalmente en Alameda 7.

Su vida le fue arrebatada en las tapias del cementerio de la Almudena, después de entregarse libremente: «Soy sacerdote de Cristo», dijo en el momento de la detención. Era julio de 1936, tiempo de violencia, de riesgo de martirio, y él no aceptó salir de Madrid y dejar a su gente. Sus restos reposan en un arcón de madera, en una sencilla Capilla de la Casa de Espiritualidad «Santa María» de la Institución Teresiana, en Los Negrales, cerca de Madrid.

–¿Considera especialmente significativo que Pedro Poveda sea canonizado en Madrid?

–Loreto Ballester: Somos muchos los que seguimos hoy transitando por las calles de Madrid, de tantos ‘madrid’ como hay por el mundo. ¿Basta esto para dar sabor y alumbrar, para ser capaces de discrepar, ofrecer alternativas, y contribuir a que la historia avance en la dirección del Reino? Es cierto que esto no basta. No basta cualquier modo de transitar. Quizás nos sirva a este propósito una palabra breve e incisiva, al modo como se expresaba Pedro Poveda: «Creer bien y enmudecer no es posible».

Porque su vida fue así, porque creyó y no enmudeció, arriesgó, entregó la vida, abrió caminos a la vocación laical, y ofreció una espiritualidad para nuestro tiempo. Probablemente por ello, precisamente en estas calles de Madrid, será canonizado.

–¿Cómo ha vivido su llamada a ser evangelizadora en esta realidad?

–Loreto Ballester: Mis calles han sido durante años el aula y el laboratorio de investigación, los congresos científicos, la formación de educadores y los proyectos de cooperación. En esta «calle» del mundo científico, los desafíos no están tanto en posturas que miren la fe como impedimento concreto para el desarrollo de la ciencia, como lo fue en los tiempos en que vivió Poveda. Están en una fe llamada a aportar razones de sentido, a iluminar cuestiones éticas, a interpelar la responsabilidad en la investigación y en las aplicaciones tecnológicas.

Vivir mi vocación laical en esta realidad cultural es un camino de doble sentido: sazonar la ciencia con el sabor del Evangelio y llevar las interpelaciones y las aportaciones del mundo científico a la Iglesia en su reflexión teológica y pastoral. Es también una oportunidad de compartir las búsquedas de los jóvenes universitarios. Porque Poveda, que en 1914 creó en Madrid la primera residencia universitaria femenina de España, hoy Colegio Mayor Padre Poveda, creyó en los jóvenes: «Vosotros podéis cambiar el mundo, ni más ni menos», les decía.

–¿Qué presentó Josefa Segovia, la primera directora, en 1923 al Papa?

–Loreto Ballester: Presentaba al Santo Padre una realidad vivida, incipiente, a la vez que configurada, con aprobación civil y aprobación eclesial diocesana desde 1917. Sus raíces estaban en el trabajo del joven sacerdote Poveda iniciado en 1902, en el Barrio de las Cuevas de Guadix (Granada). Sus comienzos los sitúa él mismo en Oviedo en 1911 cuando su idea toma forma en acciones concretas.

–¿En qué otros escenarios vivió el nuevo santo?

–Loreto Ballester: Las calles de Guadix, 1902-1905, le vieron recorrer un camino muy poco frecuentado: el que conduce al Barrio de las Cuevas. Allí, junto a una población marginada, experimentó que la fuerza del Evangelio tiene que alcanzar y transformar la realidad humana; la fuerza de la educación como mediación de transformación social y supo que el compromiso de la fe conlleva dolor, anonadamiento por lo que tuvo que dejar su proyectos.

Covadonga le ofrece una nueva atalaya desde la que ver la realidad de España y de Europa. Sus caminos son también allí poco transitados, amasados en la doble experiencia de oración y estudio, de fe y cultura. Se integran en su vida la soledad de la montaña de Covadonga y la controversia ideológica, el debate y el estudio en torno a la Universidad de Oviedo.

Bajo la mirada de la Santina «se oró, se proyectó, se vio, por decirlo así, el desarrollo de la Obra», decía Poveda años más tarde. Allí planea acciones conjuntas de los profesionales católicos en el campo de la educación. Publica, elabora proyectos, como «Ensayo de Proyectos Pedagógicos» y en 1911 inicia acciones de formación de educadores cuyo campo principal de actuación va a ser la escuela pública, por medio de Academias y Centros Pedagógicos. Hay que «creer y hablar» con una sólida formación, con un estilo «plenamente humano porque henchido de Dios», como «amigos fuertes de Dios», a lo Teresa de Jesús, a quien da la titularidad.

–Es impresionante que, ya en 1906, tenga esta visión del laicado católico.

–Loreto Ballester: Pedro Poveda, desde su análisis de la sociedad, es consciente de la fuerza evangelizadora de los seglares. Proyecta con y para los seglares. Es Josefa Segovia, directora de la Institución Teresiana a los 32 años, quien presenta al Santo Padre la Institución Teresiana para pedir su aprobación.

La relevancia de la mujer en ese momento era otra. No había correo electrónico para orientar sus pasos y se trataba de algo nuevo. Ello suponía presentar una obra con una misión arriesgada, con diversidad de vocaciones específicas. Se solicitaba la forma jurídica más simple: la de una Pía Unión, al modo como se asociaban las gentes sencillas en pueblos y parroquias, porque era necesario para actuar en la sociedad con la flexibilidad que esta misión requería.
No era tan evidente que en etapas históricas todavía lejanas al Vaticano II esta «idea buena», en palabras de Poveda, fuera comprendida fácilmente en toda su profundidad. Así, como Pía Unión, fue aprobada en 1924.

–Sorprende también que haya sabido vislumbrar el papel de la mujer en la sociedad futura.

–Loreto Ballester: Fueron mujeres, entre las primeras con educación superior en España, maestras, inspectoras, profesoras de Escuelas Normales, mujeres activas en el compromiso social quienes comprendieron y dieron vida a esta Institución. Para Poveda una cosa bastaba: «Nuestra Obra es un organismo vivo alentado por un e
spíritu». También con los varones había iniciado Pedro Poveda acciones y proyectos, pero su incorporación como miembros ha llegado históricamente más tarde.

–Usted ha insistido mucho en la metáfora de las calles ¿por qué?

–Loreto Ballester: Hoy no contamos en Madrid con las casas donde vivió Pedro Poveda y el domicilio más significativo, Calle Alameda 7, quedó destruido. Probablemente tiene su simbolismo: el de un intenso vivir de 61 años siempre al encuentro de las necesidades de las gentes en las calles y plazas, en la intemperie de la historia.

Porque la vocación laical es vocación no de espacios cerrados, de caminos apoyados en certezas, sino al contrario, es vocación de sentir con, buscar con, es vocación de frontera, donde los límites no siempre están seguros. Es vocación, llamada y envío, a experimentar como propios los dolores y las esperanzas de nuestros contemporáneos, a caminar en las condiciones de las gentes, sometidos a las mismas tentaciones. Y así, poder decir, con la fuerza del Evangelio, una palabra decidida y humilde, nacida en la experiencia del Resucitado. Con la misión, recibida de la Iglesia, de abrir caminos para que la cultura se impregne del Evangelio, la dignidad de personas y pueblos sea reconocida, el nombre de Jesús se anuncie. Y la vida cambie. Esta es la santidad de la Iglesia vivida en los fieles laicos.

Como los primeros cristianos y las primeras comunidades cristianas en las que Poveda entronca la espiritualidad de la Institución Teresiana, se trata de anunciar la salvación en todos los espacios, porque todos lo son de presencia y acción del Dios encarnado, sin que se requieran lugares singulares. Con un modo de ser y de actuar, una fe viva y una calidad humana cuyo secreto está en «henchir de Dios a quienes han de vivir una vida auténticamente humana». También como sujeto social que anuncia, se compromete y une fuerzas con otros. Que siente la responsabilidad de enriquecer la experiencia y la reflexión eclesial.

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ZENIT Staff

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