Predicador del Papa: La Eucaristía, permanente «no» de Dios a la violencia

Tercera predicación de Cuaresma a la Casa Pontificia

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CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 11 marzo 2005 (ZENIT.org).- Gracias a la Eucaristía, «el “no” absoluto de Dios a la violencia, pronunciado en la Cruz, se mantiene vivo en los siglos», recordó en la mañana de este viernes el predicador de la Casa Pontificia.

Y es que con su sacrificio, «Cristo venció la violencia: no oponiendo a ella una violencia mayor, sino sufriéndola y poniendo al desnudo toda la injusticia y la inutilidad», constató al ofrecer su tercera meditación de Cuaresma a la Curia Romana, una reflexión a la que se vio obligado a faltar Juan Pablo II, quien recupera la salud en el Policlínico Gemelli.

En la Capilla «Redemptoris Mater» del Palacio Apostólico del Vaticano, en su meditación –otra de las que cada año, durante cuatro viernes de Cuaresma, ayudan al Papa y a sus colaboradores a prepararse para la Pascua– el padre Raniero Cantalamessa OFMcap prosiguió la reflexión del himno eucarístico «Adoro te devote» que propuso en Adviento (Cf. Zenit 3, 10 y 17 de diciembre de 2004) y que ha reanudado estos últimos viernes (Cf. Zenit, 25 febrero y 4 marzo 2005 2005).

En la época en que se compuso el «Adoro te devote» «muchos factores acabaron por hacer tácitamente de la Eucaristía el sacramento del Cuerpo de Cristo y mucho menos de su sangre», explica a Zenit el padre Cantalamesa haciendo una síntesis de su predicación.

Pero un símbolo, el pelícano, introduce el tema de la Sangre de Cristo en la sexta estrofa del himno eucarístico: «Señor Jesús, Pelícano bueno, / Límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre, / De la que una sola gota puede liberar / De todos los crímenes al mundo entero».

Y es que «era creencia común en la antigüedad y en la Edad Media que el pelícano se abriera, con el pico, una herida en el pecho para alimentar, con su propia sangre, a sus pequeños hambrientos o incluso para despertarles a la vida si estaban muertos», aclara.

Apunta el religioso que «el contenido teológico de esta estrofa es un solemne acto de fe en el valor universal de la sangre de Cristo, de la que una sola gota basta para salvar al mundo entero», pero la «dificultad más actual que plantea» el himno «se refiere al medio elegido para realizar esta salvación universal».

«¿Por qué precisamente la sangre? ¿Hay que pensar tal vez que el sacrificio de Cristo –y por lo tanto, la Eucaristía, que lo renueva sacramentalmente— no hace sino confirmar la afirmación según la cual “la violencia es el corazón y el alma secreta de lo sagrado”?», plantea.

Pero «nosotros tenemos hoy la posibilidad de arrojar una luz nueva y liberadora sobre la Eucaristía, precisamente siguiendo el camino que llevó a René Girard de la afirmación de que la violencia es intrínseca a lo sagrado, a la convicción de que el misterio pascual de Cristo ha desenmascarado y roto para siempre la alianza entre lo sagrado y violencia», asegura.

«Con su doctrina y su vida, Jesús, según este pensador, desenmascara y despedaza el mecanismo del chivo expiatorio que sacraliza la violencia, haciéndose él inocente, la víctima de toda violencia», recuerda el padre Cantalamessa.

En este sentido es «emblemático el hecho de que sobre su muerte se aliaron “Herodes y Poncio Pilato con las naciones y los pueblos de Israel” (Hch 4,27); los enemigos de antes se hicieron amigos, exactamente como en cada crisis de chivo expiatorio», constata.

«Cristo venció la violencia –expresa–: no oponiendo a ella una violencia mayor, sino sufriéndola y poniendo al descubierto la injusticia y la inutilidad. Inauguró un nuevo género de victoria que San Agustín condensó en tres palabras: “Victor quia victima”: vencedor porque es víctima».

Y «resucitándolo de la muerte, el Padre declaró, de una vez por todas, de qué parte está la verdad y la justicia y de qué parte el error y la mentira», puntualiza el predicador del Papa.

Incide en que «la novedad del sacrificio de Cristo se pone de relevancia desde distintos puntos de vista en la Carta a los Hebreos: Cristo no tiene necesidad de ofrecer víctimas primero por sus propios pecados, como cada sacerdote (7,27); no tiene necesidad de repetir más veces el sacrifico, sino que “que se ha manifestado ahora una sola vez, en la plenitud de los tiempos, para la destrucción del pecado mediante el sacrificio de sí mismo” (9,26)».

Refiriéndose a los textos sobre el sacrificio de Cristo y la redención, para el predicador de la Casa Pontificia «los sucesos y las experiencias del siglo XX, nunca antes vividos en estas proporciones por la humanidad, plantearon a la Escritura interrogantes nuevos, y la Escritura, como siempre, se reveló capaz de respuestas a la medida de los interrogantes».

«También la abolición de la pena de muerte recibe una luz nueva del análisis sobre la violencia y lo sagrado. Algo del mecanismo del chivo expiatorio está en marcha en toda ejecución capital, incluso en las avaladas por la ley», alerta.

«“Uno murió por todos” (2Co 5, 14): el creyente tiene un motivo más, eucarístico, para oponerse a la pena de muerte. ¿Cómo pueden los cristianos, en ciertos países, aprobar y alegrarse de la noticia de que un criminal haya sido condenado a muerte, cuando leemos en la Biblia: “Acaso me complazco yo en la muerte del malvado –oráculo del Señor Yahveh– y no más bien en que se convierta de su conducta y viva”? (Ez 18,23)», interroga el padre Cantalamessa.

En su opinión, «el debate moderno sobre la violencia y lo sagrado nos ayuda así a acoger una dimensión nueva de la Eucaristía», gracias a la cual «el “no” absoluto de Dios a la violencia, pronunciado sobre la cruz, se mantiene vivo en los siglos. ¡La Eucaristía es el sacramento de la no-violencia!».

Al mismo tiempo –añade–, la Eucaristía «aparece, positivamente, como el “sí” de Dios a las víctimas inocentes, el lugar donde cada día la sangre derramada sobre la tierra se une a la de Cristo que grita a Dios “con voz más poderosa que la de Abel” (Hb 12,24)».

«De aquí se entiende también qué se quita a la Misa (¡y al mundo!) si se le quita este carácter dramático, expresado desde siempre con el término de sacrificio», concluye.

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ZENIT Staff

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