¿Por qué mantuvo en secreto el Papa a los cardenales «in pectore»?

La clave: Las delicadas relaciones con la Iglesia ortodoxa

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CIUDAD DEL VATICANO, 30 enero 2001 (ZENIT.org).- Después del anuncio, el domingo pasado, del nombre de los dos cardenales «in pectore» mantenidos en secreto por Juan Pablo II desde 1998, surgen dos preguntas: ¿Por qué no quiso revelar su nombre hace tres años? Y, ¿por qué lo ha revelado ahora?

La respuesta a las dos preguntas parece girar en torno al anuncio realizado también el pasado domingo de la elevación al cardenalato de Lubomyr Husar, arzobispo mayor de los greco-católicos ucranianos de Lvov.

Los cardenales que el Papa mantenía en su corazón (este es el significado de «in pectore») son Mariam Joworski, de 74 años, quien es también arzobispo de Lvov, pero de los católicos de rito latino, y Janis Pujats, de 70 años, arzobispo de Riga en Letonia.

Se trata de dos hombres de frontera, que han defendido la fe en países ex soviéticos que hoy están llamados a superar los actuales problemas de relación que han surgido en la Iglesia ortodoxa.

Hace tres años, el Papa decidió mantener su nombre en secreto, algo que sólo había sucedido recientemente en el caso de obispos que vivían bajo la opresión de la dictadura comunista, ya sea en Europa del Este (como fue el caso del checoslovaco Frantisek Tomásek creado cardenal en 1976 y revelado al año siguiente por Pablo VI), ya sea en China (como le sucedió al cardenal Ignatius Kung Pin-Mei, creado cardenal in pectore en 1979 por Juan Pablo II y publicado en 1991). Pero éste no era el caso de Ucrania y Letonia, repúblicas independientes desde hace diez años.

Según explica Luigi Geninazzi, uno de los expertos más cualificados sobre la vida de la Iglesia católica en Europa del Este en las páginas del diario de los católicos italianos Avvenire, la decisión del Papa de no publicar el nombre de los dos cardenales buscaba agudizar las tensiones con los ortodoxos de esas tierras, surgidas tras la caída de la Unión Soviética.

En Ucrania los ortodoxos ven con recelo el renacimiento de la Iglesia católica, especialmente en el caso de las comunidades de greco-católicos, a los que consideran una especie de espina en el costado, explica Geninazzi.

«En Letonia la situación es aún más complicada a causa de las diatribas internas de la Iglesia ortodoxa que han estado a punto de originar un auténtico cisma del patriarcado de Moscú», explica este experto de la vida de las comunidades cristianas en Europa del Este.

«Elevar a la púrpura cardenalicia a obispos de esta turbulenta frontera habría agudizado las diferencias o incluso las hostilidades con los «hermanos separados»», añade.

En los últimos tres años la situación no ha cambiado, «pero ha cambiado le parecer de Juan Pablo II», sigue escribiendo Geninazzi en Avvenire. Como ha dicho el portavoz de la Santa Sede, Joaquín Navarro-Valls, estos nombramientos «giran en torno al nombramiento de Husar». Quemando etapas, acaba de ser elegido arzobispo mayor de los greco-católicos, Juan Pablo II le ha incluido en la lista de nuevos cardenales, en un homenaje a las comunidades de fieles que han sufrido persecuciones y que en junio recibirán su visita.

Por este motivo, una vez nombrado cardenal al líder greco-católico de Ucrania, principal blanco de las críticas del Patriarcado de Moscú, con quien comparte la misma liturgia y tradiciones pero del que diverge a causa de su obediencia al Papa, era lógico hacer público también el nombramiento del arzobispo ucraniano de los católicos de rito latino y el del arzobispo de la capital de Letonia.

El futuro cardenal ucraniano, Jaworski, es un viejo amigo del Papa. Colaboraba con él en Cracovia y de hecho perdió una mano en un accidente de tren mientras se dirigía a una localidad para sustituir a Karol Wojtyla.

Por su parte, el letonio Pujats, es el heredero del cardenal Julijans Vaivods (1895-1990), intrépido arzobispo de Riga que fue capaz de plantar cara a los funcionarios comunistas.

De este modo, como explicó el domingo pasado, Juan Pablo II pretende «honrar a las respectivas Iglesias que especialmente en el curso del siglo XX han sido duramente probadas y han ofrecido al mundo el ejemplo de muchos cristianos que han tenido que testimoniar su fe entre sufrimientos de todo tipo, culminados a veces en el sacrificio de la vida».

El Papa, que proviene del Este, recuerda así el significado más profundo de la birreta cardenalicia, la disponibilidad de servir a la Iglesia hasta el derramamiento de la sangre, comenta Luigi Geninazzi. Un llamamiento que no sólo se refiere al pasado, sino también al futuro de los católicos en esas tierras «para que sepan aunar la valentía del testimonio con el trabajo por el diálogo paciente» con la Iglesia ortodoxa.

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ZENIT Staff

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