¿Por qué sigue viajando Juan Pablo II?

Responde el maestro de Ceremonias pontificias, monseñor Marini

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CIUDAD DEL VATICANO, 5 junio 2003 (ZENIT.orgAvvenire).- La imagen de Juan Pablo II celebrando la eucaristía en plazas y explanadas de los cuatro rincones del planeta se ha convertido en una de las más características de su pontificado.

Mañana lo hará de nuevo al proclamar beata a María de Jesús Crucificado Petkovic en la plaza del puerto de Dubrovnik, uno de los momentos más importantes de su visita a Croacia, viaje internacional número cien de su pontificado.

El obispo Piero Marini, maestro de las Ceremonias pontificias desde hace 15 años, que lo ha seguido como su sombra durante estos viajes, explica el significado de estas celebraciones.

–¿Por qué viaja tanto este Papa?

–Monseñor Marini: El Papa va a confirmar a los hermanos en la fe, anunciando la Palabra y celebrando los sacramentos. Lo dice en la última encíclica: la Eucaristía edifica la comunidad. Cuando es presidida por el obispo de Roma, se hace visible la universalidad de la Iglesia. En la celebración eucarística, el Papa ejerce de la manera más plena su ministerio. Por tanto, la misa es el corazón de todo viaje: de lo contrario, prevalecería su aspecto civil. Sólo así se comprende su deseo de viajar incluso a las islas más perdidas.

–¿Qué es lo que recuerda del primer viaje en el que usted participó?

–Monseñor Marini: Era abril de 1987 y fue un bautismo de fuego: estábamos en Chile, en el Parque O’Higgins. Debía ser la misa de la reconciliación y se transformó en la misa de la guerrilla. Desde el inicio de la Liturgia de la Palabra, dieron fuego a los toldos. Después echaron por tierra la tribuna de los periodistas. Llegó la policía con los carros armados. El Papa veía cómo pasaban las camillas con los heridos sangrando. En ocasiones, al altar llegaban ráfagas de los gases lacrimógenos. Fue una misa realmente difícil. Al final pronunció aquellas famosas palabras: «El amor es más fuerte».

–Uno de los aspectos de estas misas en los viajes internacionales es el del encuentro con las culturas.

–Monseñor Marini: Muestran bien lo que ha sido la reforma del Concilio Vaticano II. Hemos pasado de una liturgia propia de la Iglesia de Roma a una liturgia abierta al mundo: en la celebración han entrado los idiomas, las culturas locales, manteniendo una estructura igual para toda la Iglesia católica. Esta liturgia ha permitido al Papa celebrar en todos los países: la universalidad de la presencia del sucesor de Pedro ha podido expresarse en celebraciones encarnadas en las diferentes Iglesias locales. Este encuentro es más fácil de lo que parece. Se requiere realmente muy poco: los cantos, los instrumentos musicales, los movimientos corporales en ocasiones son suficientes. Recuerdo el viaje a Camerún, cuando una mujer llevó en sus espaldas el Evangeliario, según su tradición. O la misa en Gulu, donde un hombre llevaba a horcajadas a un joven que mostraba a todos el Evangelio. Son elementos que hablan directamente a la cultura de la gente, sin alterar el rito. Tengo que decir también que se ha recorrido un camino de maduración: en el último viaje a México me impresionó lo bien que los elementos de la cultura indígena se habían integrado en la celebración.

–¿Cómo se realiza la preparación de estas misas?

–Monseñor Marini: Es un momento importante, pues se da el riesgo de caer en el folklore. Invitamos a la Conferencia Episcopal a nombrar a un sacerdote responsable. Juntos evaluamos qué es lo aceptable y lo no aceptable. En Indonesia, por ejemplo, querían hacer la aspersión con agua de coco, que para ellos es símbolo de la vida. «Pero, ¿con qué bautizáis a los niños?», pregunté. Una aspersión no tiene sentido fuera de la memoria del bautismo. Es importante que estos elementos no oculten los signos de la liturgia: si hay procesión del Evangelio, se tiene que ver el Evangelio. Los ritos de Oriente con las flores son preciosos, pero tienen que dejar que emerja la Palabra de Dios, pues sobre ella se fundamenta nuestra fe.

–¿Cómo se escogen los lugares de las celebraciones?

–Monseñor Marini: No es fácil: las muchedumbres exigen espacios abiertos. La peor solución (pero a veces es la única alternativa) son los aeropuertos: en ellos es difícil crear una comunidad, la mirada se pierde en el horizonte. En los estadios es mejor: se da la posibilidad de que la gente esté cerca. Lo ideal, sin embargo, es una plaza, dentro de la ciudad. La gente se siente en su casa. Puede decir: el Papa ha venido aquí y ha celebrado con nosotros.

–El Papa ha celebrado misa también en lugares marcados por las heridas de la historia.

–Monseñor Marini: Recuerdo una celebración en África, llena de mutilados de guerra. El Papa es un elemento de esperanza también allí donde no hay esperanza. Basta pensar en cómo lo esperaban en Irak. En Sarajevo atravesamos una ciudad llena de destrucción. Durante la misa hacía un frío terrible y el Papa padeció grandes dificultades. Al final, hablando con él, le dije: «Qué pena que este frío le haya hecho sufrir algo». Él me respondió: «No ha sido nada, comparado a lo que ha sufrido esta pobre gente».

–Todos somos testigos del cansancio que suponen estos viajes. ¿Qué es lo que lleva al Papa a no detenerse?

–Monseñor Marini: Le cuesta el transporte, el clima, el cambio de huso horario. La gente se da cuenta y quizá por este motivo participa aún más. Él continúa porque siente que en esto consiste su ministerio: ha tomado en serio el mandato de confirmar en la fe a los hermanos, especialmente a través de estos viajes. Hoy se ve con más claridad. Se han simplificado muchas cosas: el ceremonial en los aeropuertos, los discursos. Pero las celebraciones eucarísticas se mantienen inalteradas: con la Eucaristía se edifica la Iglesia.

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ZENIT Staff

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