Pistas para superar el debate entre católicos y teoría de la evolución

Propuestas por un artículo de «L’Osservatore Romano»

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CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 31 julio 2008 (ZENIT.org).- El diálogo entre la fe y la ciencia ha apasionado a creyentes y científicos. No obstante algunos ven una incompatibilidad entre la evolución y la creación.

Ahora bien, el error está en pasar de una teoría científica a una ideología materialista inconciliable con la visión cristiana, advierte Lorenzio Facchini, profesor de biología evolutiva de la universidad de Bologna en su artículo «El darwinismo desde diferentes puntos de vista», publicado el pasado 13 de julio en L´ Osservatore Romano.  

Visiones reductivas

El científico expone algunas posturas que presentan de manera reducida el proceso evolutivo.

La primera es una negación de la teoría evolutiva y no sólo del darwinismo como ideología. Está inspirada en el temor de que, admitiendo la evolución se pueda atacar la doctrina de la creación. No tiene en cuenta las observaciones de la ciencia ni admite la evolución a través de los procesos biológicos.

«Posiciones de este tipo ignoran no sólo el progreso de la búsqueda científica sino también la profundización de la teología. Se separan del Magisterio, no ayudan en el necesario diálogo entre la ciencia y la fe, entre la ciencia y la teología y más bien propician un choque», asegura el científico.

También existe la teoría del «diseño sin diseñador», propuesta, entre otros, por el genetista creyente Francisco Ayala. En esta línea se expresó también Francis Collins (2007) diciendo que Dios no tiene la necesidad de intervenir en la evolución.

Al respecto Facchini cita al cardenal Avery Dulles, gran teólogo estadounidense, quien asegura que tanto el evolucionismo teístico como el darwinismo clásico «admiten que la aparición de los seres vivos, entre ellos el hombre, pueda a nivel empírico ser explicada con mutaciones casuales y la supervivencia del más adaptado».

Expone también la teoría de Teilhard de Chardin, quien afirma que «la evolución es un moverse hacia una tensión que culmina en la conciencia reflejada del hombre tiende a un superorganismo identificable en el punto omega que a su vez coincide con el Cristo, recapitulador de toda la realidad según San Pablo» y la refuta diciendo que «ésta tiene las características de una gran síntesis en la que la historia de la vida culmina en el hombre, pero no se agota en la humanización ni da un sentido nuevo a la historia»

Expone también la teoría del Intelligent design (Id) la cual afirma que a través de mutaciones casuales pueden formarse estructuras complejas con una causa superior externa. Pero, dice Facchini, «configura su acción, (la de Dios) como suplente de los factores naturales que todavía no conocemos y a la hora de conocerlos Dios aparecería como un tapa-agujeros de nuestra ignorancia».

El autor pregunta: «¿Cuál es la semejanza entre el Dios de la creación y un diseñador cósmico extraño a los últimos interrogantes del hombre?». 

Camino a la síntesis

Facchini asegura que el modelo darwiniano de la evolución puede ser aceptado, desde el punto de vista científico, como punto de partida de la explicación de los mecanismos evolutivos, pero debe evolucionar hacia una nueva síntesis que muestre el proyecto de Dios creador en la fuerza potencializada de la materia viviente.

Por eso, dice que la teoría teilhardiana permanece abierta a explicar en forma satisfactoria la modalidad con la que se desarrolla la evolución. Su propuesta es comprender el nexo entre la causa eficiente y la causa final, (teleonomía o teología).

Cita al cardenal Christoph Schönborn, arzobispo de Viena, quien asegura que la cuestión decisiva no está sobre el plano de las ciencias naturales ni de la teología sino sobre el plano de la filosofía de la naturaleza.

Y concluye diciendo: «Se debe continuar a explorar la naturaleza en sus diversas expresiones para alinear el lenguaje y el mensaje que contiene, especialmente para lo que le competa al hombre. Quizás en este campo no tendremos nunca una última palabra que desvele plenamente los secretos de la naturaleza y las intenciones de Dios expresadas en la creación pero permanece abierta a la conquista de la mente humana».

Por Carmen Elena Villa Betancourt 

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ZENIT Staff

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