Pornografía, libertad de expresión y niños

Un tribunal rechaza medidas para limitar el acceso a Internet

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WASHINGTON, 10 de julio de 2004 (ZENIT.org).- Los esfuerzos para proteger a los niños de la pornografía en internet han recibido un revés con la decisión del 29 de junio del Tribunal Supremo. En una votación de 5 a 4, el tribunal mantuvo la decisión de un tribunal federal de distrito, que impedía la entrada en vigor de la Ley de Protección Online de los Niños, informó al día siguiente el New York Times. Los jueces estuvieron de acuerdo con el tribunal de instancia inferior en que la ley probablemente viole la garantía constitucional de la libertad de expresión.

La ley impone fuertes penas financieras a los lugares de internet que permitan que alguien con menos de 17 años obtenga acceso a pornografía. La ley tiene fecha de hace seis años, pero se ha impedido que tenga efecto por una serie de casos de tribunales. Quienes se oponen defienden, entre otras cosas, que los filtros, y no las penas criminales, son una forma mejor de resolver el problema del acceso de los menores a la pornografía.

De hecho, es la tercera vez que el tribunal supremo considera esta ley, y la última decisión no ha puesto punto final al asunto. La decisión por mayoría envió el caso de vuelta a los tribunales inferiores para una consideración ulterior sobre los méritos de la ley.

En un comentario publicado el mismo día, el presidente del Family Research Council, Tony Perkins, criticaba la decisión diciendo: «Esta ley no impide las decisiones de los adultos que busquen ver material pornográfico. Sólo reconoce algo de mero sentido común: deberíamos centrarnos en hacer difícil que los niños accedan al porno en vez de hacerlo más fácil».

En su argumentación ante el Tribunal Supremo defendiendo la ley, Family Research Council sostenía que el gobierno tiene un interés legítimo en mantener una sociedad decente y proteger a los niños de la pornografía restringida. «Permitir el impacto comercial de la obscenidad en nuestros hijos carece de cualquier valor digno de protección», afirmaba la organización en una declaración.

Comercializar sexo y violencia
La disputa sobre internet y pornografía forma parte de una preocupación más amplia sobre los efectos negativos de un medio de masas, que expone a los niños y adolescentes a fuertes dosis de contenidos más explícitos que nunca. La toxicidad de la cultura popular ha sido examinada en el libro «Kid Stuff: Marketing Sex and Violence to America’s Children», editado por Diane Ravitch y Joseph Viteritti, profesores, respectivamente, de educación y política pública en la Universidad de Nueva York.

En su introducción, los editores observaban que mucho de lo que está disponible para los niños a través de los medios de masas es beneficioso y que la televisión e internet ofrecen acceso a una gran cantidad de información educativa. Sin embargo, los niños y adolescentes también están «expuestos a valores que minan su buen carácter».

La influencia de los medios sobre los jóvenes ha aumentado también debido a la disminución de la influencia de instituciones como las iglesias y escuelas a la hora de guiar su comportamiento y formar a los jóvenes. Asimismo, muchos padres han abdicado de su responsabilidad sobre lo que sus hijos reciben a través de los medios. «Cuando los adultos muestran renuencia a fijar normas sobre la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto, los más jóvenes captan el mensaje de que no hay diferencia», observan Ravitch y Viteritti.

Exposición a los medios
En su capítulo sobre los problemas de la enseñanza en un mundo dominado por la cultura popular, Todd Gitlin, profesor de periodismo y sociología en la Universidad de Columbia, observa que los medios juegan un papel importante al influir en los estados emotivos y en las aspiraciones de los más jóvenes. E incluso aunque los adolescentes no siempre presten total atención a lo que están viendo y oyendo, están expuestos a los medios durante gran parte del tiempo, observaba Gitlin.

Una encuesta citada por Gitlin calcula que la exposición media de un niño es de 6 horas y media al día. Esto varía según la edad, con un pico de ocho horas en el periodo de edad de los 8 a los 13 años. No es de sorprender que el 65% de los que tienen de 8 a 18 años tengan televisión en su habitación, 86% radio, 75% CD, y 45% una consola de vídeo juegos. Y el 42% de los niños entre 2 y 18 años viven en hogares donde la televisión está encendida a todas horas.

Gitlin comenta que sobre la cuestión de la violencia resulta difícil probar una relación causal directa entre el contenido de los medios y las acciones violentas de la vida real. La violencia vista en los medios, sin embargo, forma parte de las experiencias cognitivas y emocionales de los adolescentes. «Puede o no enseñar la lección de que lo que cuenta es la fuerza o que la vida humana es consumible, pero incluso si no puede, está enseñando que la violencia es un recurso rutinario».

El capítulo de Stacy Smith y Ed Donnerstein también contempla la cuestión de la culpa que puede atribuirse a los medios. Los dos profesores, de la Universidad estatal de Michigan y de la Universidad de Arizona, respectivamente, admiten que los medios son sólo un factor en la socialización de los jóvenes. Observan, sin embargo, elementos disturbadores en el contenido que ofrecen.

Citan un extenso estudio que muestra la forma en que se presenta la violencia. A menudo está rodeada de glamour, y raramente se presentan las consecuencias negativas de la violencia. La violencia es también rutinariamente «obviada y trivializada», con más de la mitad de las interacciones violentas de la televisión que no muestran dolor alguno por el individuo. También citan numerosos estudios que demuestran la presencia cada vez más en aumento del sexo, las drogas y el abuso de alcohol en los medios, normalmente sin ninguna consideración sobre sus consecuencias negativas.

Smith y Donnerstein tienen menos dudas que Gitlin a la hora de atribuir un nexo entre los medios y el comportamiento adolescente, citando algunos estudios que establecen una clara relación entre la cantidad de programas televisivos violentos vistos y el comportamiento agresivo. «En conjunto, más de cuarenta años de investigación de las ciencias sociales revelan que la exposición a la violencia de los medios puede contribuir a aprender la agresión, la no sensibilización y el miedo», escriben.

Cultura de la obscenidad
Smith y Donnerstein citan estudios que muestran que más del 44% de los adolescentes han visitado lugares de internet de adultos. Además, los motores de búsqueda hacen fácil el acceder a materiales que antes eran difíciles de obtener. Con internet, obtener contenido sexual «es más fácil, más rápido, más anónimo, y es posible traer a la pantalla de tu ordenador cualquier cosa que quieras», comentan.

Elisabeth Lasch-Quinn, profesora de historia en la Universidad de Syracuse, trata la creciente vulgaridad de los medios. La pornografía sexual es penetrante, observa, e incluso la cultura popular sufre de «una forma de fundamental grosería, vulgaridad, indecencia, perversidad y vacuidad».

También se opone al modo barato de sexualidad que suele presentarse en los medios. Las imágenes sexuales están en todas partes, y se caracterizan por ser crasas, uniformes, triviales y privadas a menudo de cualquier elemento romántico.

Lasch-Quinn llama la atención sobre cómo suele presentarse de modo irreal a las mujeres y chicas en los medios. Las imágenes y el comportamiento exaltado han jugado su papel al promover tendencias como la delgadez extrema que conduce a desórdenes alimentarios, perforación del cuerpo y tatuajes, y cirugía plástica.

Peter Christenson, profesor de comunicación en el Lewis and Clark College de Oregón, echa una ojeada a la música popular en la vida de la juventud. Estilos tales como el rap y el heavy metal, observa,
han recibido duras críticas por degradar a las mujeres y glorificar la violencia, las drogas y el racismo.

En cuanto al contenido sexual, Christenson observa que el mensaje, o las imágenes en el caso de los vídeos musicales, no sólo son provocativas, sino que suelen caracterizarse por elementos de satisfacción y explotación.

Criar a los hijos, observa Ravitch y Viteritti en la introducción del libro, «implica un compromiso consciente por la elevar la mente, el cuerpo y el espíritu, no por su degradación». Los padres deberían cultivar el aprecio por la buena literatura, la música, el cine y el arte, recomiendan. A pesar de las leyes, es el momento en que los padres se tomen su responsabilidad de modo más serio.

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ZENIT Staff

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