¿Por qué se opone la Iglesia a la píldora del día después?

Responde el obispo presidente de la Comisión episcopal mexicana para la familia

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CIUDAD DE MÉXICO, lunes, 18 julio 2005 (ZENIT.orgEl Observador).- La píldora del día después puede tener efectos abortivos, reconoce en esta entrevista monseñor Rodrigo Aguilar Martínez, obispo de Matehuala y presidente de la Comisión episcopal de Pastoral Familiar sobre la píldora del día siguiente.

–¿Por qué se empeña la Iglesia Católica en detener la ciencia condenando la píldora del día siguiente, si ya está comprobado que no es abortiva?

–Monseñor Aguilar Martínez: La Iglesia Católica no está en contra de la ciencia y su avance en beneficio del ser humano; al contrario: se alegra, felicita y promueve dicho avance, pero siempre en claro y auténtico beneficio para todos, respetando la dignidad de todo ser humano; no se puede promover el avance de la ciencia a favor de unos, pero a costa de dañar a otros.

En el caso de la píldora del día siguiente, está comprobado que puede tener tres efectos.

Primero: impedir o retrasar la ovulación

Segundo: Aunque haya habido la ovulación, impedir que se dé la fecundación del óvulo por el espermatozoide.

Tercero: Aunque haya habido la fecundación, impedir que el óvulo fecundado se anide o implante en el útero. Este efecto anti-implantatorio del óvulo fecundado está fundamentado no sólo por el fabricante de la píldora, sino también por extensa bibliografía médica.

En el tercer caso mencionado, estamos hablando de un efecto abortivo, pues, según nos dice la genética, la vida humana inicia desde el momento de la fecundación del óvulo por el espermatozoide. El óvulo fecundado tiene ya su mapa genómico propio e individual, diferente al mapa genómico del papá o la mamá. Si se impide que este óvulo fecundado se pueda anidar o implantar en el útero, estamos hablando de un aborto, o sea de un asesinato, y del ser humano más indefenso.

Los que promueven la píldora del día siguiente manipulan el lenguaje científico: hablan de concepción hasta que se implanta el óvulo en el útero. Mientras no se implanta el óvulo fecundado, lo llaman pre-embrión; ya implantado, lo llaman embrión. Siguiendo a muchos científicos, no estoy de acuerdo en esa distinción entre pre-embrión y embrión; sin embargo, aunque se aceptara, no hay saltos cualitativos. Reitero lo que ya decía antes: el óvulo fecundado, ya desde antes de que se implante en el útero, tiene su mapa genómico. La implantación es sólo un momento en el proceso de la existencia de un ser humano que ya se ha iniciado desde antes.

–¿No es mejor usar la píldora que tener un embarazo no deseado?

–Monseñor Aguilar Martínez: Usar la píldora del día siguiente trae consigo una declaración implícita: que ha fallado el programa de anticonceptivos normales. De hecho la píldora del día siguiente equivale a una dosis de 25 píldoras anticonceptivas normales juntas. Imagínese usted la bomba hormonal que esto implica para la mujer, con todos los efectos agresivos y riesgos: Altera el proceso de ovulación, pudiendo provocar esterilidad para toda la vida. Puede causar severos daños a la salud: sangrados, dolores de cabeza y náuseas. Su uso frecuente puede provocar: daños en el hígado, tapar las arterias y provocar infarto, embolias en el cerebro o en el pulmón, y hemorragias cerebrales, complicar las alteraciones provocadas por el tabaquismo, aumentar los riesgos del colesterol elevado pudiendo producir daños en el páncreas, puede producir ceguera por trombosis de la arteria de la retina, empeorar la diabetes. Aumentar el riesgo de desarrollar cáncer del cuello de la matriz y de mama además de depresión.

No exagero al mencionar estos posibles efectos, sólo estoy leyendo la literatura médica al respecto.

Pero vuelvo a la pregunta: la solución no es encontrar la píldora o el método que evite al cien por ciento el embarazo, o sea el ser no deseado. La carrera de la píldora anticonceptiva normal y ahora la de emergencia, lo que ha provocado es la promiscuidad, una sexualidad en que lo primordial, y a veces lo único, sea buscar el placer. En este afán hedonista, el hijo se convierte en un intruso, un tumor que hay que desechar.
La solución es más bien reorientar el auténtico sentido de la sexualidad, que es expresión del ser humano en su totalidad. El acto sexual no es sólo para el placer; sino que el placer debe acompañar intenciones más nobles, como la unidad y la comunión del hombre y la mujer, así como la transmisión de la vida.

–¿No cree usted que la Iglesia hace un mal a la sociedad, impidiendo métodos de control natal, viendo la sobrepoblación que existe y la pobreza de nuestra gente?

–Monseñor Aguilar Martínez: No es cierto que tengamos sobrepoblación en nuestro país. Nuestro problema es de distribución geográfica de la población y de distribución de la riqueza. Ya estamos advertidos: en pocos años podemos llegar al invierno demográfico que ya está experimentando Europa. La Iglesia no pretende que los matrimonios se llenen de hijos, sino que los tengan de manera responsable y como un regalo de Dios.

–¿Qué decir a matrimonios que viven en circunstancias difíciles?

–Monseñor Aguilar Martínez: El acto sexual no es un fin último, sino un medio que, acompañado de placer, ayuda a crecer en la unidad del matrimonio, ayuda a gozar ese vivir juntos, pero en sentido de trascendencia: somos cuerpos y espíritu. Ese amor que nutre al matrimonio, está llamado a ser fecundo, abierto a otra u otras vidas humanas, en sentido de paternidad responsable, como ya decía.

–Los jóvenes y los adolescentes empiezan su vida sexual a corta edad, hoy, ¿es sostenible con estos índices prohibir la píldora?, ¿No sería negar una realidad patente?

–Monseñor Aguilar Martínez: Que los adolescentes tengan vida sexual, por mucho que se haya extendido esto, no es un mal que se tenga que tolerar; sigue siendo un mal. El verdadero mal no es el embarazo, lo repito, sino la liberalización de los actos sexuales fuera de su marco natural que es el matrimonio. Nuestro reto es educar a los niños, a los adolescentes y jóvenes a vivir su sexualidad de una manera responsable y plena, en que se respeta y promueve la dignidad de cada uno y de los demás, en que se crece en la unidad, en que se asumen los compromisos contraídos de una nueva vida humana.

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ZENIT Staff

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